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El rito del agua

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En agosto de 1537 ardió en Suamox –hoy ciudad de Sogamoso– el Templo del Sol, centro y corazón del imperio chibcha. Estos indios, llamados también muiscas, habitaban en las altiplanicies de la cordillera Oriental (Boyacá, Cundinamarca y un extremo de Santander) y eran grandes adoradores de los astros y en especial del astro rey. Era un pueblo pacífico que se dedicaba al campo, a la alfarería y a la fabricación de gran variedad de joyas y figuras elaboradas en oro y cobre.

Una de las preocupaciones de los esposos Eliécer Silva Celis y Lilia Montaña de Silva, directores y fundadores del Museo Arqueológico de Sogamoso, es la reconstrucción del Templo del Sol, tarea gigante en la que vienen trabajando desde hace largos años. Silva Celis, exrector de la Universidad Tecnológica y Pedagógi­ca de Colombia, es antropólogo de renombre mundial, con grado en la Sorbona y títulos académicos de va­rios organismos internacionales, y autor de vasta bibliografía sobre las culturas precolombinas. Su esposa Lilia, también es­critora, ha puesto énfasis en los temas del folclor, siendo autora, entre otros, del libro Mitos, leyendas, tradiciones y folclor del lago de Tota.

Ahora se dedican a la organización de la Fiesta del Huan, la más solemne de las celebraciones de los chibchas en honor del Sol. Encuadrada dentro de los actos con que se recuerdan los 500 años del Descubrimiento de Amé­rica, la fiesta sogamoseña (que se realiza el 15 de noviembre) rinde homenaje a los valerosos antepasados que forjaron nuestra nacionalidad. Los chibchas, que a la llegada de los españoles se encontraban en pleno auge, fueron dominados con facilidad como pueblo tranquilo que era. Alejado de acciones guerreras y entregado a la depuración de sus habilidades artísticas, de él hereda­mos la vocación de ceramistas, orfe­bres y escultores.

Los chibchas profesaban, además, el culto del agua. Esto les imprimía alma poética y los ataba a la naturaleza como motivo de regocijo y creación. Sabían que el agua nace desde los mismos albores de la raza humana y que es, por consiguiente, compañera inseparable del hombre y musa bienhechora de todos sus apre­mios, sin la cual es imposible la supervivencia. Era tanta su venera­ción por ella, que la consideraban un mito, una gracia de la vida, una bendición de los dioses.

La admiración que rendían a los ríos y a los manantiales es el suceso sagrado que bien vale la pena refrescar en esta época de sequías, en pleno siglo XX, cuando el país ha dejado disminuir las fuentes primige­nias que Dios le regaló. Siendo el agua elemento purificador por exce­lencia, los chibchas la usaban como remedio lustral en la Fuente Sagrada de Conchucua, donde el sumo sacer­dote de Suamox hacía abluciones diarias.

Nuestro atraso de hoy, por más progresos tecnológicos y de todo or­den que han surgido por doquier, es de 500 años frente a la cultura de los muiscas. Mientras ellos considera­ban el agua un bien nutricio y espiri­tual, nosotros la malgastamos, la infectamos y asesinamos. ¡El agua se asesina, lo mismo que un ser humano, porque también tiene alma!

Este par de boyacenses ilustres, Eliécer Silva Celis y Lilia Montaña de Silva, en buena hora reviven, con la Fiesta del Huan, una imagen del pasado legendario para fortalecer la fe y agrandar la esperanza en estos momentos de disolución nacional.

El Espectador, Bogotá, 19-XI-1992.
Aristos Internacional, n.° 24, Torrevieja (Alicante, España), octubre de 2019,

 

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