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Archivo para lunes, 23 de noviembre de 2009

Laura Victoria, sensual y mística

lunes, 23 de noviembre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Comenzando el siglo XX, en Soatá, pintoresco municipio boyacense con alma agreste y sabor de dátil, nace una poetisa, el 17 de noviembre de 1904. Caso insólito en un país destrozado por las guerras civiles que siguieron al grito de la Independencia, y herido por el morbo de la política sectaria, éste de brotar una flor delicada en medio de asperezas. Colombia era entonces territorio de rústicos caminos y limitados ensueños, con más espacio para el arado y la contienda bélica, que vocación para el cultivo del verso.

Laura Victoria llega al mundo en cuna de noble estirpe, envuelta en edredones y cortejada por voces de sirena. El prestigioso abogado Simón Peñuela, su padre, combatiente de escaramuzas en la hoya del Chicamocha y al mismo tiempo lector apasionado de los libros de la Revolución Francesa, nunca llega a pensar que su hija será escritora. El canónigo Peñuela inculca en su sobrina el acatamiento rígido de las costumbres imperantes, que él acaudilla como pastor de la Iglesia Católica y vocero de su partido, una ambigüedad propia de aquellos tiempos.

Ante los ojos de la niña se levanta un muro insuperable: de una parte está la autoridad eclesiástica de su tío, cuya voz y acción enérgica se hacen sentir en todo el departamento; y de la otra, la figura protectora de su padre, que comulga con las ideas liberales que le llegan de ultramar. Los libros que él lee están prohibidos por la Iglesia, y su hermano, el canónigo, los censura con furiosos anatemas.

A los cinco años de edad inicia el estudio de las primeras letras. Su madre desea que ingrese al liceo que una parienta dirige en el pueblo, pero el padre se opone. Hay discusión familiar, mas no es posible que él cambie de idea: la niña entra a la escuela pública. El abogado explica que su hija debe tratar a la gente sencilla para aprender reglas de convivencia social.

De diez años es internada en el colegio de hermanas terciarias de Boavita. Dos años después es matriculada en el Colegio de la Presentación de El Cocuy. Las nieves eternas penetran en su alma con ráfagas de soledad. Apenas es una niña. Su madre, que se había ido para Bogotá a hacerse practicar una operación quirúrgica, no ha regresado. El crecimiento de la niña, en este vagar de pueblo en pueblo y en este despertar traumático de las primeras emociones, pesará para siempre en el corazón adulto de la poetisa.

El ambiente del hogar y de la comarca trae confusión a la futura cantora del romanticismo. Cuando ella tiene capacidad de pensar, se rebela contra las convenciones y las falsedades sociales. Un día el canónigo pone el grito en el cielo cuando lee el primer verso erótico, y la llama “la loca de la familia”. Démosle la razón, ya que en aquella época la mujer era solo de la casa y le estaba prohibido expresar sus ideas.

En el pueblo se habla de la selecta biblioteca de Simón Peñuela. Es él hombre de leyes y de vasta cultura. E induce a su hija a leer los tesoros que guarda en su biblioteca. Así despierta la mente de la joven hacia el hallazgo de los grandes maestros de la literatura francesa.

Por último, pasa a estudiar al Colegio de la Presentación de Tunja. Allí queda bajo la protección del canónigo, que goza de prestigio como historiador y polemista, y que por sus dotes pedagógicas ha sido nombrado rector del Colegio de Boyacá. La familia Peñuela tiene señalada prestancia tanto en Boyacá como en el país. Otro hermano del religioso, el ingeniero Sotero Peñuela, ocupa el cargo de senador de la República y más tarde será ministro de Obras Públicas. Rómulo, graduado en la Sorbona de París, goza de prestigio como médico, y está casado con la marquesa Sara del Castillo.

Por el lado materno, uno de los antecesores de su madre es Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada, que se hizo famoso por haber causado la derrota de los ingleses en el ataque a Cartagena en 1741. A esta rama pertenece también la familia Villarreal, que contará con figuras notables, como la de Camilo Villarreal, jefe político de Soatá, y la de José María Villarreal, gobernador del departamento, ministro y diplomático.

