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Archivo para septiembre, 2020

Las memorias de Alberto Casas

miércoles, 16 de septiembre de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Leídas las Memorias de un pesimista, de Alberto Casas Santamaría, me queda el grato sabor de encontrar en ellas un compendio del pensamiento del autor, inspirado por sus firmes convicciones políticas, éticas y morales. Como testigo que ha sido de grandes sucesos de la historia nacional, su visión es nítida en los aspectos que trata, y sus juicios son dignos de la mayor consideración por reflejar la postura de un colombiano controversial y respetable, que además es amigo del diálogo y la concordia.

El hecho de adjudicarse la calificación de pesimista frente al manejo que han tenido los capítulos más protuberantes de la nación indica su capacidad de análisis y su rechazo a los dirigentes que no han sido capaces de encontrar las soluciones que remedien los agudos problemas que agobian al país. Dice que Colombia siempre ha vivido polarizada entre el sí y el no, a partir del enfrentamiento entre Bolívar y Santander.

El ánimo opositor llevado a extremos arrasadores ha sido la brújula constante en los dos siglos que siguieron a la Independencia. Como nadie quiere ceder y todos quieren ganar, la armonía de los colombianos se ha hecho trizas –expresión muy adecuada en el momento actual, cuando unos defienden los acuerdos de paz y otros quieren destruirlos–. La época de la Violencia, el episodio más nefasto del siglo XX, marcado en sucesivas reyertas por el sí y el no, obedeció a la lucha imparable entre liberales y conservadores, que se disputaron el poder entre 1930 y 1948 y dejaron miles de cruces a lo largo y ancho del país.

Alberto Casas posee amplia autoridad para discernir la realidad del país. Ha sido ministro de Comunicaciones y Cultura, embajador en Méjico y Venezuela, diputado a la Asamblea de Cundinamarca, concejal de Bogotá, miembro de la Cámara de Representantes, senador de la república. En el campo del periodismo ha estado vinculado a El Siglo, las revistas Diners y Bocas, el Noticiero de Mediodía, La FM y La W Radio.

Su presencia en la vida pública viene desde sus albores estudiantiles. Cuenta que a los siete años conoció a Laureano Gómez en su casa de La Candelaria, cuando el líder conservador fue a visitar a sus padres con motivo de sus bodas de plata. “Siempre me pareció una figura descomunal”, anota. Esta admiración ideológica se caracterizó más tarde, siendo estudiante del Colegio del Rosario, cuando se dedicó a promover las ideas de Álvaro Gómez Hurtado. La cercanía con la casa Gómez le fijó un puesto en la política, y ahora, en sus memorias, hace un análisis minucioso sobre el 13 de junio y la dictadura de Rojas Pinilla que nació allí.

Para la gente de hoy resultan lejanos aquellos episodios. Pocos saben que Vicente Casas Castañeda, el padre de Alberto Casas, fue el amigo más leal del presidente derrocado, y que con su célebre paraguas salió a despedirlo al aeropuerto de Techo el día lluvioso que fue desterrado a España, donde años más tarde pactaría con Alberto Lleras Camargo, el líder del liberalismo, la fórmula para acabar con el gobierno usurpador e implantar el sistema de conciliación conocido como Frente Nacional.

El sí y el no, según lo expresa el memorialista, ha sido la mecha detonante que ha agudizado los conflictos sociales de Colombia. Situados en la actualidad, dice que “lo más grave es la incapacidad del sistema judicial para castigar a los agentes de la corrupción e impedir la rentabilidad del delito”.

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El Espectador, Bogotá, 12-IX-2020.
Eje 21, Manizales, 11-IX-2929.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IX-2020.
Aristos Internacional, n.° 35, Alicante (España), sept/2020

Comentarios 

Muy triste comprobar que nada ha cambiado, que la polarización bipartidista desde hace años ha causado la desgracia para que el país no avance y por el contrario se mantenga en el limbo de una justicia corrupta y un estado inepto. Inés Blanco, Bogotá.

Qué excelente análisis sobre el libro de Casas Santamaría, testigo presencial de muchos hechos nacionales. Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.

