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Las cosas simples

lunes, 2 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Comienzo a teclear mi vieja Underwood con el complicado empeño de tornear en una breve nota de periódico las ideas que van y vienen y que revolotean en el cerebro insinuándome que, si he de llenar esta cuartilla de presentación a La República, lo haga en forma llana, sin barnices ni artificios. No hay nada tan grato como la lectura fácil, desprovista de adornos postizos y engañosas palabrerías.

¡Mas qué difícil escribir con sencillez! ¡Y qué fácil torturar a los lectores con el lenguaje presuntuoso, con los modales afectados! A la humanidad, no contenta con vivir en esta época enrevesada, le gusta buscar complicaciones. El mundo está lleno de escollos porque nos hemos olvidado de las cosas simples. Acabo de cerrar un libro de Anatole France, el delicado, el profundo maestro de la sencillez y fino genio de la ironía, y me siento refrescado; pero se me ha enredado una nota de periódico que me ha producido escozor por lo ruda y desapacible. No me ha quedado otra solución que leer de nuevo a Anatole para sentirme reconfortado y no malograr la buena intención de este artículo.

Debería ser la sencillez la primera regla de la vida. Pero el hombre, amanerado y orgulloso, no se conforma con lo natural y anda en permanente búsqueda de hechos extravagantes, de situaciones insólitas, de aventuras absurdas.

Todo lo torna confuso, y aun los casos más comunes se hacen tortuosos por haber desaparecido el instinto primario, el sentido de la lógica. El mundo está falseado.

Hacia cualquier latitud a donde se mire, el horizonte se verá borroso. Las dificultades abundan en la misma forma que escasea la vida descomplicada. ¡Pobre humanidad empeñada en buscar la felicidad en paraísos ficticios, olvidándose que no hay mejor paraíso que nuestro propio mundo interno.

Escribir un artículo es algo serio. Tan serio, que no sé cómo salir del apremio con el generoso amigo de La República que me tiene tecleando mi sufrida Underwood en cacería de ideas que no se dejan atrapar del todo. Pero, considerándolo mejor, quizás no sea tan difícil llenar una cuartilla si nos acogemos al pensamiento espontáneo, si rechazamos lo sofisticado, si convertimos el acontecer cotidiano en pequeñas grageas de inspiración.

¿Para  qué rebuscar temas encumbrados o inaccesibles si la solución está en las cosas simples? A nuestro lado se mueve, palpita la noticia. Pongámosle el alma. Pero no hagamos lo del topo: que «piensa muy bien con sus patas, pero no piensa más allá de sus patas».

La República, Bogotá, 16-II-1974.

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