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Archivo para enero, 2012

Tunja cultural

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Invitado por el Banco de la República por conducto de su Área Cultural, organismos que dirigen en Tunja Yolanda Benavides Sarmiento y Luz Marina Bautista, leí en el claustro de San Agustín una semblanza sobre la poetisa Laura Victoria, dentro del homenaje que se le tributó en el Día Internacional de la Mujer. El ramillete de mujeres que engalanó el acto, encabezado por las damas oferentes, dinámicas promotoras de los valores regionales, me hizo ver que en Tunja existe un sólido matriarcado en los campos del civismo, la educación y la cultura.

Esta fragancia femenina se esparció como una emanación de vida por el claustro legendario (en sus orígenes, lúgubre convento de los agustinos; años después, panóptico de duro encierro, y en la actualidad, silenciosa casona de lecturas e investigación, que el Banco de la República preserva como invaluable tesoro histórico). Brindamos por las mujeres, aromas de la vida y adornos de la naturaleza, que hacen florecer el amor y justifican el sentido de la existencia humana.

Con auspicio del Banco de la República, en el claustro de San Agustín funciona la Biblioteca Alfonso Patiño Rosselli, que dispone de 25.000 títulos y presta gran servicio a la población estudiosa. Allí también está establecido el Archivo Regional de Boyacá, guardián de valiosa documentación histórica, dirigido por la licenciada Rósula Vargas de Castañeda, otra de las cultas damas que enaltecieron el acto, lo mismo que Myriam Báez Osorio,  que administró la entidad durante varios años.

Hecho relevante dentro de este matriarcado lo constituye la designación de Nelly Sol Gómez de Ocampo como rectora del Colegio Boyacá, fundado por el general Santander en mayo de 1822 y que ejerce gran  desempeño como centro educativo de primer orden. Es la primera mujer que llega a dicha dignidad en los 180 años que va cumplir el plantel. Se trata de una  líder educativa, a la par que escritora e historiadora, con incursiones en la poesía y en obras de tetro. Su libro El espíritu de una raza recrea algunas leyendas aborígenes y algunos episodios de la Independencia.

La presencia de la mujer en la vida cultural de Boyacá es digna de mención.  Una pléyade de escritoras y artistas le dan honor a la comarca. Me resultó s grato encontrar este cuadro de delicados matices femeninos, donde, fuera de las nombradas, se hallaban otras distinguidas damas de la ciudad, como Elvirita Lozano Torres, profesora de música de la Universidad Tecnológica y Pedagógica; la pintora María Consuelo Sánchez Peñuela y algunas figuras  de las letras y la educación, la feminidad y la gracia.

Hace algunos años asistí en Tibasosa al Festival de la Feijoa y me encontré con la novedad de que las altas posiciones locales las ocupaban mujeres de armas tomar: alcaldesa, personera, tesorera… Este matriarcado venía de vieja data, y los maridos no se sentían incómodos ni desplazados. Tibasosa es un lindo florero, por su orden y esplendor. Durante los días del festival no había consumo de licores, porque en el pueblo no mandaban los hombres. ¡Loor a las mujeres!

En esta crónica aparece otro matriarcado de lujo. A Tunja fui a exaltar la vida y la obra de la inmensa poetisa Laura Victoria, que en los años 30 del siglo pasado conmovió al país con sus versos sensuales y abanderó la emancipación femenina dentro de la puritana sociedad de entonces. Su nombre, orgullo para Boyacá y sus lares nativos, debe rescatarse ante las nuevas generaciones como ejemplo de lucha y de creatividad.

El Espectador, Bogotá, 22-III-2002. 

 

 

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Disolución de los partidos

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La principal lección que dejan estas elecciones es la que muestra el desgano del país frente a los partidos tradicionales. La gente ha dejado de creer en ellos y ya no se interesa por los rótulos políticos, sino por los méritos o los presuntos méritos de los candidatos. Nunca se había visto tal proliferación de aspirantes, ni nunca tanta dificultad para escoger. Si para elegir 268 congresistas se presentaron más de 1.000 listas, es evidente la falta de cohesión y de fuerza de convocatoria que existe dentro de las colectividades históricas.