Laura Victoria nace a la vida del verso cuando las mujeres en Colombia no hacían versos. A los 14 años escribe en Tunja su primer poema amoroso en el colegio de monjas, y esto escandaliza a sus compañeras. El siguiente poema, para sacarlas de la duda, es un acróstico dedicado a la más escéptica. Desde entonces esta alondra de los vientos no ha dejado de volar por los cielos de la poesía.

Su vida se volverá una novela. Una novela apasionante, manejada por el triunfo y el fracaso, el aplauso y el olvido, la disipación y el recogimiento. Su figuración en la poesía y en la sociedad es sorprendente. Investigando estos entresijos, aparecieron para el biógrafo episodios ocultos de una fantástica leyenda de amor -que es la vida toda de la poetisa-, hitos que hay que saber buscar en su obra literaria.

Esta biografía es, además, un libro de reconocimientos. Un libro-testimonio. Escritores y personalidades que rozaron la vida de la poetisa contribuyen a marcar el perfil de los tiempos idos. Esas personas resurgen hoy para darle vivacidad a la historia. El personaje más importante es su hija Beatriz -la célebre Alicia Caro del cine mejicano, protagonista estelar de La vorágine-, su compañera y confidente de todas las horas.

Luego de varios romances, un día aparece en su vida el ingeniero Eduardo Segura Archila, integrante de una comisión que va a trazar la carretera entre Soatá y Boavita. Tras un año de idilio, se casan. Y comienzan a llegar los hijos. Su amor por ellos se vuelve la luz cenital de su existencia, y a través de tiernos poemas maternales expresa los más puros afectos de su corazón.

Establecida la familia en Bogotá, se inicia para ella una larga cadena de sucesos. Su vocación literaria, hasta entonces desconocida y titubeante, encuentra en la capital del país el escenario preciso para levantar vuelo por los aires de Colombia y América. En la casa silenciosa que ocupa en la carrera 13 con calle 62, comienza a relacionarse con destacadas figuras de la poesía. Sus primeros versos despiertan interés en los círculos literarios, donde se habla de una revelación.

El primer literato en llegar a la escritora es Nicolás Bayona Posada, que goza de amplio prestigio como poeta, ensayista y crítico, y que escribe un sugestivo artículo sobre esta poesía sorprendente. De inmediato el nombre de la autora salta al primer plano de la popularidad.

Se trata de una fina entonación lírica con acento sensual, que ennoblece el sentimiento humano como nunca antes lo había hecho otra mujer, y de paso provoca una revolución en la literatura colombiana. Se escuchan gritos de protesta salidos de los estamentos más ortodoxos de la sociedad, entre los cuales figuran algunos miembros de la Iglesia Católica, quienes no pueden aceptar que una dama proveniente de respetable familia, y por añadidura sobrina de prestigioso canónigo, induzca al pecado.

Ella ha descubierto el territorio libre de las emociones. Sabe que por encima de su ilustre apellido y de la censura social o eclesiástica está su derecho a ser escritora. Ese es su destino. Vino al mundo para pulsar en su lira la pasión amorosa, connatural al hombre como lo es el agua a la sed. Su corazón de fuego es receptivo a lo más sagrado que tiene el ser humano: el amor.

Despega en un escenario grande, pero debe luchar contra las críticas de la gente retrógrada, si bien son muchas las personas que aplauden su osadía y su fibra romántica. Esta mujer inesperada escandaliza con sus poemas a la pacata sociedad, por expresar el lenguaje ardiente del amor. Colombia no estaba preparada para esta revelación. A Laura Victoria hay que considerarla, sin duda alguna, como la abanderada de la emancipación femenina en Colombia.

La salida de su primer libro, Llamas azules, constituye en 1933 todo un suceso editorial. Libro que se agota en ocho días. Se reedita y vuelve a agotarse. El éxito es arrollador. El país se pone de pie para escuchar la palabra iluminada. Las correrías líricas se suceden unas tras otras en ciudades diversas, tanto de Colombia como del exterior. Juan Lozano y Lozano escribe en la revista Política: “A la poesía femenina de la América Latina ha aportado Laura Victoria muchas notas originales: un hondo acento de pasión, una versificación fluyente y cristalina, extraordinarios acentos de expresión y una delicadeza magistral de gran dama”.

