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¿Cuál es su hobby?

lunes, 2 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Exponiéndome a la censura de Lexicófilo, quien con envidiable paciencia sostiene en las pági­nas de El Espectador su asidua cátedra del buen decir, donde predica purezas y reprocha imperti­nencias, y con perdón suyo por usar un término extranjerizante (¿estará patentado este vocablo?), voy a hablar del hobby. Podría sustituir la pala­breja por el colombianísimo pasatiempo, al que todos somos adictos. Pero no confundamos el hondo sentido de un hobby con cualquier clase de holgaza­nería. Es preferible tirárselas uno de gringo, antes que de sapiente, con tal de hacerse entender, o fin­gir no entender a los demás. Y ya se verá que hobby y pasatiempo son la misma cosa, aunque más expre­sivo el primero, sobre todo si no se trata de una dis­tracción cualquiera.

La persona necesita constantes dosis de relaja­mientos para mantener erguido el espíritu y no declinar como cualquier político en desgracia, que por estas épocas electorales los hay muchos alicaí­dos por no saber practicar la afición, o el hobby –que debe ser constante y no de última hora– de mover, de agitar las masas. Cuando hablo de ma­sas, obvio que me refiero a las multitudes, ese cuer­po informe que, por más adormecido que parezca estar, se levanta como un coloso cuando se trata de ungir a sus representantes o de rasgar títulos equi­vocados a quienes se durmieron sobre laureles mar­chitos; y no a otra clase de masas, que también deben ser agitadas para que se mantengan vigoro­sas, aunque no precisamente con fines electorales.

Las candidatas en conquista de corona exponen disímiles gustos. Desde practicar la nata­ción o el tenis, lo que no siempre resulta evidente ante algunas gorduras que hablan otro idioma; o arrobarse con la música clásica, cuando este género está desterrado de las discotecas; o disfrutar con los clásicos, sin precisar cuáles, siendo lo más posi­ble que el pimpollo se atomizaría si se le preguntara si mi tocayo Flaubert es un arzobispo o un violinis­ta; o combinar enredadas recetas de cocina, cuando bien sabe su apenada progenitora que la única habi­lidad culinaria que posee es la de ponerle la sazón a los huevos pasados por agua.

¡Vaya ociosidad la de preguntarle a la gente por su hobby! El verdadero pasatiempo, lo que a usted más lo distrae, lo que a veces lo chifla, no es para difundirlo. Hay gustos tan íntimos, que son inconfesables. Tan simples, que apena el revelarlos. Tan bobalicones, y al mismo tiempo tan deleitosos, que perderían su gracia si se divulgan.

Si la gente, en estas tontas entrevistas a reinas, políticos, toreros, ciclistas y cuanto personaje real o ima­ginario se atraviesa, contara su auténtico hobby, sabríamos cosas como estas: el doctor Botero, con todo y sus 56 años, goza todavía hurgándose la nariz como en sus mejores años de escuela; doña Cleotilde, la solterona, se encarama todos los días en bikini al tejado de la casa y allí sueña dos horas con Tarzán; don Edilberto, tan pulcro y meticuloso, guarda en una cajita las etiquetas de cuanta cami­sa se estrena y se divierte con ellas en sus ratos de ocio; el siquiatra Rojas duerme con los pies sobre la cabecera de la cama; y su mujer, para compla­cerlo y porque también se acostumbró a gozar con la misma posición, hace lo mismo.

Es el hobby, ante todo, un ingrediente casero para calmar la acidez de la vida. ¡Ah si los esposos y las esposas hablaran! Pero que hablaran claro. La lista anterior se complementaría con las invencio­nes más insólitas, no todas publicables, pues una de las ventajas del matrimonio consiste en que el se­creto deja de serlo si se comparte entre más de dos.

Que no se siga especulando con la cacería, ni con la natación, ni con los libros, ni con la música, ni con la culinaria, ni con tanta mentira inútil, pues el verdadero sabor de lo agradable, de lo melifluo, de lo realmente tonificante, permanece oculto. Ahí está el detallo, como dice Cantinflas. ¿Dónde? ¡Averígüelo y encuéntrelo cada cual! Y hágase feliz la vida.

No divulgue el secreto. No conceda entrevistas. Y siga el ejemplo de mi amigo que, después de haber todos manifestado sus gustos, sus pasatiempos, sus aficiones, sus manías, sus chifladuras, (¿serán sinó­nimos, don Lexicófilo?) remató la encuesta con­fesando que él también tenía su hobby pero no le suministraba la dirección a nadie.

La Patria, Manizales, 12-II-1974.

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