No hay duda: los partidos Conservador y Liberal han perdido simpatías entre los electores. Dos simples hechos lo demuestran: 1) el aumento del «voto de opinión», que obtuvo las mayores votaciones con nombres independientes como los de Antonio Navarro, Luis Alfredo Ramos, Gustavo Petro, Germán Vargas, Samuel Moreno, Carlos Gaviria y Gina Parody, y 2) el alto índice de abstención y los votos en blanco, hecho que puede interpretarse como rechazo de las prácticas clientelistas y desencanto por el ejercicio inoperante del poder.

No es válida la tesis de la superioridad liberal expuesta por el candidato presidencial, ya que las mayorías las cusieron los adherentes del candidato ultrapartidista, si bien la “operación avispa» permitió aparente ventaja de esa estrategia electoral, que quebranta la voluntad mayoritaria de los sufragantes.

Cansado el electorado de las promesas que nunca se cumplen, hastiado de oír los mismos pregones en cada elección y de ver las mismas caras de los demagogos de siempre, se ha rebelado contra el continuismo. Retando las reglas de su colectividad y sin claudicar de sus creencias liberales, Álvaro Uribe Vélez ha conseguido con su candidatura disidente el mayor caudal de opinión que jamás haya logrado ningún otro aspirante a la Presidencia.

Este fenómeno significa una rebeldía rotunda contra el establecimiento –o «el régimen», en boca de Álvaro Gómez Hurtado–. Como las soluciones sociales han dejado de darlas los dos partidos, y la corrupción, los abusos y las injusticias han crecido bajo el amparo o la indiferencia de las mismas agrupaciones, el electorado tiene el legítimo derecho de protestar después de infinitos años de frustración.

En la propaganda artificial de varios de los aspirantes al Congreso se dejaron translucir los procederes que ellos mismos practican en las corporaciones públicas. Uno de esos pregones decía que llegará al Senado a «cazar ratas», y aparece en la foto con dos gatos en las manos. A lo largo del país, las figuras de perros, conejos, gatos, ratas y otros especímenes parecían indicar que no se trataba de una justa democrática sino de una feria de animales.

En cualquier forma, no hay nada que se parezca tanto al país como el Congreso, elegido por el propio pueblo y, como tal, forjado a su imagen y semejanza. De lo que se trata ahora, según el sentir de la inmensa mayoría de los colombianos, es de reformar las costumbres políticas para que los partidos vuelvan a ser verdaderos voceros y orientadores de la democracia, a fin de conquistar el prestigio perdido.

Los partidos históricos, que se consideran –o se consideraban– propietarios de las entidades de representación popular, hoy no tienen dolientes y están apabullados por los acontecimientos. Este hecho se refleja en reciente encuesta, según la cual, el 24 por ciento de los consultados expresó opinión favorable hacia el Congreso y el 57 por ciento, desfavorable. Es la entidad más desacreditada del país debido a los escándalos de corrupción, malos manejos y carencia de planes efectivos de progreso nacional.

Mientras Colombia no sea replanteada con un nuevo ordenamiento social y económico, la gente seguirá escéptica. Después de esta contienda electoral y de la que llega para Presidente, los dos partidos quedan sepultados bajo la  realidad de su atomización, provocada por sus errores crónicos y por la falta de compromiso con el país.

El Espectador, Bogotá, 14-III-2002.

 

Rescate de los valores

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El Tiempo ha puesto en circulación El libro de los valores, amena obra que busca despertar en los hogares la conciencia ética de la vida. El abandono de los principios morales es la causa principal del deterioro que padece hoy el pueblo colombiano. Cuando la moral y la ética dejan de ser las guías del comportamiento humano, ocurre la degradación del individuo.

Toda sociedad, para que sea libre y permita el desarrollo de las personas y el progreso del país, debe acatar una serie de reglas básicas que se fijan los mismos pueblos para vivir en armonía y gozar de elementales beneficios que dignifican la existencia.

