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La huella de Santander

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El pasado 6 de mayo el país se acordó, en forma copio­sa y significativa, del Hombre de las Leyes, con motivo de cumplirse 150 años de su fallecimiento. Sobre Santan­der, llamado también la «conciencia civil de Colombia», es preciso reflexionar acerca de la repercusión que tie­ne su nombre en la conformación de la República.

Pocas vidas tan controvertidas como la suya. Unas veces atacado y otras alabado, el fallo de la histo­ria resulta hoy nítido para señalarlo como el patriota emprendedor y el abanderado del Derecho y la organización de las instituciones. Apenas de 18 años deja las au­las del Colegio de San Bartolomé, donde estudia Filosofía y Jurisprudencia, e ingresa en el ejército libertador. Pasa por las mayores responsabilidades del mando mili­tar hasta conquistar la vicepresidencia y luego la pre­sidencia de la Nueva Granada.

Al lado de Bolívar libra sus mayores combates, sobre todo en las batallas de los Llanos Orientales, de Paya, del Pantano de Vargas y de Boyacá. Al discrepar de Bolí­var, lo alimenta, sin embargo, su fidelidad a la causa de la independencia. Por intervención suya fracasan dos intentos de asesinar a Bolívar. Se involucra su nombre en la conjuración septembrina, sin que aún hoy hayan po­dido ponerse de acuerdo los historiadores sobre si en realidad fue conspirador contra la vida del Libertador.

Condenado a muerte, el propio Bolívar le conmuta la sentencia por la pena de destierro, y en tal virtud aban­dona la patria en julio de 1829 e inicia su exilio en peregrinación por Alemania, Francia, Suiza, Inglaterra, Italia y Estados Unidos, países donde adquiere mayor erudición y ensancha su personalidad. En marzo de 1832 la Convención Constituyente lo elige presidente de la Nueva Gra­nada, cargo que desempeña hasta 1837. Se distingue co­mo estadista objetivo y sereno que le imprime a su administración equilibrio y sentido del orden.

Una vieja dolencia del hígado termina con sus días, hace 150 años, en paz con su conciencia y con la patria, y la historia se encarga de exaltar su memoria como uno de los prohombres decisivos de la nacionalidad. Su accidentada vida amorosa y en ocasiones su impulsivo ejercicio de la vida pública, que en ambos casos han dejado huellas indelebles, parece que corrieron parejos para forjar una apasionante personalidad.

Colombia ha celebrado el aniversario con diferentes actos académicos, honores oficiales, registros en los medios de comunicación y publicación de libros. Menciono,  entre las obras editadas, las que cito en seguida, que he recibido por generosidad de sus autores:

* Santander y el Estado de Derecho, de Horacio Gómez Aristizábal. Obra publicada por la Universidad Central, con nota de presentación de Jorge Enrique Molina y con prólogo do Germán Arciniegas. «Horacio Gómez –dice Arciniegas– acumula documentos y sabe darles cierta frescura a sus estudios. Su tarea es meritoria y su laboriosidad ejemplar». Santander obtiene en este estudio un enfoque que vale la pena repasar. Gómez Aristizábal, que es hombro de Derecho y además de estudio, sostiene en su ensayo que no puede existir democracia sin leyes.

* Francisco de Paula Santander, «el cucuteño» fundador de la República, de Antonio Cacua Prada. Edición de la Academia de Historia de Norte de Santander y Ecopetrol. Una sucinta biografía donde el lector común, y sobre todo el lector estudioso, podrán hallar los rasgos sobresalientes del prócer. Es trabajo ágil, preciso y concatenado para buscar sin mayores tropiezos los hilos de esta vida ejemplar.

* Revista La Tadeo,  dedicada a conmemorar, en sustanciosos ensayos, los perfiles más notables de la vida de Santander. Se revive una página del general José Gabriel Pérez, escrita por orden del Libertador, con la trayec­toria de Santander entre 1792 y 1821. Y se destacan va­liosos ensayos de Alberto Lleras Camargo, Fabio Lozano y Lozano, Alicia Posada de Reyes, Armando Gómez Latorre y Pedro Acosta.

El Espectador, Bogotá, 10-VII-1990.

 

 

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