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Archivo para miércoles, 14 de diciembre de 2011

El Banco Popular en venta

miércoles, 14 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

A lo largo de sus 43 años de existencia, al Banco Po­pular se le ha considerado la entidad financiera más ligada al sector oficial. Cuando en 1957 se hundió en  aguda crisis moral y económica como consecuencia de los descalabros sufridos en la dictadura del general Rojas, el Gobierno siguiente lo salvó del desastre. Superada la bancarrota, vino un lento período de saneamiento dirigido por el doctor Eduardo Nieto Calderón. Años más tarde, la institución competía con la banca grande y prestaba excelentes servicios a la gente de escasos recursos económicos.

La pequeña y mediana industrias, que se mantenían marginadas de la banca tradicional, encontraron en el Popular su mejor aliado para el progreso.

Se convirtió en el banco de mayor sensibilidad social del país. El apoyo que brindaba al pequeño comerciante, al artesano, al ama de casa o al empleado público, tan carentes de protección financiera, le hizo acrecentar la fama de Banco de los pobres, como lo fue en forma muy marcada en sus inicios, y lo siguió siendo por varias décadas, hasta desaparecer hoy esa distinción.

Los Gobiernos, conscientes de la enorme utilidad pública que prestaba el Banco, a través de él desarrollaban grandes políticas sociales. Al cabo del tiempo, la pequeña entidad que había creado en 1950 el doctor Luis Morales Gó­mez al entrar en quiebra el Montepío Municipal de Bogotá, llegó a ser uno de los bancos más pujantes y sólidos del país.

No sólo fue poderoso en el amplio sentido bancario del término, sino que se ideó los sistemas más origi­nales –que no tenía ninguno de sus competidores–  para llegar a todas las capas de la población. Los préstamos a los empleados por el sistema de libranzas, el Martillo, la Sección Pren­daria, Corpavi, el Fondo de Promo­ción de la Cultura, el Servicio Jurídi­co Popular, la Corporación de Ferias y Exposiciones, la Corporación Financiera Popular, la Almacenadora Popu­lar, para no mencionar otros engra­najes novedosos de menor resonan­cia, atestiguan el vigor de una idea revolucionaria que rompió los moldes de la banca ortodoxa y partió en dos la historia bancaria del país.

Sorprende, por eso, que el Gobierno actual piense vender su banco líder. Así lo  anuncia el ministro de Hacienda, que no descansa en la búsqueda afanosa de recursos públi­cos. Meses atrás había dicho que el Gobierno, en la venta de los bancos oficiales, excluía al Popular por considerarlo el de mayor espíritu social. Ahora dice que en realidad no se está adelantan­do, a través de él, ninguna política gubernamental de importancia.

No se entiende esta contradicción en tan corto tiempo, ni se justifica que en aras de los negocios apresurados se olvide la larga trayectoria de servi­cios que el Banco Popular le ha prestado al país con el auspicio ofi­cial. Empero, no hay que desconocer la transformación traumática que su­fre la entidad de cierto tiempo para acá, como consecuencia de la politi­zación que se impuso en los altos cargos, de un sindicalismo beligeran­te y de la renovación del personal antiguo con el argumento de que era muy costoso.

Ahora ocurre esta paradoja: al cambiarse la vieja nómina por las nuevas generaciones doctoradas (como es la moda de los tiempos modernos) tal vez se rebajaron costos pero se perdió profesionalismo. Y así, el servicio ha venido en notoria men­gua en todas las oficinas. El factor humano incide, sin duda, en la falta de vocación social que hoy se echa de menos en la institución. Si se ha debilitado esa vocación, antes que llevar a cabo la venta de un organis­mo útil para el Gobierno y la sociedad –negocio que parece orientado por el prurito de la ganancia rápida– valdría la pena aceitar los mecanismos oxi­dados.

El Espectador, Bogotá, 7-VII-1993.

