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Archivo para jueves, 2 de diciembre de 2010

Laura Victoria

jueves, 2 de diciembre de 2010 Comments off

(Texto elaborado para el XXX Encuentro Internacional de Escritores de Chiquinquirá, Fundación Jetón Ferro)

Por: Gustavo Páez Escobar

Laura Victoria nace en Soatá el 17 de noviembre de 1904. Al año siguiente, la familia se traslada a Bucaramanga, donde su padre se posesiona como magistrado del Tribunal Superior. Tres años después, regresan a Soatá. A los cinco años de edad, la niña inicia el estudio de las primeras letras. Los estudios secundarios los concluye en el Colegio de la Presentación de Tunja.

A los 14 años escribe su primer poema amoroso, y esto escandaliza a sus compañeras. El siguiente poema, para sacarlas de la duda, es un acróstico dedicado a la más escéptica. Laura Victoria nace a la vida del verso cuando las mujeres en Colombia no hacían versos.

En Soatá se habla de la selecta biblioteca de su padre. Es él hombre de vasta cultura. Y descubre en su hija una mente accesible a las ideas progresistas. Con esta certidumbre, le abre las puertas de la inteligencia francesa, y Laura Victoria aprende a pensar.

Ya casada, se establece en la capital del país. El primer literato en llegar a la escritora es Nicolás Bayona Posada, que goza de amplio prestigio como poeta, ensayista y crítico, y quien escribe un sugestivo artículo sobre esta poesía encantada. De inmediato el nombre de la autora salta al primer plano de la popularidad. La revista Cromos publica su poema más audaz, titulado En secreto, rebosante de fino erotismo, que sacude el alma de los enamorados y a ella le significa el ingreso a la fama.

Aún no ha cumplido los treinta años cuando aparece Llamas azules, que Rafael Maya considera “el mejor libro poético publicado por mujer alguna en Colombia”. La poetisa viaja por los escenarios de América, donde recibe calurosos aplausos de los públicos delirantes. Se trata de una fina entonación lírica con acento sensual que ennoblece el sentimiento humano, como nunca antes lo había hecho otra mujer, y de paso provoca una revolución en la literatura colombiana.

Laura Victoria ha descubierto el territorio libre de las emociones. Sabe que por encima de su ilustre apellido y de la censura social o eclesiástica está su derecho a ser escritora. La cadena de triunfos termina en 1938, año que le produce serios reveses. Representa el final de sus giras. Con Cráter sellado, publicado ese año, concluye su poesía sensorial.

En Méjico ocupa el cargo de agregada cultural de la embajada colombiana. Y se vincula al periodismo, labor que desempeña por más de veinte años. Allí escribirá el resto de su obra, compuesta por siete títulos, y su vida dará un viraje al misticismo y a los temas bíblicos, en los que se vuelve erudita.

Nunca conoce el amor ideal. Los hombres se sienten seducidos por la diosa de la poesía y la asedian con pasión. Muchos se imaginan que lo que dicen sus versos es lo que ella practica en la intimidad de su propia vida. Pasado el tiempo, un periodista le pregunta si ha encontrado el amor verdadero, y ella responde: “Desgraciadamente no. Me consagré entonces al estudio bíblico para lograr el conocimiento de Dios. Y ese amor verdadero lo encontré al fin en Cristo”.

En España se edita, en 1960, el libro Cuando florece el llanto. Ahora sus poemas son melancólicos y expresan acentos de soledad y olvido. Con Crepúsculo (1989) finaliza su obra poética.

El primer contacto que tuve con Laura Victoria ocurrió en agosto de 1985. En aquella ocasión le envié una carta a Méjico, donde residía desde su viaje de Colombia, 45 años atrás, cuando por insuperables problemas conyugales y buscando la custodia de sus hijos, se radicó en el país azteca. Allí permaneció por el resto de sus días, apenas con un receso de tres años, correspondiente a su desempeño como agregada cultural de la embajada de Colombia en Roma.

En aquella carta le expresaba mi admiración por su obra y la extrañeza porque su nombre se hubiera silenciado en el país. Ella me contestó con una sentida manifestación de pesar por su lejanía del suelo patrio y por la dificultad casi insalvable de su regreso. Añoraba su propia tierra, sus paisajes y su gente.

Desde entonces comenzó a perfilarse en mi mente el libro que 18 años después vería la luz bajo el auspicio de la Academia Boyacense de Historia, y que lleva por título Laura Victoria, sensual y mística. Es la única biografía que se ha escrito sobre la sublime cantora del amor, a quien el maestro Valencia calificó como una revelación de la poesía colombiana.

