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Una flor para Mariela

viernes, 11 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

De Armenia me llamó una amiga a contarme la muerte de Mariela Gutiérrez Sanz. Noti­cia brusca, y desde luego dolorosa. Desde mi venida del Quindío, que va para diez años, había perdido de vista a Marie­la. La suponía gozando del  reposo gratificador después de su larga y meritoria vida de trabajo. Cuando en 1969 lle­gué a la capital del Quindío como gerente del Banco Popular, ella fue mi secretarla.

Ocupaba esa posición desde varios años atrás. Secre­taria de lujo, a quien la ciuda­danía admiraba por su sim­patía, su don de gentes, su corrección a toda prueba y su maravilloso espíritu de servi­cio. Era un nervio de la oficina. En ella se conjugaban múltiples virtudes para hacer de su presencia en la entidad bancaria motivo de orgullo para esta empresa con vocación social.

Ágil, discreta, refinada y efi­ciente, tales las normas bási­cas con que Mariela, cual abejita laboriosa, atendía el tráfago febril de los clientes de banco. Sabía dispensarse al público con amabilidad, con donaire, con una sonrisa en los labios. Sus sutiles encan­tos femeninos no le disminuían el olfato para distinguir la diver­sidad de gentes que transita­ban por la atmósfera calen­turienta del dinero.

Se conocía al dedillo, de tanto trajinar en los altibajos del capital, las intimidades económicas de la clientela. Era, más que la secretaria ejecu­tiva, la asesora y la confi­dente. No se entrometía en la vida de los negocios, pero una simple alusión o una mirada maliciosa eran suficientes para sembrar motivos de preocu­pación. Sus juicios fueron siempre certeros.

Era la secretaria perfecta: inteligente y reservada. Su temperamento nervioso le hacía, en ocasiones, extremar su fino sentido del deber y la responsabilidad. La dignidad de su vida fue su mayor pre­sea. La ciudadanía admiraba su pundonor y exquisita feminidad. Cuando se retiró del banco, llamada por superiores destinos, dejó hondo vacío. Pero su amis­tad nunca nos abandonó.

Hoy el recuerdo se conmueve con la noticia de su muerte prematura. Mi familia y yo deploramos su partida. Y depositamos en su tumba una flor de cariño y recordación.

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-XII-1992.

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