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Muere un ruiseñor

miércoles, 23 de marzo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Sobre el poeta Javier Huérfano, que acaba de fallecer en Bogotá, dijo Luis Vidales en 1984: “Huérfano, pero no de poesía”. Y refiriéndose a la brevedad de sus poemas, agregó: “Si persiste en esta modalidad de su ahorro poético, no es aventurado el pronóstico de que alcanzará las excelsas rutas del canto”.

Estas palabras están escritas en el prólogo de Vidales para el primer libro de su paisano calarqueño, cuyos primeros poemas habían surgido a los 11 años. Desde entonces, el tránsito de Huérfano por la poesía fue infatigable. Esta disciplina se tradujo en 13 libros publicados y en otro material que deja inédito. Su última obra, Luz de papel, fue presentada hace pocos meses, cuando ya el poeta presentía su muerte inminente.

Vidales fue su maestro. Y además, su brújula. De él heredó la fibra social, que el discípulo plasmó en versos transidos de dolor, soledad y angustia, donde clama por las desigualdades, las injusticias, el abandono y la humillación del hombre carente de protección humana –como lo fue el propio Huérfano–, en medio de una sociedad arrogante y apática.

En 1990, Huérfano conduce los restos de Vidales a la casa de cultura de Calarcá. Cuatro años después, crea en el barrio Ciudad Bolívar de Bogotá, donde con enorme sacrificio ha construido su vivienda, la biblioteca pública Luis Vidales. Fiel guardián de su preceptor, no solo siguió tras sus rastros sino que se encargó de preservar su memoria. Ahora, lo indicado es que las cenizas de Huérfano se lleven también a la casa de cultura de Calarcá, al lado de su maestro.

La obra de Huérfano, incluyendo su prosa poética, cumplió con la pauta trazada por Vidales: la brevedad. En síntesis afortunadas expresó todo lo que tenía que decir sobre la tragedia del hombre. Era su propia tragedia. Captada con el rigor de la pena constante que sufrió desde la niñez (abandonado por su madre en un inquilinato, enfermo de asma y a merced del desamparo, y más tarde ayudante de zapatería, al tiempo que comenzaba a estudiar de noche), su vida toda fue una cadena de tormentos y tristezas.

Rodeado de semejante racha de adversidades, mantuvo, sin embargo, el ánimo elevado sobre las vilezas del torvo existir. Y no se dejó ganar la partida, así fuera a cambio de las gotas de sangre vertidas por su alma de poeta y su espíritu de lucha y conquista. Luchando a brazo partido por el pan de la miseria, encontró en Yolanda a su aliada incondicional, y con ella conquistó el sentido de la solidaridad y la alegría de vivir. Supo que si el hombre es lobo para su propio hermano, el amor todo lo redime. Más tarde se volvió pintor, y con esa virtud le puso color a la vida.

En sus versos afloran estremecedoras metáforas, y es que el dolor vivido (y no el figurado) habla el lenguaje más expresivo de la sensibilidad humana. Cuando hace siete años le sobrevinieron los primeros síntomas de la cruel enfermedad que lo llevaría a la tumba, supo que los hados adversos no cesaban de asediarlo.  A partir de entonces vivió momentos cruciales, donde el suplicio se ensañó con su vapuleada existencia. Y exclamó: “Soy apenas un solo dolor que atraviesa el día con su sombra de negra compañía” (…) Quedo sin huesos para sostenerme, torre sin luz en busca de luciérnagas, asoma el tiempo su vieja cara de muerte perpetua”.

Un día Íngrid Betancourt, siendo representante a la Cámara, conoció al poeta. Y sintió el impacto de las grandes desventuras. Ella consiguió que la entidad legislativa le patrocinara el libro titulado El olvido no tiene palabra (1998), y como autora del prólogo escribió lo siguiente: “Dios ha querido, para fortuna mía, que conozca al poeta. De su mano he caminado por el túnel sin luz de la injusticia, a ciegas pero mordiendo siempre el tallo amargo de la rosa”.

