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Gloria a un colombiano

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La principal actividad de Álvaro Orduz León es la publicidad. Es pionero de ese campo en Colombia. Sus contemporáneos recuerdan cuando estableció la primera agencia en Bogotá, por la misma época en que Germán Pardo García también incursionaba en el arte publicitario. Orduz León siguió de publicista toda la vida, hasta consolidar la fama de que hoy goza tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Pocos saben que Álvaro es también poeta. Poeta y escritor, ya que es autor de un libro publicado y de frecuentes comentarios periodísticos. Es una mente versátil y arrolladora –un poco a lo quijote– que se ha prodigado lo mismo a su oficio de publicista que a su pasión litera­ria. Quizá la rama económica opa­có un poco su fibra espiritual.

Con este preámbulo quiero des­tacar el hecho de que Álvaro ha sido enaltecido en Méjico como autor de un soneto maravilloso a don Quijote, a quien tanto le debe. Ahora ambos se deben mutua­mente, ya que el poema del colom­biano quedará grabado en el pe­destal de un grandioso monumen­to que el Instituto Mejicano de la Nutrición (una de las entidades de mayor relieve científico en el país azteca) levanta en su plaza cívica como homenaje al inmortal caba­llero de la lánguida figura.

El soneto, escrito en 1984, lo publicó Álvaro alguna vez en la prensa mejicana. Una tijera acuciosa lo recortó y años después lo incluyó en una antología en honor de don Quijote, donde figuran 147 poemas de autores tan renombra­dos como Unamuno, León Felipe, Rubén Darío, Octavio Paz, Dáma­so Alonso, Gerardo Diego, Óscar Echeverri Mejía, Guillermo Valen­cia, Antonio Machado, José María Pemán, Jorge Luis Borges, Álvaro Mutis.

Al escogerse de esa selección el mejor poema para fundirlo en bronce, la gloria se la ganó el colombiano. Es un gran tanto para él como para nuestra patria. Un académi­co notable, que conoce la vena poética de Álvaro Orduz León, dice que pertenece a la «poesía secreta».

Ahora al poeta clandesti­no se le coloca en Méjico la corona de laurel, y en Colombia lo acompañamos con vítores patrióticos. Nada tiene que envidiarle su com­posición a los mejores sonetos clásicos de la lengua. Aquí se transcribe, para que sea el lector quien juzgue:

La cruz y la rosa

¡Oh señor don Quijote, taumaturgo andariego

que tejiendo milagros con los sueños que hilvanas,

conviertes en palacios las fondas al­deanas

y en príncipe engolado al rustico labrie­go!

No das pausa a tu mente, ni a tu brazo sosiego.

En desfacer entuertos te entregas y te afanas.

Eres el héroe noble que todas las mañanas

escribes una página de tu valor manchego.

Regresa, don Alonso, otra vez a esta tierra

hundida en el delito, los odios, el dinero;

y de nuevo vestido de andante caballe­ro

suelta palomas blancas donde truene la guerra

y muéstranos, erguido, en señal de esperanza

una cruz en el pecho y una rosa en tu lanza.

El Espectador, Bogotá, 25-VI-1992

 

 

 

 

 

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