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Pedro E. Páez Cuervo

martes, 1 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Poeta colombiano, oriundo del departamento de Boyacá. Murió en 1971, en Villavicencio, la puerta del Llano, a los 63 años de edad. Una de sus pasiones habían sido las llanu­ras de Casanare —que en Colombia reciben el nombre gené­rico de El Llano, o Los Llanos—, donde pasó largos años prac­ticando la medicina y aspirando paisajes. Son las mismas lla­nuras que inspiraron La vorágine, de José Eustasio Rivera, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos.

Pedro E. Páez Cuervo, mi padre, toda la vida ardió en fiebre de poesía. Y murió en soledad de poeta, embriagado por su Llano sentimental. Murió en su ambiente. Era poeta enamorado de la mujer, el paisaje, los ríos, la aventura. En las llanuras ilímites de su corazón y de su territorio de bravas toradas y nocturnales corridos amorosos explayó sus sentimien­tos. Su patrimonio eran los versos. Y los cambiaba por una sonrisa. Un día exclamó:

Yo cambio un soneto por una sonrisa

que alivie las penas de mi soledad.

Y encimo un poema que le hice de prisa

a los bellos ojos de una poetisa…

¡Doy todos mis versos por una amistad!

En la poesía practicó diversos géneros: el amoroso, el sen­sual, el paisajista, el satírico. Durante la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, por allá en 1953, tomó el seudónimo de Kasimiro y con él escribía en el periódico El Siglo, de Bogotá, violentos ataques en verso, llenos de punzante humor, contra el gobierno despótico.

Fue, con todo, poeta inédito, si por él se entiende el que no ha publicado ningún libro. Pero sus poemas, y no sólo los de la circunstancia política, tuvieron difusión en periódicos y revistas. Dejó varios libros listos para la imprenta, entre ellos una novela, La dama del perfume. Son los de poesía: Casanare, Parodias y plagios,  Saetas azules,  Constelación de sonetos (antología de 100 sonetos de España y 300 de Colombia, clasificados por temas). Al comienzo de estas pá­ginas anotó: «La poesía es la luz de los astros hecha estro­fas. Si queréis conocer a fondo un pueblo, leed primero a sus poetas. El poeta no es más que un mentiroso que siempre dice la verdad”.

De viejos archivos, de amarillentos papeles olorosos a tiempo y añoranzas, he sacado la muestra poética que aquí se ofrece, para hacer surgir del olvido una voz romántica silen­ciada hace 17 años, que seguirá vibrando, a pesar de la pátina de los días, con el eco eterno de la poesía.

Revista Nivel, Ciudad de Méjico, octubre de 1988.

 

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