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La partida de Virginia

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace tres años la ciudad de Ar­menia confirió a Virginia Uribe de Botero su máxima condecoración, el Cordón de los Fundadores. Justo reconocimiento a toda una vida de­dicada al servicio cívico y al fomento de las obras sociales para los más necesitados, que ella practicaba en forma silenciosa y con entrega apos­tólica.

Siempre entendió el ejercicio del bien como un mandato de su espíri­tu cristiano. Había formado a sus ocho hijos en el ámbito de un hogar admirable, y les había inculcado lec­ciones de la más alta estirpe para que fueran útiles a la sociedad y sensi­bles con la desgracia ajena. Era trabajadora incansable y discreta en diversas actividades del progreso lo­cal y siempre se dispensaba a la gente con ca­riño y ademán gallar­do.

Al serle otorgado el Cordón de los Fundadores se revivía en ella lo más destacable del servicio humanitario, en esta ciudad de tan clara fibra so­cial. En aquella ocasión la vimos er­guida en el marco de la catedral, con su palabra de solidaridad por el bien público y con vigoroso tono de re­proche hacia ciertos desvíos locales. Esa era Virginia Uribe de Botero: una conciencia recta y una inquebranta­ble voluntad cívica.

Con su muerte, pierde Armenia a la matrona batalladora que nació para ser bondadosa y productiva. Su hogar, almácigo de virtudes, vio circular a lo más noble y selecto de la sociedad quindiana, que admira­ba a la dama elegante y copiaba de ella los rasgos de su naturaleza pró­diga. Sus hijos recibieron la buena semilla y hoy la irrigan en sus pro­pios hogares y en sus diferentes cam­pos de actividad.

Bella lección la que deja Virginia con su vida ejemplar, tanto a su ciu­dad como a sus descendientes. Así, su partida, por dolorosa que sea, es edificante. Como se fue haciendo el bien, otros copiarán de ellas los actos que le hicieron conquistar el título de hija ilustre de Armenia.

La Crónica del Quindío, 7-I-1996.

 

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