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El designado ideal

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Otto Morales Benítez ha debido ser presidente de Colombia hace muchos años. Pienso que su propio par­tido, al que ha servido con dedicación, desvelo y brillo ejemplares, no le ha correspondido con largueza lo que él le ha entregado en lealtad y eficiencia. Luchador de las ideas liberales, ha estado siem­pre comprometido –desde los cargos de representación popular, los ministerios y demás ges­tiones que ha desempeñado– con la suerte de su colectividad y el progreso de la patria.

Algunos de sus copartidarios, movi­dos por afanes menores, no enrienden ni entenderán el sentido de este intelectual e ideólogo que concibe al Estado como el supremo generador del bienes­tar social y la moral pública, y que combate, por consiguiente, la corrupción y los vicios políti­cos como pecados nefandos de la democracia.

Desde hace 15 años se menciona el nombre del político y escritor caldense para presidente de Colombia. Desde Manizales, en artículo de La Patria aparecido en octubre de 1976, Adel López Gómez propuso esta candidatura como un anhelo racional. Cuatro años más tar­de, en noviembre de 1980, el diario manizaleño –de clara estirpe conservadora– proclamó el nombre de su coterráneo como una esperanza sentida en el país. Otros diarios han mirado con simpa­tía esta posibi­lidad que por épocas ha vuelto a contemplarse.

El Espectador tomó causa, en el mismo año 80, con la bandera moral que representa­ba, como lo representa hoy, la presencia del colombiano ilus­tre en el debate de los temas nacionales. Desde Pereira arran­có un movimiento dirigido por prestantes intelec­tuales (como Carlos Lleras Restrepo y Pedro Gómez Valderrama), líderes cívicos y políticos de todas las regiones, escritores, periodistas y ciuda­danos comunes, todos compro­metidos con una campaña dig­na.

Quienes seguíamos con entu­siasmo aquella perspectiva, que cada vez ganaba mayor fuerza popular, lamentamos después que el propio candidato retirara su nombre como consecuencia de los apetitos e intrigas con que los conocidos saboteadores de las causas grandes volvían tor­tuoso el proceso democrático. Cuando en aquel momento se trataba de purificar de impure­zas el ambiente político, los tra­moyistas de siempre fraguaban oscuras maniobras para impe­dir el triunfo de este hombre recto. Pasados los años, consi­dero hoy que si Otto Morales Benítez se hubiera mantenido en la lu­cha, a la postre habría resultado triunfante. La victoria es obra de la resistencia.

El mismo deplorable episodio se ha repetido varias veces en años posteriores. El caso es irónico, por no decir que penoso: mientras Morales Benítez es admirado en diversos países –donde se le conoce y reconoce como notable escritor y estadista–, en su propia patria y desde su propio partido se le cierra el paso. Así se frustra una espe­ranza nacional. La misma histo­ria ocurrió en 1946 con otra brillante figura liberal, que hubiera sido uno de los grandes presidentes de Colom­bia: Gabriel Turbay.

Pocos colombianos poseen tanto conocimiento del país como Otto Morales Benítez. Es una reserva desaprovechada que buena falta le hace a Colombia, por su formación intelectual, su ética, su experiencia en el manejo de los asuntos públicos, su equilibrio y probada capacidad de estadista. El país necesita gente madura. Es preciso buscar hombres de calidad, verdaderos veteranos que nos ayuden a salir de la encrucijada.

El Espectador, Bogotá, 28-V-1992.

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