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Archivo para jueves, 31 de marzo de 2011

El gran majadero de América

jueves, 31 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con este título publica la Editorial Planeta, en asocio de las Universidades Salerno de Italia y Católica de Colombia, un libro de la autoría de los profesores Giuseppe Cacciatore y Antonio Scocozza, suceso que se ubica dentro del Bicentenario de la Independencia. Se saca el título de la frase pronunciada por el Libertador poco antes de morir en la quinta de San Pedro Alejandrino: “Los tres más grandes majaderos de la historia hemos sido Jesucristo, Don Quijote… y yo”.

Agobiado por la tristeza, la soledad y la pobreza y víctima de la ingratitud de sus compatriotas, Bolívar ve en esos momentos que su obra por la unión de los países que ha libertado está desmoronada. Lo han dejado solo, y es objeto de ataques, injusticias y oprobios, luego de haber librado las batallas más intrépidas por la emancipación americana. Dos años atrás, manos asesinas por poco le arrebatan la vida. Hasta tal extremo habían llegado las marejadas del odio y las pasiones rastreras.

Los profesores italianos reúnen en su libro, para estudio de las nuevas generaciones, una antología de los documentos más relevantes de las campañas del Libertador. Manifiestos, cartas, proclamas, discursos, decretos, todo en orden cronológico, y sin notas interpretativas –que sobran, por supuesto–, se ofrecen al lector con el propósito de repasar la historia y sacar las conclusiones que cada cual quiera formularse. Hoy, dos siglos después de sucedidos aquellos hechos, queda más fácil juzgar los episodios que en su momento dieron lugar a pugnaces controversias, rencores y tergiversaciones.

Este libro, que no pretende influir en la mente del lector, aunque sí ayudarlo a dilucidar tramos oscuros de la historia patria, presenta las ideas y las luchas del hombre visionario que buscó, ante todo, redimir a los pueblos del dominio español. A lo largo de esas lecturas podrá captarse, con independencia conceptual, el pensamiento político del creador de cinco repúblicas.

Al final de sus días, cuando el mismo Libertador se endilgó el apelativo de “majadero”, y lo extendió a Jesucristo y a Don Quijote –grandes soñadores como él–, entendió que sus empeños por la integración de las naciones americanas y la consolidación de la Gran Colombia habían sido estériles. Pecó, sin duda, de inexactitud, ya que postrado por el abandono de sus amigos y la causticidad de sus enemigos, no lograba comprender, en un momento de total desengaño y hundimiento espiritual, la magnitud del olvido y la perfidia. Solo la Historia se encargaría, y así lo ha hecho en el Bicentenario, de rehabilitar la obra libertaria.

Interesante resultará para los constitucionalistas de nuestros días el estudio de las normas elaboradas por Bolívar para forjar la vida jurídica de los pueblos. Algunas de esas ideas fueron rebatidas en sana controversia, pero todas ponían de presente la intención de acertar. La Constitución de Bolivia fue redactada por él y se puso en funcionamiento.

En estos papeles se aprecian las dotes del pensador, del literato, del escritor de vasta erudición que había estudiado con profundidad los preceptos que gobernaban la vida de los países avanzados de Europa. Por eso, no es de extrañar la claridad mental, la fuerza de los argumentos y el bello estilo que imprimió a sus escritos. Bolívar era un clásico del rigor gramatical y la elegancia de la expresión, dones que se evidencian no solo en los papeles oficiales sino en su correspondencia privada. En este sentido dejó lecciones imperecederas para los gobernantes de todos los tiempos.

Su obsesión por la libertad, su defensa de los oprimidos, sus embates contra la tiranía, sus luchas sin cuartel contra la corona española fueron su brújula al buscar la redención del hombre americano. Conforme era temerario, así mismo no conocía la indecisión ni la marcha atrás. Tuvo errores militares y humanos, pero su destreza le permitía salir adelante. Dueño de inquebrantable voluntad por el bien común, ejecutó las acciones más osadas y valerosas. Sin él, no se hubiera conseguido la libertad americana. Su genio se lo reconocían –y se lo reconocen hoy– hasta sus propios adversarios.

Difícil conseguir un hombre tan grande como Bolívar. Ni más convencido de sus ideas y de la unión de los pueblos. Sin embargo, su propia dimensión histórica le hizo ganar malquerencias, incomprensiones, atentados de muerte. Tal la naturaleza humana. Pero su gloria y su significado histórico perduran a lo largo de los tiempos.

El Espectador, Bogotá, 27-IX-2010.
Eje 21, Manizales, 27-IX-2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-X-2010.

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Música y literatura

jueves, 31 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La Editorial La Serpiente Emplumada, dirigida por la cuentista Carmen Cecilia Suárez, presentó en la pasada Feria Internacional del Libro una breve novela, de 170 páginas, que lleva por título 7 días en El Olvido, de la que es autor Nelson Ogliastri, nacido en Guayaquil e hijo de madre ecuatoriana y padre colombiano.