Nada fácil resultaba escribir la biografía de Laura Victoria, tanto por la distancia con los sucesos como por la falta de documentos que facilitaran dicho propósito. Luego de leer todos sus libros y obtener datos dispersos sobre su itinerario humano, me impuse la tarea de buscar mayores testimonios que ampliaran mi visión sobre su vida extraordinaria. A medida que lograba nuevos avances, comprendía que la existencia de la poetisa, por lo batalladora, ardorosa y liberada de prejuicios, era apasionante. Y descubrí que allí se escondía una verdadera novela.

Como parte de la investigación, le hice un reportaje extenso que fue publicado en un diario bogotano. En 1988 viajé a Méjico con mi esposa, y durante 15 días tuve con la escritora amplias tertulias sobre el objetivo que perseguía. Al año siguiente, ella nos visitó en compañía de su hija Beatriz –la célebre Alicia Caro del cine mejicano–. Fue esta de 1989, hace 20 años, su última visita a Colombia.

Creo que la biografía que elaboré sobre su existencia humana y poética presenta el perfil cabal de esta gran protagonista de su tiempo, que rompió los moldes obsoletos de la sociedad puritana y le abrió a la mujer horizontes de libertad. En mi libro está retratada en cuerpo y alma, así lo espero, la mujer valerosa y la brillante poetisa que se fue contra las hipocresías sociales y la esclavitud femenina, y que con sus poemas ardientes estremeció el sentimiento de los colombianos y llevó en alto el nombre de Colombia por los aires de América.

Poesía que no brote del alma no es poesía. Para escribir sobre el amor hay que vivir el amor. No hay poesía sin carne, sin sangre, sin desgarro interior. “Escribe con sangre y verás que la sangre es espíritu”, dijo Nietzsche. La expresividad de la obra erótica de Laura Victoria nace del fuego que calienta su corazón. El mundo de los sentidos se derrama en sus versos, porque ella es el calor.

Vive las emociones. Es la suya una obra de latido, de resonancia interior. Expresa los sentimientos de manera natural y los embellece con deslumbrantes metáforas. Es arrullo y cadencia y delirio. Dice Neruda: “¡Ay del poeta que no responde con su canto a los tiernos y furiosos llamados del corazón!”.

Para que el poeta se conecte con el mundo tiene que ser realista. Tiene que impregnar su obra con su llama interior. Si no la tiene, no es poeta. Hay que escribir poesía humana. El poder de la poesía consiste en traducir la realidad y volverla emoción estética.

El erotismo –metáfora y filosofía del sexo– es un pedestal de la vida y del arte. Con esa llama es posible avivar el espíritu y derrotar la tristeza. Laura Victoria, apasionada y romántica, convierte el amor erótico en el eje de sus versos. Su vida está llena de pasión y coquetería, como arma eficaz contra el hastío. En su obra crepitan los sentimientos. Por eso es poesía humana: se hizo para conmover.

Laura Victoria muere en Ciudad de Méjico, el 15 de mayo de 2004, faltándole seis meses para cumplir cien años de vida. La Academia de la Lengua, de la que era miembro, le rinde un homenaje con motivo del centenario de su nacimiento. Allí se presenta mi libro biográfico, como tributo a su memoria.

Fue la poetisa más famosa del país en los años 20 y 30 del siglo pasado. Olvidada en Colombia en los últimos tiempos debido a su estadía de 65 años en Méjico, su muerte ha hecho revaluar su nombre como una de las figuras ilustres de las letras nacionales. Orgullo para Boyacá, su comarca grande, y para Soatá, su patria chica.

Eje 21, Manizales, 17 de septiembre de 2009.
El Espectador, Bogotá, 22 de septiembre de 2009.

* * *

Comentarios:

Qué hermosa sorpresa encontrar tu artículo sobre mamá. Hacía días estaba pensando en ti, por lo que se me ocurrió entrar a El Espectador y fui directo al mismo. Lo leí con mucha atención y emoción.  ¿Lo presentí de alguna forma? Me parece magnífico,  escrito con maestría y se siente el vínculo, la amistad, la profunda relación que hubo entre mamá y tú. Abarcas toda la vida de mi madre siempre amada, siempre viva en mí. Vas paso a paso por su vida, resaltando su poesía, su personalidad, su desarrollo literario, su vida -etapa por etapa-, al tiempo que muestras cómo y en qué circunstancias surgió a la fama; su recorrido ya triunfante por varios países y finalmente su llegada a México. Paso a paso vas resaltando sus valores como poetisa, su lucha y su fuerza ante la vida. Con gran inteligencia defines, exaltas y afirmas los valores profundos de su poesía,  y mi corazón se conmueve ante ti, Gustavo, por tu fidelidad ante la obra de mamá. Desde muy dentro, mi gratitud. Un largo y entrañable abrazo, Beatriz Segura de Martínez de Hoyos, Ciudad de Méjico, 27-IX-2009.

