Inicio > Temas literarios > El arte de la brevedad

El arte de la brevedad

jueves, 2 de diciembre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Son pocos los escritores y los periodistas que dominan la técnica de la escritura breve y comprenden que el lector de la época busca digerir los temas de un soplo, como si se tratara de infusiones milagrosas. El mundo moderno viene en píldoras. Han pasado los tiempos de la lectura reposada que conocieron nuestros abuelos, y hoy se carece de sistemas, de calma y de capacidad reflexiva para detenerse en tratados extensos. Los cien cuentos de El Decamerón (repetidos y fatigantes) resultan impotables para esta época. Bocaccio no calculó la abreviatura de los mundos por venir.

El lector de moda se ha vuelto exigente al máximo y sólo se acomoda con la síntesis. Pretende dominar el planeta al vuelo, de un vistazo, y captar en pocas palabras y sin esfuerzo mental el medio ambiente que no siempre sabe interpretar. Es un simple glotón de sucesos. Los comentaristas de periódicos, que cuentan con un público más sumiso que los autores de libros, parecen ignorar, con todo, que se trata de una adhesión superficial, y tan movediza que desaparece con la misma rapidez con que se evapora la entretención de cada día.

Escribir corto, si se quiere despertar por lo menos un inicial interés en los ojeadores de noticias, sería el primer requisito para dar el paso siguiente que es el de la amenidad, sin la que es imposible conquistar simpatizantes. Siendo la concisión y el estilo ingredientes mágicos del buen articulista, no se entiende por qué se desbordan los límites tolerables y se utilizan tonos doctorales y melindrosos que ahuyentan posibles seguidores.

El momento actual lo quiere todo compensado, rápido y ojalá instantáneo. Al público lo fatigan los libros, lo duermen las conferencias, lo aburren los discursos. Se apunta al sermón más corto y al político menos verboso y más expresivo. Un secreto para que los sacerdotes y los políticos consigan adeptos es que hablen menos. Admitamos que las ideas tienen que ser comprimidas para que sean duraderas.

Eduardo Caballero Calderón, maestro de la brevedad, nos enseña en sus libros y en sus artículos de prensa el arte de expresar más pensamientos con menos palabras. Otros, en cambio, que incurren en la frondosidad lingüística, enredan tanto la mente entre hojarasca y falsa pedrería que terminan sin decir nada. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, dijo Gracián.

Y es que escribir corto y sustancioso (todo un ejercicio mental de disciplina, autocrítica y correcciones a granel) necesita tiempo y sacrificio. Lo largo, en cambio, es por lo general consecuencia de la improvisación y el afán. Flaubert podía tomarse una semana entera puliendo una página hasta darle la densidad deseada, y por eso su obra es inmortal. Margarita Yourcenar gastó 27 años concibiendo, madurando y reformando sus Memorias de Adriano hasta conseguir un texto maestro que es ejemplo de ajustada sabiduría. Ella les da a los escritores este consejo: “Esforzarse en lo mejor. Volver a escribir. Retocar, siquiera imperfectamente, alguna corrección”.

Luis Tejada, en nuestro medio colombiano, supo transmitir su pensamiento en mínimas y talladas frases y nos entregó notas de periódico, de aparente fugacidad, que se conservan como modelo de cátedra insuperable. Juan Rulfo alcanzó, con un solo libro que escasamente pasa de cien páginas, la gloria que otros no han logrado con veinte pesados volúmenes. Un escritor famoso de la época confesaba, ya al final de su carrera, que los libros suyos que más satisfacciones le dejaban eran los breves, pero que en los extensos había puesto sus mayores pretensiones (y puede pensarse que no sus mayores esfuerzos).

¿Por qué, entonces, se abusa de la palabra oral y escrita? ¿No se dan cuenta los escritores y los periodistas farragosos del desperdicio de papel y de la inutilidad de su producto? La velocidad del mundo contemporáneo no permite demasiado tiempo para la lectura, y quienes todavía leen pertenecen a una escasa minoría –por fortuna, minoría selecta–, mientras que el montón vive en otros planetas.

Contra todos estos obstáculos aún nos empeñamos en fabricar kilométricas obras que nadie lee. Y menos leerá mañana, en un futuro medroso que se avizora más frenético y menos diletante.

El Espectador, Bogotá, 27 de julio de 1984.
6Columnas, Santiago (Chile), octubre de 2009.

Comentarios cerrados.