La pasión que corre por sus poemas viene de ella misma. Emana de la mujer, porque Dios creó el género humano con alma y sentimientos. Algunos censores despistados confuden el “divino soplo de la sangre”, de que habla Rafael Ortiz González, con la acción pecaminosa. Vuelven obsceno lo que es diáfano. En la serena capital de trescientas mil almas que es Bogotá por los días en que Laura Victoria inicia su carrera literaria, el poema En secreto repercute como una explosión en el ambiente recoleto de la urbe.

A partir de 1933 su fama vuela por los aires de Colombia y América como un meteoro. Y recibe los aplausos más calurosos de su carrera. Es la mujer fulgurante que vive en los jardines del elogio y en los cielos de la fascinación. Eduardo Segura Archila, introvertido y suspicaz, termina hastiado de la vida huidiza de su consorte. Un día le dice que debe alejarse de los poetas y abandonar las tertulias y los recitales. Pero ella no puede renunciar a la poesía. Es su razón de ser. Las grietas del desamor comienzan a horadar la relación conyugal.

Es preciso hacer alguna reflexión sobre la gloria. La fama trae soledad, frío, obnubilación. No permite ver el mundo verdadero, sino el mundo vaporoso. Las alturas marean. Producen vértigo. Terrible realidad humana. Afirma Dante: “Vuestra fama es como la flor, que tan pronto como brota muere, y la marchita el mismo sol que la hizo nacer de la tierra ingrata”.

Numerosos amigos y simpatizantes surgen en sus días gloriosos. Todos quieren conocerla, tenerla cerca, obtener algún miramiento suyo. Grandes personajes de las letras, la sociedad y la política integran la nómina egregia. Se le denomina la “amada ideal” de la poesía colombiana. Guillermo Valencia declara: “En su manera de escribir no hay artificio, ni rebuscamiento, ni alarde ni falsía, ni engañoso brillo, ni tortura de formas: es el libre fluir de la vena poética”.

La cadena de triunfos termina en 1938. Este año le propina serios reveses. Representa el final de sus giras y le da un fuerte viraje a su existencia. Varios golpes la derrumban: la separación conyugal, la lucha por sus hijos, la muerte de su madre, la huida a Méjico. La vida ha destrozado su gloria. El recuerdo de su marido es glacial, estremecedor. Desde el barco contempla el mar rugiente, y a lo lejos una gaviota se pierde en la inmensidad. El mar y la gaviota: dos símbolos para el poema que no ha escrito. Más tarde ese poema dibujará el estado de su alma herida por la soledad y la ventisca.

El mes de febrero de 1939, cuando desembarca en Acapulco, significa para ella el comienzo de una nueva vida. Huyendo de su marido, llega a Méjico con un objetivo claro: proteger y educar a sus hijos. Ha logrado un puesto diplomático gracias al cual podrá subsistir. Luego se vincula al periodismo, labor a la que se dedica por más de veinte años. No corta con la poesía, sino que la dosifica.

Cuando desea regresar a Colombia, ya no es posible. Ha echado tan hondas raíces en el suelo azteca, que no le resulta fácil alzar el vuelo. Su arraigo allí es poderoso, pero su alma gira alrededor de su tierra colombiana.

La dama refulgente, que tanto ha amado con sus versos de fuego, un día se detiene cual otro Alberto Ángel Montoya y se encuentra con Cristo. Cual otra Teresa de Jesús, o Juana de la Cruz, o Francisca Josefa del Castillo, se va en busca de la vida contemplativa y se sumerge en los temas bíblicos. ¿Desde cuándo siente la vocación mística? Desde el momento en que se desencanta del mundo y sus vanidades. Esto ocurre a finales de la década del 30, cuando saborea las mieles más apetitosas del triunfo y al mismo tiempo sufre la acidez más amarga de la vida conyugal.

La “cortesana”, como ella misma se nombra en sus versos, se detiene y se va detrás del Salvador de almas. La pecadora queda embelesada cuando oye el toque de la oración, y se dice que sus caminos están desviados. Nunca conoce el amor ideal. Una vez un periodista le pregunta si ha hallado el amor verdadero, y ella responde: “Desgraciadamente no. Me consagré entonces al estudio bíblico para lograr el conocimiento de Dios. Y ese amor verdadero lo encontré al fin en Cristo”.