Normas de conducta como la honestidad, la justicia, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la prudencia y la paz son principios perennes que la sociedad ha establecido como faros para navegar por los mares embravecidos del mundo. Por desgracia, el hombre contemporáneo se preocupa más por lo material y lo frívolo que por lo espiritual y lo ético. Ya vimos la trifulca que se formó hace poco contra el senador Carlos Corsi Otálora por haber incluido los Diez Mandamientos en el proyecto del Código de Ética del Congreso, propuesta que fue atacada por sus colegas entre burlas y rechazos.

En días pasados, las autoridades policivas allanaron, al norte de Bogotá, una casa que había pertenecido a Gonzalo Rodríguez Gacha, puesta al cuidado del Inpec, y descubrieron que el guardián de esta entidad y varias personas más, entre las que se hallaba un coronel, se habían dedicado a destruir paredes y pisos en la búsqueda afanosa de un presunto tesoro escondido allí por el extinto narcotraficante. El tesoro de Alí Baba y los cuarenta ladrones.

En conducta abyecta y bochornosa, estos piratas de la codicia, dirigidos por un alto mando de la Policía, pisoteaban no sólo los cimientos seductores de la edificación, sino los códigos éticos y los códigos penales. La corrupción se volvió moneda corriente en una sociedad como la nuestra desviada de la órbita moral. Con todo, existen procederes decorosos, aunque aislados, que reconfortan el ánimo de la gente honesta frente a los desvíos perniciosos de las buenas costumbres.

Hace varios años viajé a Santa Marta en plan de trabajo. Hacia las once de la noche, cuando me dirigía al hotel donde me hospedaba, tras una intensa jornada laboral, me detuve en uno de los restaurantes que estimulan el apetito con provocativos platos de comida rápida. Al despertarme al día siguiente, lo primero que advertí fue que no estaba conmigo la chaqueta con que había viajado de Bogotá, en la que llevaba la chequera, las tarjetas de crédito, los documentos de identidad, el dinero, el tiquete de regreso…

Me sentí hundido por el contratiempo. La lógica indicaba que la pérdida era irremediable. Sin embargo, me fui en pesquisa del restaurante y lo localicé a dos cuadras del hotel. Las mesas que por la noche se situaban en la acera para atraer turistas, las vi recogidas en el fondo del local y hacia ellas dirigí la mirada ansiosa.

¡Cuál no sería mi sorpresa al descubrir colgada allí mi chaqueta! Supuse, claro, que el dinero y los documentos habían desaparecido. Un vecino se ofreció a hablar por teléfono con la dueña del negocio, y ella envió las llaves del restaurante para que sin ningún problema dispusiera de mi propiedad. Con explicable ansiedad, me acerqué al asiento donde estaba la chaqueta, la miré con incredulidad, la pulsé, revisé los bolsillos… ¡y todo estaba intacto!

Volví por la noche a darle una gratificación a mi insólita protectora, y ella me manifestó que el mérito no era suyo sino de los meseros, dos muchachos de escasos veinte años en quienes la patrona había inculcado lecciones de delicadeza y honradez como base del prestigio comercial de que disfrutaba su negocio. En esa vivencia inolvidable supe lo que vale el respeto por el bien ajeno.

Aquí cabe el caso de Dúber Pulgarín, de 13 años, habitante de una comuna de Medellín, que se encontró un paquete con cinco millones de pesos y lo devolvió a su dueño por saber que no le pertenecía. Y el de mi hija Fabiola, que perdió sus tarjetas bancarias al salir de un cajero automático y dos días después se las regresó una caminante anónima que las había hallado  en la calle.

Recuerdo que ella llegó aquella noche a nuestra casa, en pleno aguacero, y nos sorprendió con la noticia de la pérdida, que mi hija no había descubierto aún. La transeúnte hizo milagros para averiguar nuestra dirección, y no quedó contenta hasta conseguir su objetivo. Trabajaba como empleada de una cigarrería y se negó a recibir la recompensa que se le quiso dar por su valiosa acción.

Es posible que el lector haya vivido o conocido casos increíbles como los aquí narrados. La honradez todavía existe, en casos excepcionales, pero anda de capa caída.

El Espectador, Bogotá, 7-III-2002.