Fernando Soto Aparicio

jueves, 2 de diciembre de 2010 Comments off

(Palabras en el XXX Encuentro Internacional de Escritores de Chiquinquirá, Fundación Jetón Ferro)

Por: Gustavo Páez Escobar

Para hablar de Fernando Soto Aparicio tengo que retroceder al día ya lejano en que él creyó en mi literatura e hizo posible la llegada a la televisión de mi primera novela, Destinos cruzados. Novela de juventud que había escrito en el silencio recoleto de Tunja, a la edad de 17 años, y que 18 años después publicaría en el sosiego bucólico de la campiña quindiana.

Se trataba, claro, de una obra precoz, y por consiguiente inmadura, en la que el maestro encontró, sin embargo, un tema interesante movido por la espontaneidad, la fluidez y la emoción puras de la época adolescente. Elementos valiosos para realizar, como lo hizo Fernando con el brillo que le es proverbial, los libretos que la convirtieron en la primera telenovela nacional de RCN. Con mi gratitud infinita hacia el colega hasta entonces distante, desde ese día nació entre ambos la fraterna cercanía que ha unido nuestros destinos de escritores.

En Armenia, donde ocupé por largos años la gerencia de un banco, y al mismo tiempo inicié en 1971 mi carrera literaria y periodística, había leído varias de las novelas ejemplares del escritor estrella de mi tierra boyacense, cuyo prestigio traspasaba las fronteras patrias. Hoy, cuatro décadas después, me jacto en afirmar que poseo un conocimiento amplio de toda su obra, que al asimilarla con admiración y sindéresis, la he tomado como la guía y el reto procedentes de este trabajador incansable de las letras que enseña a los escritores a no detenerse en la búsqueda del arte y la belleza.

Cuartillas a toda marcha, libros en constante elaboración, artículos, ensayos y conferencias que no dan espera, asesorías universitarias, lecturas impenitentes, todo afinado por un cerebro inquieto y dirigido por la vocación imparable del artista, componen su mundo cotidiano. Apenas cumplidos los diez años de edad, Fernando inicia la escritura de  dos novelas a la vez, que guarda en secreto durante algún tiempo, y destruye más tarde, sin consulta con nadie, ante el temor de que su tierna edad no le haya permitido captar mejor su pequeño entorno.

Años después, huyendo del mundanal ruido, se interna en un monasterio abandonado y escribe, cual un ermitaño detenido en la Edad Media, una novela en dos semanas. Ese es Fernando Soto Aparicio: mente laboriosa, reflexiva, insatisfecha por conseguir el esmero literario, y que nunca ha sabido lo que es el ocio improductivo, ni se ha conformado con la mediocridad.

Para recuperar las dos obras infantiles sacrificadas en aras del rigor literario, se propuso volverse, como novelista, historiador del tiempo. Con todo, no comienza como novelista sino como poeta. A los 17 años publica Himno a la patria, y a los 20, Oración personal a Jesucristo, poemas promisorios con los que se asoma con unción al panorama nacional.

Y vendrían, con el correr del tiempo, poemarios de sublime belleza con los que consolida su patrimonio lírico. Son ellos: Diámetro del corazón, Palabras a una muchacha, Sonetos en forma de mujer, Lección de amor, Motivos para Mariángela, Las fronteras del alma, Alba de otoño. Con la música y el don de la belleza que lleva en el alma ha trabajado su producción poética. Sus cuentos y novelas poseen también altas dosis de poesía. Como orfebre de la palabra, nunca se ha conformado con las medias tintas, sino que impregna sus versos y sus prosas de emoción, contenido y melodía. Poeta total, en suma.

De verso en verso, de rigor en rigor, de libro en libro, ha coronado una de las carreras más prominentes de la poesía colombiana. Y lo ha hecho en silencio y con humildad, calibrando cada vocablo y cada frase, y dándole a la expresión el ritmo y la magia que solo consiguen los maestros de la creación estética. Sus sonetos son dechado de perfección y están a la altura de las mejores joyas de la lírica castellana.