 

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La feijoa de Tibasosa

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Este hermo­so municipio boyacense, escogido por Eduardo Caballero Calderón para fi­jar su residencia Santillana (que se halla en vía de convertirse en centro de cultura), realizó en días pasados, al ritmo de la música de las regiones andina y llanera y con gran afluencia de turismo, su tradi­cional Festival de la Feijoa. Deliciosa fruta originaria del Brasil que llegó a Colombia en 1920. A Tibasosa la llevó en 1935 Antonio María Tamayo, y allí se consagró –lo mismo que hizo el dátil en Soatá– como emblema municipal. Hay frutos de la tierra que pasan a ser como dioses vernáculos.

Al mismo tiempo se verificaba el Primer Festival del Bambuco y el Joropo Carlos Martínez Vargas. Este personaje –agrónomo, compositor y periodista– dirige la actividad cultural de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Ha incursionado en la vida pública como diputado a la Asamblea de Boyacá, concejal de Tunja, alcalde de Santa Rosa de Viterbo –su patria chica–  y director de Cultura y Bellas Artes de Boyacá. Es uno de los grandes compositores de Boyacá, con importante acervo de discos grabados.

Maravilla el arte colonial que se preserva en Tibasosa como patrimonio de la comunidad. Desde que uno pisa la primera piedra del pueblo encuentra un aseo refulgente. Las flores abundan por todas partes, cuidadas por un grupo de damas cívicas que crean en el ambiente la grata sensación de la lozanía.

En los tres días de la fiesta regional tuvimos oportunidad de degustarvariados y exquisitos manjares que el ingenio y la técnica de los habitantes saben extraer, como una oración a la naturaleza, de su fruto tutelar. Hay que recordar que Tibasosa fue premiada en años recientes como el pueblo más lindo de Boyacá.

El Espectador, Bogotá, 31-VII-1993.

 

 

 

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Lección turística

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El lento deterioro del turismo colombiano ha hecho crisis. Ya vimos el aspecto de sole­dad que en la pasada época de vacaciones presentó la Costa Atlán­tica, la mayor mina de esta industria. En playas y en hoteles, donde se miden las corrientes de turistas, el vacío fue impresionante. Cartagena, uno de los sitios privilegiados por sus encantos naturales y el embrujo de su ambiente, se vio castigada por la peor disminución de visitantes de los últimos años.

Los extranjeros ya poco nos visi­tan, no por miedo a la violencia sino porque no sabemos hacer turismo. Dejamos de ser competitivos frente a otros países expertos en conquistar al cliente. Los colombianos, asustados por las tarifas exorbitantes de aviones y hoteles, descubrieron que era más llamativo viajar al exterior, donde se ofrecen programas maravillosos, que sufrir aquí las carestías, las incomo­didades y los abusos que nuestra decaída Corporación Nacional de Tu­rismo no ha logrado controlar.

Pero es que además de frenar tales despropósitos que año por año viene denunciando la opinión pública, a la corporación le corresponde promover al más alto grado la imagen de Colombia. Si nuestra fama en el exterior es pésima por culpa del narcotráfico y la inseguridad coti­diana, ahora, para colmo de males, también los turistas nos voltean la espalda. Esto significa en buen ro­mance que dejamos de recibir los dólares viajeros que enriquecen la economía de otros países con supe­rior conciencia turística.

El ministro de Hacienda, que mete las narices en cuanto filón rentable encuentra, debería, antes que seguir subiéndonos los impuestos, escarbar un poco en esta mina sin explotar.

El Espectador, Bogotá, 31-VII-1993.

 

 

Bené: 40 años en Colombia

miércoles, 14 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El nombre de Bené, el famoso fotógrafo austríaco radica­do en nuestro país en 1953, se volvió familiar para los bogota­nos. Estos 40 años representan una trayectoria digna de encomio, no sólo por su contribu­ción artística sino por su solidari­dad con la ciudad que le ha brinda­do hospitalidad y se siente orgullosa al contarlo como uno de sus hijos dilectos. De no ser por mi encuentro ocasional con el personaje, tal vez este aniversario hubiera pasado inadvertido.