* * *

Comentario:

Artículos como este, que confortan el espíritu, son de grande utilidad. Estoy muy triste y sensible por lo que pasa en nuestra querida patria. Me duele Colombia. Por esa razón me emocioné con esta columna y hasta la grabé, pues me especialicé en bioética y quiero citarla cuando escriba algunos artículos que me solicitaron. Luis Eduardo Acosta Hoyos (escritor), Recife (Brasil), 7-III-2002.

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Claridad y acción

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Las fotografías aéreas que exhibió el presidente Pastrana la noche en que se rompieron las conversaciones con las Farc dejaron la imagen nítida del fortalecimiento de la guerrilla en la espesura de la selva. La opinión pública venía insistiendo en todos los tonos en que el sostenimiento de la zona de distensión era el camino preciso para que los revoltosos, con el pretexto de un escenario adecuado para el diálogo, fortalecieran su poder bélico.

Al final de estos tres años de conversaciones inútiles, cuando la tolerancia presidencial había resistido al máximo los desmanes y provocaciones de los interlocutores habilidosos, empeñados en sembrar el caos y derrumbar la autoridad, aparecieron en la televisión las revelaciones inequívocas sobre lo que el pueblo ya sospechaba.

El Ejército y la Fuerza Aérea fueron los encargados de captar desde el aire el testimonio incontrastable sobre el auge de la guerrilla mediante la construcción de carreteras y aeropuertos clandestinos, laboratorios de droga, campamentos de guerra y otros puntos estratégicos con que pretende montarse un monstruoso imperio selvático.

¿Por qué, si el Presidente conocía desde buen tiempo atrás este documental fotográfico, existía tanta indecisión y tanta largueza –o tanta flojera– frente al cese de los diálogos? ¿Por qué, desde meses o años atrás, no se levantó el Gobierno de la mesa de negociaciones y se evitó la prolongación de la atroz ola de violencia que desangra al país?

Para ello fue necesario que el pueblo reventara de dolor y que las fuerzas vivas de la patria, expresadas a través de los candidatos presidenciales, de los gremios de la producción y de infinidad de voces aisladas, dejaran oír el último estertor de la agonía.

El candidato que más claro y con mayor firmeza y credibilidad ha hablado al país en medio del caos imperante, con el consiguiente eco en la conciencia pública, ha sido Álvaro Uribe Vélez. Su propuesta de enfrentar al terrorismo con las armas de la autoridad y la ley, sin titubeos ni concesiones, aunque con sensatez y cabeza fría, le abrió amplio panorama político que le ha permitido ganar en corto tiempo el caudaloso plebiscito que lo convierte en la mayor opción para el gobierno próximo. A la claridad de los programas debe sumarse la contundencia de la acción, y de ello dio amplia muestra como gobernador de Antioquia.

Uribe Vélez personifica el grito de insatisfacción y esperanza que vibra hoy en todo el territorio nacional. La ciudadanía se cansó de la mano blanda y busca decisión y entereza en el trato con los terroristas. Los aleves ataques a la población civil, los secuestros permanentes, el arrasamiento de pueblos y vidas humanas, la voladura de torres de energía eléctrica, la destrucción de la riqueza nacional, la inseguridad en las carreteras, el pánico y la barbarie que se enseñorean de la vida cotidiana han hecho de Colombia un país invivible. Alguien tiene que salvarlo.

Lo más rescatable de los tres años de Pastrana perdidos en la conquista de la paz es el haber destapado los propósitos de la subversión. A la vista,  como referencia del trajinar guerrillero por el monte, está el álbum de fotografías con que se reveló el secreto que nadie ignoraba. La claridad de las fotografías, unida a la vehemencia de la alocución presidencial, llenaron   el alma de perplejidad y enojo.

Ya a nadie le cabe duda de que la intención de los guerrilleros, disfrazada con el argumento de las reivindicaciones sociales, es tomarse el poder por la vía de las armas. Objetivo imposible de alcanzar y que ha desatado la guerra abierta que viene tras el rompimiento de las conversaciones.

El país, que mira con horror la época violenta que se presiente, espera que aparezca una tabla de salvación. Por eso, por lo vivido y por lo que teme vivirse, la opinión pública busca un vigoroso cambio gubernamental frente al terrorismo declarado, para que no terminemos todos en las fauces del lobo.

El Espectador, Bogotá, 28-II-2002.