Los sordos del volcán

miércoles, 2 de septiembre de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El próximo 13 de noviembre se cumplen 35 años de la erupción del Nevado del Ruiz, la peor tragedia natural ocurrida en Colombia, que dejó entre 23.000 y 30.000 muertos, alrededor de 5.000 lesionados y 5.000 hogares destruidos en 13 poblaciones. Meses antes de aquel día pavoroso, el escritor y periodista Gustavo Álvarez Gardeazábal se había dedicado, con voz de profeta, a llamar la atención de las autoridades sobre la catástrofe que se veía llegar y pedir medidas urgentes para proteger a los habitantes.

Pero no le hicieron caso. Esta alarma la expresó varias veces en su columna Notas profanas y además se radicó por algún tiempo en Manizales para estar más cerca de las autoridades y en contacto con el problema. Según lo revelaría más tarde en su novela Los sordos ya no hablan (1991), forjada entre la realidad y la ficción, la clase dirigente de la capital caldense estaba más preocupada por los toros, la Feria de Manizales y sus propios intereses que por los rugidos del león dormido, al que ya se habían acostumbrado.

Esta misma situación se vivía en Armero, uno de los municipios que corrían mayor riesgo. Se había vuelto común la atmósfera cargada de ceniza, con olor a azufre. El aumento de las aguas del río Lagunilla no asustaba a nadie. En la propia boca del volcán no se había instalado el sismógrafo indispensable para avisar a la gente de los movimientos premonitorios de un desastre. Bajo la pasividad derivada de las costumbres perniciosas, todo se veía normal. Algunos geólogos y ciudadanos promovían actos aislados de prevención, pero estos no eran suficientes para conjurar el peligro general.

La novela de Álvarez Gardeazábal acaba de ser reeditada en Medellín por la Universidad Autónoma Latinoamericana, bajo el sello de Ediciones Unaula. Es un signo para volver sobre el suceso fatídico que destruyó a un pueblo y produjo una calamidad apocalíptica. La erupción era previsible, pero no se le prestó la debida atención. No se trataba, por supuesto, de evitar lo que era inevitable, sino de salvar la vida de miles de personas sacrificadas por la indiferencia oficial.

En noticias de estos días que de pronto han pasado inadvertidas, se ha informado sobre la aparición de fumarolas en la cumbre del Nevado del Ruiz, con percepción de ceniza gruesa en Manizales, Villamaría (Caldas) y Tolima. Según el Servicio Geológico Colombiano, el nivel de actividad se situó en amarillo frente a un “incremento importante de la actividad sísmica volcano-tectónica”.

Hace 35 años, la presencia de las fumarolas, la salida de azufre del volcán y la irrupción de columnas de ceniza oscura fueron las manifestaciones anteriores a la erupción, hecho sucedido en horas de la noche del 13 de noviembre de 1985, que hizo desaparecer a Armero y llorar a toda la nación. En la nota final de su novela, escribe Álvarez Gardeazábal:

“De Armero no queda para el mundo sino el recuerdo de una niña que trataron de salvar por horas enteras de los escombros inundados de su casa. Por ello esta novela, quizás, no sea toda la historia de lo que pasó en Armero, pero sí resulta muy cercana a la verdad de lo que a diario ha venido sucediendo en Colombia, donde los sordos hace mucho rato que ya no hablan”. 

El Espectador, Bogotá, 29-VIII-2020.
Eje 21, Manizales, 28-VIII-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-VIII-2020.

Comentarios 

He tenido un día muy ajetreado y apenas a esta hora me entero de este muy generoso comentario. Como diría nuestro común amigo y nunca bien lamentado Otto Morales Benítez, «solo la pluma del juicioso observador pasa a la historia». Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

El ingeniero y representante a la Cámara de la época, Hernando Arango Monedero, se cansó de advertir y nadie le paró bolas. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Estremecedor que en estos momentos se estén presentando los mismos síntomas y nadie ponga atención a las alarmas y las señales de la naturaleza, para prevenir y cuidar a las poblaciones que podrían salir afectadas. Es la crónica de una erupción anunciada, como lo hizo en su momento el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal y nadie hizo nada. Inés Blanco, Bogotá.