En 1963, el doctor Guillermo León Valencia, presidente de Colombia, la nombra agregada cultural en Italia, misión que se prolonga por tres años, hasta febrero de 1966, cuando regresa a Méjico. Valencia, captando la fibra mística de su amiga, sabe que llevarla a Roma es el galardón preciso que la hará sentir en el corazón de la cristiandad.

Su palabra febril recorre todos los senderos de la poesía, desde el soneto hasta el verso libre. Su obra está manejada por la armonía de la expresión y la fulguración de las metáforas, y sus cantos son aromas que excitan el deseo y fortalecen el alma. La biografía de Laura Victoria, que hoy tengo el honor de presentar en la Academia Colombiana de la Lengua, es un tratado de los sentimientos. Cuando me propuse escribirla, la primera idea que me brotó, fuera de rescatar del olvido a una mujer admirable, fue la de incursionar en las experiencias que ofrece su vida en el plano sentimental, para extraer temas de reflexión sobre el amor.

Es una vida tan rica en sucesos, que se vuelve inabarcable. Vida que posee ingredientes de aventura y suspenso, pasión y entrega, dolor y desengaño. El amor enriquece la existencia del personaje y vuelve fascinante su obra.

El amor es inevitable, porque el hombre nació para amar. Perder el amor, o degradarlo, o ajarlo, es lo mismo que envilecer la dignidad humana. “Ama y haz lo que quieras”, dijo San Agustín. Es decir, ama y engrandécete, ama y conquista el mundo, ama y encuéntrate con Dios. El amor une, el desamor destruye.

En España, Montaner y Simón le edita en 1960 el libro Cuando florece el llanto. Hermosa edición, tanto por la maestría editorial como por el contenido poético. Han pasado 22 años desde el último poemario. Ahora sus cantos son melancólicos y expresan acentos de soledad y olvido. Con Crepúsculo (1989) finaliza su obra poética. El título lo dice todo: crepúsculo es el tiempo en que el sol se oculta y comienzan a entrar las sombras de la noche.

Y es, en la vida de Laura Victoria, el período donde aumenta la tristeza con ráfagas de frío. Es posible que desde Méjico perciba la ingratitud de los nuevos tiempos hacia su obra. Ya su nombre no se menciona en Colombia, y a los pontífices de las letras no se les ocurre difundirlo. Admitamos esta cruel realidad: los 64 años de ausencia de la patria han borrado sus rastros. Los que ahora recuperamos al cumplirse este año el centenario de su nacimiento.

La Academia Colombiana de la Lengua la eligió académica correspondiente en la sesión del primero de junio de 1998, atendiendo la solicitud presentada por Dora Castellanos. Aprovechando un viaje de Maruja Vieira a Méjico, la entidad la comisionó para hacerle entrega del título académico, acto que se realizó el 17 de noviembre de 1999 en el apartamento de la poetisa, donde su familia le celebraba los 95 años de vida.

Beatriz presencia hoy, con angustia, el lento declinar de la alondra. “A veces -me dice en carta reciente- he pensado que mamá va resbalando hacia un abismo, y yo, en mi afán de detenerla, voy resbalando con ella”.

En un viaje que realicé a Méjico hace varios años, comenzó a perfilarse el libro que hoy ve la luz gracias al patrocinio de la Gobernación de Boyacá, dentro de la serie bibliográfica de la Academia Boyacense de Historia, y que lleva por título Laura Victoria, sensual y mística. Aquí está retratada en cuerpo y alma, así lo espero, la mujer valerosa y la brillante poetisa que se fue contra las hipocresías sociales y la esclavitud femenina, y que con sus poemas ardientes estremeció el sentimiento de los colombianos y llevó el nombre de Colombia por los aires de América.

(Palabras en un acto cultural. Bogotá, 5 de abril de 2004).