Nelson Ogliastri tiene 27 años, y desde los 16 inició su carrera musical como compositor de jazz, campo donde ha obtenido resonantes triunfos. A pesar de su corta edad, su nombre es reconocido en varios países. Y grabó su primer disco, donde reúne sus composiciones iniciales en asocio de grandes jazzistas chilenos. Además, ha compuesto música para obras de teatro. En el momento está vinculado a la Filarmónica de Ámsterdam.

Este músico de prestigio internacional, mitad colombiano y mitad ecuatoriano, y que ha residido en diversos países en razón de la actividad empresarial de su padre, causa sorpresa al revelarse también como escritor. No es frecuente, por cierto, esta dicotomía en dos disciplinas artísticas que no mantienen cercanía fácil. Tal circunstancia, que me causó curiosidad por los comentarios sugestivos que escuché acerca de la novela y su autor, me condujo a adquirir el libro.

Sobre esta novela he de decir, ante todo, que no parece que se tratara del texto de un autor primerizo. La obra reúne ingredientes singulares que me llevaron, de una sentada, a devorar su lectura. Novela original tanto por los recursos literarios que emplea el escritor, como por el ingenio con que ha fabricado una historia salida de lo común. Y que deja motivos de reflexión.

No es casual que el autor del prólogo, Winston Villamar Fernández, ostente los títulos de médico siquiatra y filósofo. Él fue escogido a propósito para avalar la tesis novelística. La urdimbre de la novela está  elaborada con dosis de sicología, filosofía y surrealismo. Todo en forma medida, para hacer un relato a la vez humano, intrigante y dinámico, donde la acción fluye con naturalidad, crea situaciones insólitas, a veces de espíritu kafkiano, y mantiene al lector en permanente suspenso.

La fuerza narrativa, combinada con una calculada y graciosa simplicidad, es el gran motor que impulsa esta historia que a veces parece de fantasmas –como en los dominios de Pedro Páramo– y que no permite que el ánimo del lector decaiga un solo momento. Con Beatriz, la protagonista, muchacha errante en el azar de los caminos, llega la lluvia al remoto y misterioso territorio de la Guajira. La lluvia en la región es tan extraña como la propia historia de amor que comienza a tejerse con la llegada de la forastera.

Ella toca en la puerta del asilo y pregunta si pueden darle hospedaje durante siete días. Le contestan que el único cupo disponible es el que acaba de dejar el anciano que amaneció muerto, y la viajera no tiene inconveniente en aceptarlo. De ahí en adelante surgen situaciones curiosas dentro de este mundillo de viejos, dementes, sordos, desmemoriados, y un coronel retirado que nadie sabe por qué fijó allí su residencia. Todos están unidos con el mismo vínculo de la vejez –menos Beatriz, la transeúnte de 35 años– y saben que tienen garantizada la vivienda hasta el final de sus días. El rótulo del hospicio: El Olvido, lo dice todo. Sus habitantes, más que de enfermedades, se mueren de viejos.

Un ambiente alucinante, e imbuido de belleza y poesía, se vive bajo estas paredes de la soledad. Mundo a la vez hechizado y patético. Se trata de seres anónimos que se van desvaneciendo en abrazo con la naturaleza, la tierra árida y a la vez maternal de la Guajira, que lanza a los vientos –con los sones de la música que arrullan el alma del novelista– una parábola de amor y hermandad.

Es una convivencia entre vivos y difuntos, donde en medio de vigilias y sueños discurre el sentido de la vida frente al tremendismo de la muerte. Tremendismo que aquí no existe, porque la muerte se presenta como un trance natural. Y cuando queda algún cupo disponible en El Olvido, algún alma viajera vendrá a ocuparlo. En el caso de la novela, el hospedaje será por solo siete días, término suficiente para simbolizar, como lo hace Beatriz con su personalidad encantadora, el principio y el fin del amor y de la vida.

El Espectador, Bogotá, 20 de septiembre de 2010.
Eje 21, Manizales, 22 de septiembre de 2010.

* * *

Comentarios:

Muchas gracias por apreciar de esa manera la obra de Nelson y recomendarla tan bien en su columna. Apoyos como este son fundamentales en el proceso de difusión de nuevos talentos. Daniel Ogliastri, Chile (padre del novelista).

Leí el comentario sobre el libro de Nelson Ogliastri, el cual me pareció muy acertado, pues sin lugar a dudas Nelson se revela como un escritor con talento. Carmen Cecilia Suárez, Bogotá.

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Dos novelas quindianas

jueves, 31 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando hace 27 años regresé del Quindío a la capital del país, Alister Ramírez Márquez era un adolescente que tal vez no presentía su vocación de escritor. Hoy es el nuevo novelista de la comarca, residente en Manhattan, donde ejerce la cátedra universitaria, y autor de dos obras que le han merecido reconocimientos: Mi vestido verde esmeralda (2003) y Los sueños de los hombres se los fuman las mujeres (2009).