 

 

 

Día del Periodista

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hoy, Día del Periodista, amanecí sin tema. Es sábado, y en este día acostumbro escribir la columna semanal de El Espectador. Repaso mi libreta de apuntes en busca de luces, pero no encuentro el hilo conductor para forjar mi artículo. Un escritor con la mente en blanco, y sobre todo un periodista sin ideas en su día institucional, es un desastre.

De repente, me acuerdo de mis remotos orígenes en el periodismo y me digo con ánimo triunfal, como si hubiera aparecido la llave perdida, que el tema está a la mano. Voy a localizarlo en el viejo legajo que mantengo protegido contra la pátina del tiempo. Contar la historia de mi nacimiento en el periodismo será motivo noble para recrear la mente, y la ocasión servirá además para rendir tributo a los periodistas en esta fecha que les hace revivir, como a mí, los propios principios y las propias convicciones.

En Tunja, hace 47 años, escribí por primera vez un artículo de prensa. No es usual que un muchacho que no ha llegado a los 20 años de edad tenga tal inclinación. Si la tiene, posee sin duda esa llama interna que se conoce con el nombre de vocación periodística.

En 1955 circulaba en Tunja un periódico mensual que poca gente recordará hoy en la comarca boyacense: El Momento, fundado por Alberto Mantilla Vargas, oriundo de Norte de Santander y líder estudiantil de la Universidad Tecnológica y Pedagógica, que se dio el lujo de crear su propio medio de comunicación en una ciudad monacal, sumida en los rezos y el silencio, y donde sólo existía El Demócrata, periódico perseverante del político Antonio Ezequiel Correa.

Varios jóvenes simpatizamos con la gaceta de Mantilla Vargas y formamos un grupo de solidaridad hacia su valerosa empresa, convirtiéndonos no sólo en sus colaboradores permanentes, sino en abanderados de su idea audaz. Mantilla Vargas, gran relacionista y hombre creativo y batallador, se abría campo en los círculos boyacenses con su dinamismo y su don de gentes, y así mismo conseguía la publicidad para hacer posible la vida del periódico. Se trataba de una publicación pulcra y bien elaborada, cuyo enfoque certero de los asuntos regionales le hacía ganar crecientes simpatías.

La vida de El Momento fue efímera. Es lo que suele acontecer con los periódicos de provincia. El propio nombre de la gaceta parecía reflejar la fugacidad de aquel esfuerzo colosal y solitario. Pero el entusiasmo y la porfía de quienes colaborábamos con la empresa, movidos por el ardor vitalizante con que ejercíamos nuestro cometido, nos causaba satisfacción.

Cuando apareció el último número y días más tarde salí de Tunja hacia otras latitudes, deposité en el fondo de un baúl de recuerdos juveniles, que una amiga se ofreció a cuidarme hasta mi regreso, los doce o quince números que constituían la colección. Al reclamar años después mi archivo secreto (donde además había guardado los borradores de mi primera novela), experimenté dolor profundo al descubrir que la humedad inmisericorde de Tunja había destruido todos los ejemplares. ¡De mis primeros pasos por el periodismo no quedaba nada, excepto el recuerdo!

Mucho tiempo después, en Bogotá, me tropecé un día con Alberto Mantilla Vargas, en medio del atafago estrujante de un ascensor. El feliz encuentro nos hizo retroceder en el tiempo para rememorar con emoción aquellos intensos días de agitación intelectual en la ciudad de Tunja, que le dieron vida a un sueño perenne: este sueño que no ha logrado desvanecer el paso voraz de los años.

El amigo se había graduado de abogado y ejercía su profesión en el edificio donde por accidente volvimos a encontramos. Le pregunté si conservaba los doce o quince ejemplares evaporados por el frío tunjano, y me dijo que los de él también habían desaparecido.

No sé si alguien posea algún vestigio de aquel momento fugaz del año 1955, vivido por un grupo de quijotes en la apacible capital boyacense. Es posible que la memoria sobre ese hecho remoto se haya borrado y sólo quede la semilla que vuelve a germinar hoy (47 años después), Día del Periodista, con la presente evocación.

El Espectador, Bogotá, 14-II-2002

 

 

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