¡No más impuestos!

lunes, 23 de noviembre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ojalá la carrera de nuevas cargas impositivas, tan marcada en el actual Gobierno, se haya detenido, como parecen indicarlo las últimas noticias. Hoy el tono del Ministro de Hacienda, que en los comienzos de su administración se mostró muy vehemente en favor de la mayor tributación, se ha moderado. Nadie ignora que los impuestos son necesarios para adelantar los planes sociales y de seguridad nacional, pero cuando se vuelven excesivos o irreflexivos, y sobre todo cuando las más afectadas son las clases populares, se crea malestar social.

El proyecto que se pensaba llevar a cabo hubiera significado la cuarta reforma tributaria del gobierno Uribe en menos de dos años. Esto representa un desborde administrativo, y como tal, un despropósito. Una sola reforma tributaria debería ser suficiente para los cuatro años de una administración. Colombia ya no resiste más impuestos. Este clamor general se escucha a lo largo y ancho del país, y por fortuna se detuvo el ánimo alcabalero.

En la cumbre de gobernadores realizada en el municipio quindiano de La Tebaida, el Presidente expuso la idea de arbitrar un billón de pesos para el sector social, el que, dicho sea de paso, ha tenido poca atención en su gobierno, por destinar la mayor parte de los recursos a las operaciones militares contra la guerrilla. ¿De dónde saldría ese billón de pesos? De las clases pobres, mediante el gravamen del 2% a los productos exentos de la canasta familiar.

El nuevo IVA del 2% era parte de la reforma tributaria aprobada en el  2002, pero en septiembre del 2003 lo tumbó la Corte Constitucional por considerar que era inequitativo por afectar el bolsillo de los pobres. No obstante, el Presidente  volvió a insistir en este gravamen, desoyendo el clamor nacional e incurriendo en una lamentable terquedad. En esta ocasión fue el Congreso el que no le dio vía libre a la iniciativa.

Una carta publicada por El Tiempo el 29 de marzo, y suscrita por Magdalena Uribe, critica la incomprensible exageración del Presidente en esta materia: “Ha puesto impuestos por doquier. La salud está catastrófica y se cierran hospitales. La gasolina sube todos los meses. Un senador gringo dice que Uribe no se ha preocupado por lo social; solo por la guerra. Si al pueblo no se le dan empleo, salud, educación y vivienda digna, nunca se acabarán la guerrilla ni el paramilitarismo”.

Carta que refleja la inquietud social que en estos momentos se siente en el país. El pueblo está satisfecho con la seguridad en las carreteras y con los operativos contra la guerrilla (que han costado un dineral, salido en buena parte de anteriores tributos) y se resiente cuando se le imponen más sacrificios. Lo sensato es reorganizar la administración de los impuestos existentes para que produzcan más, y buscar otras fuentes de financiamiento.

Se sabe ahora, como solución milagrosa para los contribuyentes, que el nuevo proyecto de reforma tributaria se consumió por efectos de la desintegración del Pacto Político y el criterio del Fondo Monetario Internacional en el sentido de que el país no requiere más impuestos durante este año y el siguiente. Que así sea.

El Espectador, Bogotá, 6 de mayo de 2004.

Amanecer

lunes, 23 de noviembre de 2009 Comments off
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Javier Huérfano, poeta del dolor

lunes, 23 de noviembre de 2009 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En 1984, a los 25 años de edad, Javier Huérfano publica su primer libro, Visiones, con prólogo de Luis Vidales, donde éste manifiesta que el nuevo poeta es “huérfano, pero no de poesía”. Refiriéndose a la brevedad elocuente de sus poemas, hace este vaticinio: “Si persiste en esta modalidad de su ahorro poético, no es aventurado el pronóstico de que alcanzará las excelsas rutas del canto”. Veinte años después, la obra de Javier Huérfano sobrepasa la docena de libros, varios de ellos inéditos. Además, escribe en silencio una prosa bien estructurada, con vuelo poético, que pocos conocen. Su nombre ha conquistado notoriedad en el mundo de las letras. El presagio está cumplido.

Huérfano elabora sus primeros poemas a los 11 años de edad, en medio de la burla de sus ocho hermanos. En 1981 conoce a Luis Vidales, su maestro, de quien se convierte en secretario. En 1990 conduce las cenizas de Vidales a la casa de cultura de Calarcá. Allí reposan en la paz de la comarca quindiana, como testimonio de perennidad lírica. En 1994 funda en el barrio Ciudad Bolívar de Bogotá, donde con gran esfuerzo ha construido su vivienda, la biblioteca pública Luis Vidales. Esta unión de los dos poetas calarqueños establece nexos indisolubles entre ellos, más allá de la muerte: Huérfano se ha encargado de salvaguardar la memoria de su maestro y protector, a través de escritos, recitales, talleres literarios y de su imitación en el arte poético.