Alcanzo a acordarme del estable­cimiento situado en la calle 25 con carrera 10, en inmediaciones del teatro Olympia. Eran los comienzos del artista en pleno corazón de Bogotá, cuando la reposada ciudad de entonces no dejaba presentir el gigantismo turbulento de hoy en día. En aquel sitio se acreditó, por espacio de 15 años, la Foto Bené. Este rótulo se convirtió en marca de categoría por la alta calidad del producto, y además hizo carrera entre el público la cordialidad con que el dueño de casa se dispensaba a su clientela.

Los hogares bogotanos comenza­ron a buscar a Bené como un mago de la fotografía. El general Rojas Pínula, que acababa de asumir el mando de la nación, fue de los primeros en utilizar los servicios del fotógrafo de moda. Aquellas fotos de la familia presidencial se hicieron famosas en el país y hoy pertenecen, en los álbumes íntimos que el tiempo no ha logrado desvanecer, a los más hondos recuerdos. En igual forma, la lente mágica llegaría al hogar del doctor Lleras Restrepo y a otras personalidades de la época y de los tiempos sucesivos.

Gerardo Bené estudió fotografía en Viena, donde se graduó en 1937. De allí, a raíz de la guerra, salió en 1939 y por espacio de 14 años se estableció en Chile. A comienzos del 53 hizo escala en Colombia, dentro del viaje que realizaba a Miami, invitado por un amigo alemán que poseía una finca en Santandercito. Se enamoró de Colombia y aquí se quedó. En unión de su esposa, de nacionalidad checoslovaca, ha teni­do la alegría de cuatro hijos y seis nietos colombianos. Esta circuns­tancia le concede carta de naciona­lidad colombiana. Dos de sus hijos residen hoy en los Estados Unidos, y los otros dos (Mónica y Federico) heredaron su vocación artística. Hoy son los grandes continuadores de su obra.

Cuando Bogotá se fue extendien­do hacia el norte, trasladó su estu­dio a la calle 100 con carrera 19, donde permaneció por espacio de 20 años. Luego, durante los últi­mos 5 años, sentó sus reales en el señorial barrio El Chicó (avenida 19 con calle 97). Esto revela un hecho significativo: que Bené viene avan­zando con el mismo crecimiento de la ciudad. Cuando mi esposa le llevó la estupenda foto que le había tomado tres décadas atrás, se sintió emocionado con su arte perdura­ble.

¿Cuál es el secreto de su estilo? Sin duda, la naturalidad con que capta a las personas. Con la compo­sición de las luces imprime la plasticidad y la profundidad que tanto se admiran en sus estudios. Fue el primer profesional que en 1969 comenzó a trabajar en color directo. Continúa dando la pauta en la magia del color. Su laboratorio no procesa en serie, como es lo usual en plena era industrial, sino foto por foto. A cada una de ellas le da el tratamiento de obra de arte (y van 30.000, por lo menos, desde que se radicó en Bogotá por feliz casualidad).

Su especialidad son los retratos de adultos y sobre todo de niños. Y su mayor gratificación, recibir al cabo de los años, como le sucede con frecuencia, a las personas adul­tas que ayer fueron niños y hoy llegan rodeados, para nuevos estu­dios, de sus hijos y nietos. Se diría que el tiempo no pasa en la lente de este maestro de la fotografía. Alegra y fortifica hablar con Bené. Su vida merece reconocimiento público –y que tomen nota de ello las autorida­des– como ejemplo de trabajo, crea­tividad y fe en Colombia.

* * *

RECONOCIMIENTO A BENÉ.– Con mo­tivo de los 40 años de estadía de Gerardo Bené en Colombia, que fue­ron destacados por esta columna, manifiesta lo siguiente el señor presi­dente de la República: «Comparto las afirmaciones que usted escribió en su artículo titulado Bené: 40 años en Colombia, ya que he sido, como muchos colombianos, testigo de su lente profesional, de su particular sensibilidad como fotógrafo, lo que le ha permitido capturar en su estudio a tantas y tantas figuras de nuestra historia política reciente, como también a miles de familias que guardan como verdaderos tesoros las fotos que les tomara.

