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El talante de Álvaro

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Irrumpe de nuevo en la política colombiana, con su gesto inconfundible de curtido estratega y ahora más mosquetero que antes, Álvaro Gómez Hurtado. Observador sagaz del proceso democrático de los Estados Unidos, donde la política, más que una con­frontación de candidatos, es un juego inteligente, trabajará su campaña con todo el arte y la habilidad que asimiló en aquella nación. No tratará de copiar el exacto modelo norteamericano, porque nuestros pueblos y costumbres son diferentes, sino de emplear ciertos recursos, a la colombiana, para ganar la batalla.

Quienes aún pretenden presentar a Álvaro Gómez, para disminuirlo, como el godo sectario que no lo es, incurren en acto de ingenuidad. Aquellos tiempos de los pitos y las camisas negras, de un lado, y de la invitación de un ilustre liberal a no saludar a los conservadores, de otro, rasgos carac­terísticos de un país hegemónico —lo mismo conservador que liberal—, se encuentran desdibujados para las actuales generaciones.

Hoy el electorado es sobre todo de juventudes, y de juventudes con nueva mentalidad. Éstas ignoran quién fue Laureano Gó­mez y tampoco les interesa averiguarlo. El voto es joven en Colombia, o sea, incontaminado de viejos resabios. Por eso, Gómez Hurtado representa un suceso serio y como tal hay que asumirlo.

Asustar a los liberales, tal vez para que se unan, con el coco de este señor que a nadie puede atemorizar con desenfrenos que no posee, es perder el tiempo. Hoy se vis­lumbra, y más tarde se definirá ante el país confundido que busca soluciones, el estadista moderno, ponderado, cal­culador, fortalecido por la lucha y por los fracasos anteriores. Hay que recibirlo como real alternativa de poder. Es hombre inteligente, hábil para el menester político y pre­parado para el manejo de los problemas nacionales.

Inútiles esfuerzos, por consiguiente, los de quienes buscan ganar elecciones con incentivos partidistas. Ahora el voto decisivo lo ponen los jóvenes —una franja inescrutable—, y algunos viejos continúan sangrando por la herida de los odios sin cura. La contienda que se aproxima será de ideas, y ante todo de ideas audaces. El pueblo está cansado de ser liberal o conserva­dor y reclama buenas fórmulas sociales. Es aquí donde la figura de Álvaro Gómez ejercerá papel influyente sobre las masas desorientadas.

El candidato, que ya lo es por aclamación, dijo en reciente reportaje en París que le gusta cargar con el destino de ser hijo de Laureano Gómez. Recuerda que su padre fue uno de los máximos caudillos de multitudes, jefe indiscutible de su partido, gran huma­nista y moralizador. Pero sufrió la suerte de haber vivido en época de «bárbaras naciones», aquella de los odios y las pasiones abismales que ensangrentaron el alma de Colombia.

Si «hijo de tigre sale pintado», ahí está el descendiente de la noble estirpe listo a defender sus blasones. Ser hijo de Laureano Gómez, cuya dimensión fue reconocida en su tiempo por Luis Eduardo Nieto Caballero, gran liberal, no es un estigma sino un honor. De él aprovecha el discípulo las cosas buenas heredadas que los maledicentes quieren ocultar, sin poder desconocer. De él recibió el talante, la compostura ante la vida, de que tanto se enorgullece el hoy candidato de muchos colombianos.

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La presencia de Álvaro Gómez Hur­tado en Colombia, después de observar muchos hechos industriales, políticos y sociales en el mundo, es un suceso relevante. La política se engrandece. Aparece un contendor de respeto y así lo aceptan los otros candidatos. Lo sabe el país. La democracia gana cuando surgen estas opciones de categoría.

Eduardo Carranza, cuya vida fue una vibración de la patria, afirmó en su último escrito, antes de morir: «Sólo quise ser siempre, desde siempre y para siempre, hasta el final y más allá, un patriota colombiano, sin distingo partidario. Porque los partidos, decíamos entonces y seguimos creyendo ahora, son disidencias de la patria”.

El Espectador, Bogotá, 10-III-1985.

 

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