El discípulo no heredó la vena de humor que exhibe Luis Vidales en sus versos, pero sí la fibra social, con la cual canta al dolor, la injusticia, el desequilibrio de la sociedad, la tristeza y el abandono. Ambas poesías llevan tinte de protesta, rebeldía y clamor ante el mundo, pero la de Huérfano está marcada por el pesimismo, el tedio vivencial, la desesperanza y la obsesión de la muerte, sin duda bajo el influjo de su vida atormentada. Se diferencian, además, en que la de Huérfano es más reiterativa en el plano romántico (siempre bajo la inspiración de Yolanda, su compañera ideal), tal vez como una necesidad de oxigenar el espíritu conturbado por el peso de sus cotidianos agobios.

Javier Huérfano nace en humilde casa de Calarcá, en 1959. A los tres años le diagnostican asma, y cuando asiste a la escuela pública debe retirarse por problemas de salud. Abandonado por su madre a corta edad,  en un inquilinato, inicia el recorrido por las sendas del desamparo. En Bogotá se emplea como ayudante de zapatería y comienza a estudiar de noche, hasta conseguir una mediana formación. Y se vuelve autodidacta, disciplina con la que supera todos los escollos del aprendizaje.

Aparecida su primera obra con el impulso de Luis Vidales, se le abren muchos horizontes y siente que su destino irrevocable es el de ser poeta. Más tarde funda Narka, revista de poesía. Ha nacido poeta, y poeta morirá. Al lado de esta vocación surge la de pintor, oficios que alterna como regalos del cielo y recursos de ingrata subsistencia, siempre en lucha denodada contra las mezquindades de la gente y la adversidad del medio colombiano. Algunos títulos de sus libros denuncian su calvario: Presencia de las sombras, Uno está en el día como dormido, El olvido no tiene palabra.

Este último (1998) es editado con auspicio de la Cámara de Representantes, y en él Íngrid Betancourt, la prologuista, expresa estas bellas palabras: “Dios ha querido, para fortuna mía, que conozca al poeta. De su mano he caminado por el túnel sin luz de la injusticia, a ciegas pero mordiendo siempre el tallo amargo de la rosa”. Maruja Vieira traza este perfil perfecto del poeta abrumado por sus horas desoladas: “Muchas puertas que se abren para otros, están cerradas para Javier Huérfano. Pero él serenamente se retira en la noche y se va para su mundo, despojado de bienes terrenales pero pleno de estrellas. En la semioscuridad de la madrugada, cuando van los obreros al trabajo en las fábricas, sería difícil distinguir entre ellos al obrero del verso”.

Acabo de leer un nuevo libro del amigo quindiano: La noche como pájaro viudo, publicado con el generoso apoyo de la editorial Códice y el sentido prólogo de la poetisa Inés Blanco, que anota: “Javier se ha enfrentado a sus molinos de viento, reales e imaginarios, con la espada de su pluma, teñida con su propia sangre”. Libro desgarrador el suyo, como lo fue Tempestad tras la salida de Germán Pardo García de las fauces de la muerte, luego del intento de suicidio. Sé que el poeta calarqueño ha tenido que librar duras batallas contra inclemente enfermedad. Esta circunstancia le hace lanzar, recordando sus noches de terror en una clínica yerta, las exclamaciones más vehementes y patéticas sobre la realidad de la muerte, que él parece esperar con la ansiedad de los poetas predestinados para el dolor. Y exclama: “Soy apenas un solo dolor que atraviesa el día con su sombra de negra compañía”.

Los cantos de Javier Huérfano, transidos de goces sensoriales en medio de las tristezas de su destino, le permitirán, sin duda, apurar con placer las copas amargas preparadas por los dioses del Olimpo. ¡Oh, bendita poesía!

El Espectador, Bogotá, 16 de diciembre de 2004.