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Posdata al censo de población

lunes, 2 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha quedado la impresión de la realidad demográfica del país. Se dice que los defectos técnicos y humanos de esta ingente tarea de empadronarnos para determinar en qué forma nos hemos desa­rrollado y qué programas serán necesarios para plantear el futuro, fueron tan protuberantes que en lugar de cumplirse el precepto bíblico de «creced  y  multiplicaos», ha disminuido la población, o por lo menos no se han logrado las metas previstas para un país amante de la natalidad.

Se acentúa la insatisfacción en varias regiones. Se habla, también, de que los datos de 1964 quedaron inflados. Pero no puede pensarse aún con fundamento en el deterioro de las estadísticas del censo actual, cuando las informaciones son parciales. Han salido a flote apenas unos pocos avances sobre la población urbana, y será preciso esperar un tiempo más para abarcar las zonas rurales y proclamar, entonces, cuántos somos en total los miembros de esta prolífica familia colom­biana.

Los avances en ciertas ma­terias no son convenientes. Recuérdense los anticipos so­bre las pasadas elecciones presidenciales que por poco hacen desquiciar el equilibrio de la nación. Es preferible la noticia redonda. Los informes fragmentarios desconciertan. Se aventuran cálculos, se anticipan acontecimientos, se recortan curules, se metamorfosea la realidad. Existe motivo para que así sea, partiendo de la base de que la organización fue deficiente y dejó como consecuencia la impresión de que todo se encuentra torcido.

No es razonable, con todo, desconfiar del resultado final sólo en razón de las deficien­cias operativas. Son estas, al fin y al cabo, razonables fallas humanas dentro de una em­presa gigante. La estadística, que no puede ser precisa, es un medio de aproximación y sondeo que sienta bases confiables para proyectar el desarrollo. Colombia tiene detectado un índice de crecimiento del 3.2% anual en su población, factor elevado y alarmante. A ese rit­mo la población se duplica cada treinta años, fenómeno peligroso para un país en constante crisis inflacionaria.

El censo comienza a probar que esa tasa es correcta, y que si acaso ha decrecido al 2.9%, según apreciación del director nacional del Dane, índice que de todas maneras es ex­plosivo. Significa esto que la ci­fra de 23 millones calculada para 1973 va a resultar corro­borada por la computación en camino.

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Tenemos el caso del Antiguo Caldas, fraccionado hoy en tres departamentos pujantes que, dentro de la sana emulación que ha sido el motor de su progreso, guardan cierto celo, cierta constructiva pugna por su desenvolvimiento social y económico y desean al propio tiempo que sus respectivos territorios sean cada vez más populosos.

Armenia, Manizales y Pereira –el orden es puramente alfabético– están entre las diez ciudades más pobladas del país y las tres registran una tasa promedia de crecimiento del 5.5%, o sea, un progreso acelera­do pero preocupante.

Estas tres ciudades, her­manas pero competidoras, que quieren ser cada día más grandes –un deseo apenas na­tural–, se sienten disminuidas con los datos informales del censo. Existe general preocupación y se acusa al Dane de andar equivocado. Esto parece un contrasentido, si el aumento de la población engendra grandes problemas cuando no corre armónico con el mejoramiento del los medios de vida. Este es el lado flaco, pues las tres ciudades, conforme crecen, afrontan mayores dificultades. Lo mismo ocurre con los otros grandes centros del país, y con el país en general.

Armenia, lo mismo que Pereira y Manizales, están insatisfechas porque sus áreas urbanas parecen comprimidas. Figuras destacadas del antiguo Caldas han escuchado en Manizales la exposición del director nacional del Dane y se muestran más conformes. Armenia, la menos satisfecha. La consolidación de cifras, según el funcionario del Go­bierno, demostrará a la postre que no hay estancamiento y sí crecimientos acordes.

Armenia contabilizó 73.000 personas en 1951 y 156.000 en 1964, o sea que en once años aumentó la población en algo más del doble. ¿Podrá darse una base firme de credibilidad a esta cifra de 1964 –época de violencia– cuando se comenta del éxodo de la población quindiana hacia otros centros del país? ¿Habrá que pensar que aquella suma quedó inflada y que la actual va a consultar mejor la realidad? Son in­terrogantes para un análisis sereno.

El cálculo de Armenia para 1973 estaba previsto en 200.000. El casco urbano, según los primeros indicios censales, llegará a 140.000. Se estima la población rural en 30.000 y a esto se le agregará aproxima­damente el 10% de «carga», que llaman, o sea, el ajuste por las fallas humanas y técnicas, y tendríamos una urbe de 187.000 almas. Se dice que la pujante Ciudad Milagro pasa de 250.000.

Como doctores tiene la Santa Madre Iglesia, que ellos des­cubran la verdad. La ciudad lleva, indudablemente, un vertiginoso índice de prosperi­dad, que la coloca en los primeros lugares del país, so­bre todo después de quedar atrás la lacra de la violencia. ¿Está corriendo paralelo el desarrollo de Armenia? Parece que sí. Cuenta, en efecto, con una clase dirigente activa, que planea, que avizora, que busca y rebus­ca soluciones y que mira con optimismo el porvenir.

Hay dificultades económicas y sociales, claro está. Se presenta desocupación, miseria, déficit de vivienda y, por encima de todo, un elevadísimo costo de la vida, nacido seguramente bajo el influjo de la prosperidad cafetera, y, de pronto, como consecuencia de la explosión demográfica. Lo importante para el Antiguo Caldas, y particularmente para el Quindío, que había recibido el azote de la violencia, es que el progreso es ostensible. Las condiciones de vida han mejorado en forma significativa.

La República, Bogotá, 21-II-1974.

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