No ha sido el Quindío tierra fértil para el cultivo de la novela, si bien cuenta con varios títulos que han obtenido ponderación. Pero se trata de casos aislados. En el pasado sobresalió en el campo del cuento, con grandes maestros en este género, como Eduardo Arias Suárez (considerado en su época el mejor cuentista del país), Antonio Cardona Jaramillo y Adel López Gómez. En la poesía, el nombre estelar es el de Carmelina Soto.

Fue la poetisa Esperanza Jaramillo García –uno de los pocos enlaces literarios que me quedan en la región– quien se interesó en que conociera las novelas del nuevo escritor. Un poco desconectado como estoy del panorama actual de las letras quindianas, he podido, sin embargo, seguirles el rastro a algunas figuras en ascenso de los nuevos tiempos. En el caso de Alister Ramírez Márquez, siento real complacencia al descubrir un novelista bien cimentado, a quien le esperan, sin duda, grandes éxitos.

Mi vestido verde esmeralda, escrita con lenguaje sencillo y expresivo, pinta el  ambiente rural del Quindío. Está aquí dibujada la típica familia de colonizadores que se desplaza de Antioquia en busca de oportunidades para subsistir y levantar los hijos, mientras a brazo partido lucha contra las adversidades de la naturaleza. Tierras inhóspitas y plagadas de alimañas, fieras y múltiples sobresaltos, son el horizonte cotidiano que enfrentan las corrientes de trashumantes que a golpes de hacha descuajan selvas y hacen surgir pueblos.

Este es el Quindío primitivo que emerge al mando de un puñado de valientes, hasta conformar un núcleo social caracterizado por el temple del carácter, la fe del arriero y el esfuerzo laborioso de la raza, dones que hacen posible la vida civilizada y el progreso. Vendrán después los tiempos de la violencia política que tantos desastres produjeron en la región.

En medio de este marco bucólico y después urbano, donde de paso se retratan las costumbres y la idiosincrasia de la comarca, el novelista crea personajes de mucho vigor, que mueven la historia con interés y realismo. La protagonista principal, Clara, es un ser fascinante por su fuerte personalidad y su espíritu de lucha y superación. Ella es el Quindío. “Madame Bovary soy yo”, dijo Flaubert.

Diríase que la otra novela, Los sueños de los hombres se los fuman las mujeres, es la continuación del propio periplo del escritor en su tránsito de Armenia a Manhattan. Se vale ahora de dos colombianos, legítimos paisas, que buscan radicarse en Estados Unidos y deben afrontar un mundo de aventuras, intrigas y toda suerte de percances, tan comunes en los procesos de inmigración y ambientación en el nuevo medio. Medio duro y hostil, que sin duda vivió el novelista, lo que le da autoridad para tratarlo con familiaridad.

En la narración sobresale el estilo ágil, fluido y ameno, con capítulos de brevedad admirable. Al igual que en la novela sobre el Quindío, en esta se ofrecen nítidas pinturas sobre diversos ambientes de Estados Unidos que se agitan en medio de la pobreza, la droga, los sofocos, la estrechez, la crueldad de la gente. A veces el lector se siente atrapado en aquellas atmósferas atroces y quisiera regresar a Colombia. Pero la mente diestra del escritor ha tenido el tino  de manejar la trama con dosis generosas de pasión sensual, de gracia, de tensión y fino humor, para mantener despierto el interés.

Con ciertos ingredientes policíacos, el ánimo no decae un solo momento. Y como las protagonistas son apasionantes, siempre se busca seguir tras sus huellas y descubrir sus secretos. A la postre, el mismo lector termina mezclado con los personajes, como deseoso de que lo inviten al capítulo siguiente. El final inesperado de la obra, que es al mismo tiempo verosímil y humano, cierra con broche de oro esta historia manejada con mano maestra.

El Espectador, Bogotá, 30 de agosto de 2010.
Eje 21, Manizales, 31 de agosto de 2010.
Noti20 del Quindío, Armenia, 1° de septiembre de 2010.
La Crónica del Quindío, 17 de septiembre de 2010.

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Comentarios:

Muy generoso con tus comentarios y te cuento que acaba de salir la traducción al inglés de Mi vestido verde esmeralda, lo cual se tomó casi tres años porque no estaba satisfecho con la traducción. Bueno, me animan mucho tus palabras y sigo con mis planes para la próxima novela.  También he leído tus otras columnas y te creo que el ejercicio de la escritura lo mantiene a uno en forma. Alister Ramírez Márquez, Manhattan.

A mí me gusta mucho que El Espectador dedique sus páginas de opinión a la difusión de la literatura. Interesantes las apreciaciones del columnista sobre la novela en el Quindío. Pepe Godoy.

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