Su vena romántica es connatural a su sentido idealista de la vida. Desde siempre comprendió que el ejercicio de vivir es, o debe ser, un acto de amor. Por eso, la mujer en su vida y en su obra es el faro que ilumina todos sus pasos. No existe poema ni libro suyo que no estén imbuidos de amor. Amor hacia la mujer y hacia todo lo noble y lo hermoso que rodea el tránsito del hombre por el planeta. La medianía está desterrada de sus códigos de escritor. En cambio, la grandeza de alma y la galanura de su pluma se elevan sobre el sinsentido de la ruda existencia.

En el campo de la novela, Fernando Soto Aparicio ha cumplido uno de los itinerarios más extensos y exitosos de la narrativa colombiana. Hace medio siglo –en 1960– publica su primera novela, Los bienaventurados. Dos años después aparece La rebelión de las ratas, que se convierte en la obra cumbre de su carrera. Apenas con 29 años de edad ya le sonreía la fama.

A partir de ese momento, su carrera vuela como un meteoro por los escenarios del aplauso. Trabajador infatigable y dueño de mente privilegiada para contar historias, sus obras se propagan en las librerías y se vuelven materia obligada en los colegios. Llega a ser el novelista más prolífico del país. Bedout, la famosa editorial de Medellín que instituye en Colombia el bolsilibro, lanza al mercado continuos tirajes que ofrecen al gran público todos los textos de esta obra en permanente ascenso.

Se decía por aquellos días que Soto Aparicio se contaba entre los dos o tres escritores que podían vivir de sus libros. Cosa insólita en este país donde el oficio de escribir, aparte de ser mirado con desdén por el Estado y la clase burguesa, nunca ha producido medios decentes de subsistencia. El escritor en Colombia es un huérfano de los gobiernos y de las editoriales.

Vino luego la piratería del libro, a cuya sombra se amasan grandes fortunas usurpadoras de los derechos de autor. Y nada se hace por exterminar esta plaga maldita que destroza las energías del “pobrecito escribidor” de que hablaba Larra. Soto Aparicio ha sido una de las mayores víctimas de este vil atropello. Pero su nombre ya se ha ganado, con creces, el beneplácito de la gente. Esto, contra el sentimiento de muchos envidiosos de las letras que no toleran el triunfo de los demás. Es la envidia una alimaña con patas invisibles que se agazapa en los predios de la literatura y carcome el mérito ajeno.

En sus novelas toma al hombre como factor esencial de su creación. En ellas se agita el llanto de las clases desvalidas que claman justicia en medio de la prepotencia de los poderosos. El trabajador de las minas, la mujer abandonada, el huérfano sin esperanza, el recolector trashumante de las cosechas, la obrera ultrajada por el patrono… son actores de la comedia humana que el novelista ha buscado redimir de la ignominia con estremecida sensibilidad.

Mostrando la miseria de los humildes, pone el dedo en la llaga de una sociedad indolente que crea injusticias y desequilibrios y pretende al mismo tiempo liderar las causas populares, como con desvergonzada prevalencia ocurre, y siempre ha ocurrido, con las clases dirigentes del país. Echemos una mirada al panorama actual de la nación para concluir que las novelas de protesta social de Fernando Soto Aparicio conservan la misma vigencia y la misma razón que tuvieron hace 40 o 50 años. Esa es Colombia, Sancho.

En sus narraciones predomina el amor como la única sustancia capaz de redimir al hombre. “El amor –lo dije hace un año al serle concedido a Fernando el Premio Aplauso, y lo reitero en esta solemne ocasión– es el impulso vital que mueve toda la obra de este escritor silencioso en su vida cotidiana, a la par que elocuente en sus libros, en sus conferencias, en sus talleres literarios y en sus artículos de prensa, que ya conquistó, para honra de Boyacá y de Colombia, los lauros de la gloria imperecedera”.

El Espectador, Bogotá, 15 de septiembre de 2009.
Eje 21, Manizales, 15 de septiembre de 2009.

* * *

Comentarios:

Leyendo la prensa y buscando sobre elementos de la literatura encontré su columna sobre Fernando Soto Aparicio. Este autor es para mí un genio y me alegra en decirle, con toda modestia, que he leído casi el 80% de la obra de este mago de la literatura y nunca puedo olvidar sus textos, en especial cinco novelas que para mí marcaron una parte de mi vida: Los funerales de América Latina, Hermano hombre, Camilo el cura guerrillero (cómo olvidar el poema del hombre de fusil), La demonia, La cuerda loca. Le cuento que hace aproximadamente tres años, cuando aún era estudiante, realicé una ponencia sobre Soto Aparicio, la cual llamé “Fernando Soto Aparicio, un pensador poco pensado”. Mauricio Albeiro Montoya Vásquez.

