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Mataderos clandestinos

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Esto de los mataderos clan­destinos no es nuevo en Bogotá. Uno de ellos exis­te desde hace veinticuatro años y ha sido cerrado catorce veces por las autoridades. Y a los pocos días entra de nuevo en actividad, a los ojos de la propia policía. El Gato, su dueño, ha ido varias veces a la cárcel y luego sale de ella, orondo, a seguir burlándose de la justicia.

En Bosa nadie ignora que el matadero está situado en la ve­reda San Bernardino. Todos co­nocen al dueño. Una viejita del sector explica así la libertad de que éste goza: «es bastante ma­nilargo en las propinas para los policías». Si todo el mundo ve las maniobras de este empresa­rio de la ilegalidad, ¿por qué no hay castigo de la justicia? Por lo que cuenta la viejita.

En Bogotá y en las poblacio­nes vecinas hay veinte matade­ros clandestinos. Es más: se sabe el sitio exacto donde fun­cionan. Algunos policías llevan de allí para el consumo casero, desde luego obsequiada, la car­ne de caballo o de burro o de mula, e incluso de bovinos, car­nes que no cumplen con los requisitos de control veterina­rio.

El problema del país es ese: la tolerancia, la impunidad, la ley del silencio. Las propinas de que habla la viejita, o sea, el soborno, el billete generoso, la compra de la justi­cia, permiten que los gatos se escabullan y los delincuentes se multipliquen. Nos están metien­do gato por liebre.

Todos los días entran a Bogo­tá, por todos los retenes, camio­nes cargados de caballos para su sacrificio, a cuchillo limpio, es decir, con salvajismo y sin ningún control sanitario. Algunos ani­males llegan muertos, y su car­ne también se vende. Se matan animales con graves enfermeda­des transmisibles al hombre.

Esta carne, que se ofrece barata, tiene principal salida en los ba­rrios pobres. En los pisos mu­grientos de los mataderos se depositan, en tremenda mesco­lanza, vísceras, patas y toda clase de desperdicios, que los compran firmas clandesti­nas para la fabricación de sal­chichones y embutidos. Todo un engranaje, en fin, que está enve­nenando al pueblo.

La sola relación de estos hechos produce náuseas, lo cual no debería convertirse en material para Salpicón, espacio que sugiere buena sazón. Pero la verdad no puede ocultarse. Las dudas son obvias: ¿Qué hace el Ministerio de Salud Pública, que desde tiempo atrás conoce estas pestilencias, para proteger la salud del pueblo? ¿Qué hacen las autoridades sanitarias de la capital? ¿Se han vuelto ciegos y sordos los alcaldes de Bosa, Fontibón, Soacha, Silvania, Sibaté, La Calera, Sopó y los otros municipios?

Se autorizó hace poco el sa­crificio de caballos para el con­sumo humano. Lo cual es un contrasentido, ya que en Co­lombia no existe una raza equi­na apta para el sacrificio. Tam­poco hay ningún matadero legalmente autorizado. Como su construcción, con todas las de la ley, valdría alrededor de cien millones de pesos, es mejor se­guir con los mataderos ilegales, donde se matan a bajo costo caballos viejos, enfermos, cadavéricos.

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Debido a la intervención de la prensa, a raíz de la denuncia hecha por la Asociación Defensora de Animales (ADA), fue cerrado el matadero de Bosa. El Gato quedó al descubierto, una vez más. La viejita soltó sus verdades. Todo, en apariencia, ha sido controlado. Esta columna se aplazó un buen tiempo, adrede, a fin de que alguien se cerciore hoy si  existe quietud (diurna y nocturna) en San Bernardino…

El Espectador, Bogotá, 31-X-1991.

 

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