«No me cabe la menor duda de que el maestro Bené ha dejado una profunda huella en la historia fotográfica de nuestro país. Así lo han reconocido en múltiples oportunidades diversos maestros quienes han seguido su misma senda donde la elegancia, el enfoque preciso, el revelado nítido, forman parte de su manera particular de detener el tiempo, de hacer poesía con los rostros de la gente. Como usted bien sabe, Gerardo Bené ha sabido elevar la fotografía a una categoría que muy pocos alcanzan. Sus fotos no son fáciles instantáneas sino estimables obras de arte. César Gaviria Trujillo”

El Espectador, Bogotá, 21-VI y 28-VII-1993.

 

 

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El triunfo de un hombre modesto

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Pedro Gómez Barrero, que apren­dió a querer la tierra entre surcos y vacas de ordeño en una finca de Cucunubá (Cundinamarca), un día dio el gran salto a la ciudad. Su ilusión era ser abogado, pero su pobreza no se lo permitía. El único empleo que pudo conseguir fue el de celador de un ministerio, cir­cunstancia que aprovechó para estu­diar durante las horas del trabajo nocturno.

Con pequeños ahorros lo­gró matricularse en la Universidad del Rosario, y después se ganó una beca por su excelente rendimiento académico. Cuando se hizo abogado, supo lo que significaba el esfuerzo del humilde campesino que venció su ignorancia para asegurar el futuro.

Como jefe de Valorización del alcal­de Fernando Mazuera Villegas, quien le daba un vuelco revolucionario a la capital, captó el ímpetu de la urbe desconcertante. Mazuera, convenci­do de las calidades de su funcionario estrella, se lo llevó a trabajar a su oficina privada. Años después, Pedro Gómez Barrero decide independizar­se, y abandona la cómoda posición de gerente que ocupa en la firma de su amigo.

Como lo confiesa a la revista Semana, no tenía ni capital ni proyec­tos sólidos, pero le sobraban deseos de triunfar. Cambia el barro de Cucu­nubá por las moles de cemento. Pero sigue siendo un hombre sencillo.

Cuando en 1974 anuncia el pro­pósito de construir el primer centro comercial del país, una ola de escepti­cismo se hace sentir alrededor de la idea. Pero él no desiste, y así nace Unicentro, obra no superada por nadie hasta el momento. Luego viene Multicentro, prodigio de vivienda multifamiliar. Y al cabo de los días surgen otros dos grandes centros comerciales en Cali y Medellín, lo mismo que dos hoteles en Bogotá, bodegas, oficinas y múltiples solucio­nes de vivienda.

«Ahora que tengo el éxito –dice al cumplir 25 años de labor productiva– lo que más valoro es no ser esclavo de ese éxito». Y es que Pedro Gómez no se ha dejado avasallar por el dinero ni la fama y ha cumplido el noble postulado de ser útil a la sociedad. Como director de Resurgir, embaja­dor en Venezuela, director de Com­partir e impulsor de diversas activida­des, ha demostrado su gran sensibilidad humana.

Hoy es el genial arquitecto de Bogotá, a lo Mazuera Villegas, de quien aprendió sus fór­mulas maestras. Dice que ha realiza­do cuanto se ha propuesto. Su vida es ejemplo de fe, superación y cons­tancia, de creatividad y liderazgo. Sería el alcalde ideal para la ciudad huérfana, que reclama por momentos un gran gerente.

El Espectador, Bogotá, 28-VII-1993.

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Misiva:

Reciba la expresión de mi agradecimiento por su amable artículo que con el título de Triunfo de un hombre modesto publicó el diario El Espectador en su edición del 28 de julio. Me siento sumamente estimulado y honrado con la gentileza de sus conceptos y en este momento en que Pedro Gómez y Cía. S.A. celebra su vigésimo quinto aniversario, recibo su generosa manifestación de solidaridad con mucho orgullo y satisfacción. Pedro Gómez Borrero, Bogotá.

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