Varios libros he leído del maestro: Los funerales de América Latina, La rebelión de las ratas. Y el que considero el mejor de todos: Y el hombre creó a Dios. Andrés Granada, psicólogo.

 

El arte de la brevedad

jueves, 2 de diciembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Son pocos los escritores y los periodistas que dominan la técnica de la escritura breve y comprenden que el lector de la época busca digerir los temas de un soplo, como si se tratara de infusiones milagrosas. El mundo moderno viene en píldoras. Han pasado los tiempos de la lectura reposada que conocieron nuestros abuelos, y hoy se carece de sistemas, de calma y de capacidad reflexiva para detenerse en tratados extensos. Los cien cuentos de El Decamerón (repetidos y fatigantes) resultan impotables para esta época. Bocaccio no calculó la abreviatura de los mundos por venir.

El lector de moda se ha vuelto exigente al máximo y sólo se acomoda con la síntesis. Pretende dominar el planeta al vuelo, de un vistazo, y captar en pocas palabras y sin esfuerzo mental el medio ambiente que no siempre sabe interpretar. Es un simple glotón de sucesos. Los comentaristas de periódicos, que cuentan con un público más sumiso que los autores de libros, parecen ignorar, con todo, que se trata de una adhesión superficial, y tan movediza que desaparece con la misma rapidez con que se evapora la entretención de cada día.

Escribir corto, si se quiere despertar por lo menos un inicial interés en los ojeadores de noticias, sería el primer requisito para dar el paso siguiente que es el de la amenidad, sin la que es imposible conquistar simpatizantes. Siendo la concisión y el estilo ingredientes mágicos del buen articulista, no se entiende por qué se desbordan los límites tolerables y se utilizan tonos doctorales y melindrosos que ahuyentan posibles seguidores.

El momento actual lo quiere todo compensado, rápido y ojalá instantáneo. Al público lo fatigan los libros, lo duermen las conferencias, lo aburren los discursos. Se apunta al sermón más corto y al político menos verboso y más expresivo. Un secreto para que los sacerdotes y los políticos consigan adeptos es que hablen menos. Admitamos que las ideas tienen que ser comprimidas para que sean duraderas.

Eduardo Caballero Calderón, maestro de la brevedad, nos enseña en sus libros y en sus artículos de prensa el arte de expresar más pensamientos con menos palabras. Otros, en cambio, que incurren en la frondosidad lingüística, enredan tanto la mente entre hojarasca y falsa pedrería que terminan sin decir nada. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, dijo Gracián.

Y es que escribir corto y sustancioso (todo un ejercicio mental de disciplina, autocrítica y correcciones a granel) necesita tiempo y sacrificio. Lo largo, en cambio, es por lo general consecuencia de la improvisación y el afán. Flaubert podía tomarse una semana entera puliendo una página hasta darle la densidad deseada, y por eso su obra es inmortal. Margarita Yourcenar gastó 27 años concibiendo, madurando y reformando sus Memorias de Adriano hasta conseguir un texto maestro que es ejemplo de ajustada sabiduría. Ella les da a los escritores este consejo: “Esforzarse en lo mejor. Volver a escribir. Retocar, siquiera imperfectamente, alguna corrección”.

Luis Tejada, en nuestro medio colombiano, supo transmitir su pensamiento en mínimas y talladas frases y nos entregó notas de periódico, de aparente fugacidad, que se conservan como modelo de cátedra insuperable. Juan Rulfo alcanzó, con un solo libro que escasamente pasa de cien páginas, la gloria que otros no han logrado con veinte pesados volúmenes. Un escritor famoso de la época confesaba, ya al final de su carrera, que los libros suyos que más satisfacciones le dejaban eran los breves, pero que en los extensos había puesto sus mayores pretensiones (y puede pensarse que no sus mayores esfuerzos).

¿Por qué, entonces, se abusa de la palabra oral y escrita? ¿No se dan cuenta los escritores y los periodistas farragosos del desperdicio de papel y de la inutilidad de su producto? La velocidad del mundo contemporáneo no permite demasiado tiempo para la lectura, y quienes todavía leen pertenecen a una escasa minoría –por fortuna, minoría selecta–, mientras que el montón vive en otros planetas.

Contra todos estos obstáculos aún nos empeñamos en fabricar kilométricas obras que nadie lee. Y menos leerá mañana, en un futuro medroso que se avizora más frenético y menos diletante.

El Espectador, Bogotá, 27 de julio de 1984.
6Columnas, Santiago (Chile), octubre de 2009.