Inescrutable destino el que permite estos infortunios de pavura. No se entiende cómo la suerte se encarniza con seres buenos, dignos, creadores de belleza, como Javier Huérfano. Queda, empero, la contribución que, gracias a su vida atormentada, le dejan al arte. Tal el caso de este poeta quindiano que en aquel lejano 1984 puso el primer ladrillo de una obra impulsada por su maestro Vidales, y que ha coronado la meta que él le pronosticó.

El Espectador, Bogotá, 14 de febrero de 2010.
Eje 21, Manizales, 15 de febrero de 2010.
Noti20 del Quindío,
Armenia, 15 de febrero de 2010.
Revista Arquitrave,
Bogotá, 15 de febrero de 2010.
NTC, Bogotá, 16 de febrero de 2010.

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Comentarios:

Nunca conocí la obra de este poeta. Pero al leer su comentario me queda la inquietud por conocer su obra poética. Los versos que usted cita en su artículo muestran a un poeta inmenso, con un tono amargado en su voz, fruto de su propia angustia existencial. ¿Me podría colaborar para que me llegue siquiera uno de sus libros? El simple hecho de que el maestro Luis Vidales hubiera escrito el prólogo para uno de sus libros habla ya de su calidad poética. José Miguel Alzate, Manizales, 15-II-2010.

Lo vimos por última vez en la Feria Internacional del Libro en Bogotá. Alguien conducía  su  silla de ruedas. Se le veía demacrado, sabía lo que le esperaba del cáncer que padecía, pero no se arredraba; mostraba ánimo y seguridad. En varios encuentros de escritores departí con él. Siempre hablamos del poeta Vidales. No elogiaba sus  propios poemas pero decía que en ellos estaba parte de su vida de penurias. Era fraternal, sencillo. Realmente se nos fue un «ruiseñor» de la literatura. José Antonio Vergel, Ibagué, 15-II-2010.

Era  un verdadero poeta del  dolor y de la lágrima de la calle. Muchas veces  nos intercambiamos sentimientos al calor de un amargo café allá en el Callejón Santander y antes en el Automático con Javier Arias Ramírez. Lamento su muerte. Ramiro Lagos, Bucaramanga, 15-II-2010.

Sigo conmovida por los múltiples reconocimientos a la obra de Javier. Creo que él sabía el valor de su obra, el trágico devenir de su vida y que cuando faltara sería  exaltada, como lo hemos confirmado, gracias, en primer lugar, a tu página, que fue el detonante nacional para que esto ocurriera, y al despliegue de tanta gente que  lo conocía. Esta mañana hablé  con Yolanda quien regresaba del cementerio con las cenizas de Javier y me comentó que están dispuestos a enviarlas a Calarcá. Inés Blanco, Bogotá, 19-II-2010.

Hablamos esta tarde con el señor alcalde sobre el asunto y aceptó que sean depositadas las cenizas allí, en la Casa de la Cultura. Quedará Javier cerca de Vidales, su mentor y amigo, lo cual empezará, además, a tejer un prestigio singular en torno a la Casa de la Cultura, al estilo del que contienen los pasillos de las abadías y los templos europeos, plenos de tumbas de santos y de historia (…) La alcaldía se suma a tu idea dando el permiso y costeando la construcción del pequeño nicho en la jardinera de la Casa de la Cultura. El temor que manifestó el alcalde fue del talante que tú planteas: que no vaya a parecer la Casa… un cementerio. Yo no creo. Las placas son discretas. Aunque creo que con el paso de los lustros, no faltará alguien que piense en completar lo que inicias, esculpiendo la leyenda que estamos tejiendo en la actualidad en torno al maestro y su discípulo. Como ves, la idea marcha. Elías Mejía, Calarcá, 3-III-2010.

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