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Caprichos de la moda

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Si la moda no existiera, el comercio estaría quebrado. Los artículos se consumen no tanto en razón de su nece­sidad,  como por el mandato de las costumbres. El ele­gante vestido de mujer, ese misterioso compendio de la distinción y la vanidad, que causa la envidia de otras mujeres y despierta el apetito de los hombres, deja de pronto de usarse porque «pasó de moda».

¿Qué es la moda? Un duende oculto, torturador y arbitrario, que descontinúa en el momento menos pensado el mejor atuendo de la mujer y el más sobrio vestido del hombre, para imponerles, en cambio, unas barbarida­des que no se aceptarían como lógicas si todo el conglo­merado no empezara a mostrarlas.

Ha sido la moda la gran dominadora de los tiempos. Una mujer hermosa, que por sí sola atrae admiración, deja de asistir a un acto social porque no tiene la falda con el distintivo que otras llevan, o porque “hoy ya no se ve bien esconder las piernas…» Y si el peinado no encaja dentro de los últimos dictados del peluquero, se aguará la fiesta. Los zapatos dejaron de ser cerrados, para volverse tentadoramente abiertos.

Las mujeres, desde ese momento, vo­larán a los almacenes en busca de las hermosas zapati­llas que han roto, de improviso, la tradición y es preciso exhibirlas para vivir dentro de los cánones del buen vestir. Como días después aparecerá el tacón ancho, por enésima vez, en lugar de la diminuta base que había formulado algún zapatero economizador, ha­brá que iniciar otra vez el recorrido habitual en persecu­ción del novedoso estilo que lleva la vecina encopetada.

Cuando se abre el ropero de una mujer,  cual­quiera puede descubrir en su propio hogar un increíble depósito de cosas antiguas, que llaman ellas, y que son las prendas a medio utilizar que han tenido que arrinconar­se por ser hoy inservibles. Los modistos, desde su trono impe­rial, planean otras líneas al día siguiente de lanzar las actuales, revolucionarias unas y bobaliconas otras, que harán recoger los trapos viejos para iniciar una nueva dictadura en el vestir.

La moda, en fin de cuentas, no es sino un sistema opresivo que hace delirar a las mujeres y torturar a los hombres. La cuenta en el almacén aumentará cada vez que sale otra novedad, y como la mujer, por instinto, debe renovarse de manera constante, habrá necesidad de adquirir varias unidades al tiempo, con ligeros cambios que hagan romper la monotonía. Pero al poco tiempo se tirarán de nuevo al rincón de los desechos, porque la trabillita ya varió la dirección, o el prensado de la blusa hoy está suprimido, o la falda debe ir ahora por encima de la rodilla…

También los hombres, aunque más tradicionalistas, vivimos presionados por los cambios. A los modistos les cuesta mayor esfuerzo convencemos, pero lo consiguen a la larga. Es más duro el hombre para aceptar la modificación de sus prendas, acaso por ser menos exhibicionista, pero también se deja dominar por la vanidad.

Cualquier día se modificó el diseño de la corbata y se fue pasando, en forma casi inadvertida, de la frágil telita con que todos nos sentíamos apuestos, al vigoroso lazo que parecía hecho para dominar un toro salvaje. Hubo protestas secretas por tanta exageración, pero al cabo del tiempo nos quedamos con la corbata gruesa por suponer que era símbolo de virilidad. El tamaño del nudo se convirtió en emblema sexual y nadie quería mostrarse de inferior potencia. Vuelve hoy la corbata a su antigua dimensión y ya comienza la curiosidad por saber quién es más hombre: si el que permanece con la firme lazada anterior o el que regresa a la desmirriada rayita de la moda actual.

Cambiar de carro es igualmente prurito social. Lo mismo de casa y de chalet, y casi iba a decir que de mujer. La revolución del mueble es otro de los arrebatos que no se entienden. Se sale del mejor mobiliario únicamente por veleidad. Al mismo tiempo habrá que actualizar las alfombras y las cortinas, porque hay que ser modernos. Las molduras de los cuadros pasaron a ser metálicas. Dentro de algún tiempo volverán a sus viejos moldes, y para entonces ya no existirán las estructuras que se habían desmontado. La moda es un círculo vicioso.

De trapo en trapo y de capricho en capricho, la moda se ríe de la humanidad. El orgullo manda. Nadie quiere permanecer atrás. Quien lo haga tendrá carácter, pero se verá como un parche en medio de la sociedad exigente que cambia todos los días de apariencia. Desentonar no es, por supuesto, buena fórmula y traería desequilibrio social, y lo que es peor, desajuste emocional. Lo mejor, entonces, será vivir a la moda, para que no nos califiquen de atrasados y de tacaños.

La Patria, Manizales, 16-XII-1980.

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