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Jazmín desnuda

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Para Fernando Soto Aparicio el arte de escribir es una urgencia biológica. Tan indispensable como respirar. Nació escritor, se hizo escritor, se mantiene escritor. Su obra pasa ya de cuarenta volúmenes publicados. En po­co tiempo –ya lo veremos– sus libros superarán sus años de vida.

Cuando una editorial le lanza el nuevo título, ya viene otro en camino. Se aísla por temporadas en algún sitio apartado, lejos del mundanal ruido, para tramar su próxi­ma novela. «Como la literatura es una especie de enferme­dad no necesariamente mortal pero sí incurable, yo sigo insistiendo», me dice al entregarme sus últimos tres li­bros: Jazmín desnuda, Lecturas para acompañar el amor y La estrecha relación entre literatura, filosofía e his­toria.

Con Jazmín desnuda acaba de ganarse un premio nacional. Voy a ocuparme de este libro –su novela número 19– después de haber devorado las breves y apasionantes páginas con que el autor, amplio conocedor del mundo secreto que se esconde en los entresijos de la televisión, incursiona en los enredos, los conflictos y los lances amorosos de esta vida artificial. Soto Aparicio, además de escritor permanente, ha sido guionista profesional del cine y la televisión y por eso no ignora las artimañas que se tejen en estos vericuetos.

Pintando las pasiones y los amoríos que surgen en la sociedad farandulera, el novelista consigue, sin incu­rrir en cursilerías pornográficas, idealizar el sexo como fuerza inmanente del amor. Aquí Soto Aparicio, que ya en otras ocasiones ha tratado el tema del erotismo con buena fortuna, demuestra que el amor es el mayor regalo que Dios depositó en el corazón del hombre; y para que el amor se realice, debe ser sensual, porque sensual es la esencia del hombre.

Esta realidad inocultable, que los seudomoralistas pretenden sofocar con censuras inútiles, es una verdad limpia que fomenta el desarrollo de la personalidad. Cuando el sexo se reprime, el individuo se traumatiza. Este choque síquico va contra la ley natural, y Dios no puede condenar los actos propios de la naturaleza humana. Siendo el sexo una función innata, es también una conquista, un emblema del amor. Pero cuando se vul­gariza para volverse pornográfico, es el propio indivi­duo el que degrada la dignidad de amar.

Fernando Soto Aparicio, en quien prevalece su con­dición mística –a pesar de ciertas obras suyas que pu­dieran catalogarse de atrevidas en materia erótica–, sabe que amor y sexo son inseparables en la verdadera comunión de pareja. Dice él que «el mejor momento entre un hombre y una mujer es aquel que sigue a la pasión, cuando la llama del deseo se apaga y queda un rescoldo de cariño».

Las fantasías sensuales que estimulan el interés de la nueva obra del escritor boyacense, manejadas con lenguaje vibrante y recursivo y dentro de un ambiente poético, logran alta calidad estética. El orgasmo pro­longado del amor, que se siente en todos los capítulos de la novela, cumple el propósito de mantener viva la llama del afecto. El libro es otro tratado del amor, que esta vez penetra en el mundo frenético y también frívolo que se agita en los medios seductores y fanta­siosos de la televisión.

Novela de intrigas, de arrebatos, de trampas, de acción policíaca, de frustraciones, de sexo, de fuga­ces momentos de pasión y amor. El novelista conoce el terreno que pisa. Y tan bien lo conoce, que su obra levantará ampollas.

El Espectador, Bogotá, 1-VII-1989.

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Comentario:

Celebro su excelente artículo sobre la laureada novela Jazmín desnuda del admirado escritor Soto Aparicio. Jorge Marel, Sincelejo.  

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