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Los cuentos eróticos de Milcíades

viernes, 3 de diciembre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Dieciocho cuentos conforman el libro Manzanitas verdes al desayuno, de Milcíades Arévalo, director hace 37 años de la revista Puesto de Combate. Antes de hacer una reseña de sus cuentos, quiero destacar el acto de valor que significa mantener, sin patrocinio oficial y con mínimo apoyo privado, esta revista de tipo cultural que ha resistido, sin receso alguno, toda clase de contratiempos por cerca de cuatro décadas.

No solo se trata de una publicación pulcra, ésta de sus cuentos eróticos, sino que explaya historias de vivo interés que despiertan en el lector el entusiasmo suscitado por el verdadero cuento. Tales historias, que parecen extractadas de las propias vivencias del autor en su vida nómada por los mares del mundo a bordo de un barco mercante, tienen la virtud de pintar los ambientes sórdidos de los puertos, donde la pasión que prodigan las mujeres ocasionales es, por supuesto, flor de un día. O de una frágil noche de placer errabundo, para decirlo con mayor propiedad.

Caras femeninas pintadas de incitación y pecado, cuerpos lujuriosos que se compran con las presurosas monedas del tránsito naviero, besos que llegan y desaparecen bajo el vértigo del arrebato, mientras se escucha o se presiente el pitazo del barco en su ruta hacia el puerto próximo, son el panorama que se vislumbra en varios de estos cuentos movidos por la eterna sed de amor y compañía que tiene el hombre.

Hay en estos relatos un hilo común que enlaza las historias: no aflora en ellas el amor verdadero, sino la pasión vagabunda que camina lo mismo en las paradas del barco que en las calles caóticas de la ciudad, y lo mismo en la intimidad del cuartucho hotelero que en la alcoba lujosa. Por doquier deambulan los actores como tránsfugas de la comedia humana. En este ir y venir de un lado a otro, sin afecto ni pertenencia y siempre con el alma mustia, se agiganta la soledad.

Es la soledad el personaje central de estos cuentos de angustia que surgen dentro de un mundo manejado por la frivolidad y el placer barato. Solo en uno de ellos aparece el amor correspondido, y el lector, contagiado de la soledad que recorre las 114 páginas del libro, clama por que se detenga allí la acción, a fin de darle respiro a su propia alma que parece ahogarse en medio de la desesperanza. “Y aunque tú no lo creas –dice uno de los personajes abatidos por el tedio–, donde quieras que vayas siempre encontrarás la misma soledad y la misma lluvia”.

Cuando en otros episodios hace presencia el vendedor de libros que recorre los caminos ardientes de la Costa Atlántica, el autor de la obra no tiene necesidad de disfrazarse bajo otro manto, porque es él mismo, bien lo sabemos, con sus cajas viajeras de pueblo en pueblo a la caza de esquivos compradores de su mercancía insólita. Varias veces se menciona el libro como el alimento espiritual del viandante precario, en sus inicios como vendedor, y del consumado lector que llegará a ser Milcíades en su vida de estudio y reflexión. Tributo afortunado que se rinde al libro como la razón de ser de las mentes superiores, así sea en medio de los ajetreos, los infortunios y la soledad de la dura existencia.

Estos cuentos autobiográficos, con su fondo de mar y de río; de puertos azotados por la miseria, el vicio y el amor mercenario; de calles citadinas donde el hombre vive solitario, vejado y angustiado en medio de la muchedumbre; de libros en perpetua floración, son la cabal expresión de la vida contemporánea. Mejor: de la vida de todos los tiempos, porque la humanidad nunca cambia.

Y brota en estas páginas elaboradas con rigor estilístico y buenas dosis poéticas, el ansia del amor verdadero como el sueño imprescindible que justifica la existencia del hombre en la tierra.

El Espectador, Bogotá, 28 de septiembre de 2009.
Eje 21, Manizales, 29 de septiembre de 2009.

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