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Archivo para viernes, 25 de marzo de 2011

La agonía de una flor

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El ruido de la motosierra, el fatídico instrumento con el que se destrozan los cadáveres causados por la violencia, se escucha, como  maldición de los montes, a lo largo de la nueva novela de Fernando Soto Aparicio, titulada La agonía de una flor. Tomo de ella la siguiente conclusión que define el drama que el escritor ha querido patentizar como fondo de su historia: “¿A dónde van este pueblo, este país, el mundo? Los seres humanos somos sembradores: diariamente le sembramos a la tierra centenares de miles de cadáveres”.

Desde que hace medio siglo escribió Soto Aparicio La rebelión de las ratas, considerada su novela cumbre, su temática ha estado dirigida a la denuncia social. Desde entonces se convirtió en fiel intérprete de este país sacudido por los odios y las atrocidades, y movido antaño por la pasión política, más tarde por la fiebre del dinero, y ahora por el comercio de los narcóticos.

El hombre disociador de la moral pública, que trafica lo mismo en las altas posiciones del Estado que en las redes oscuras de los estupefacientes y del despojo de tierras (e incorporado en los dos últimos casos a los movimientos guerrilleros) es el causante de la violencia que se enseñorea de la vida nacional. En medio de esta hecatombe, surge en la novela de Soto Aparicio un pueblo pequeño y miserable como símbolo de la corrupción y la barbarie que se apoderaron del país.

A dicho pueblo lo bautizó el novelista con el nombre apropiado de Villatriste, y en él crepita la olla de los odios, las venganzas y las torturas, bajo el ruido incesante de la motosierra encargada de fracturar los cadáveres y hacerlos desaparecer en la profundidad de los ríos. Este personaje siniestro que es la motosierra se retrata en la obra como un ser vivo que flagela, con saña infinita, las 160 páginas del libro. Páginas de brevedad alucinante y estremecedora que uno quisiera que no terminaran, dada la intensidad dramática que les imprime el autor, y a pesar de que por ellas se transita como por entre un túnel de sombras y terrores. Por eso mismo, se busca la claridad que espera encontrarse al final de la cadena de oprobios.

“Villatriste –dice el escritor– no pasa de ser un espejo diminuto donde se mira el mundo”. Y trae a escena otro método inaudito de esta época sanguinaria: las minas antipersona (o quiebrapatas, en su exacta definición salvaje), que se siembran en los campos, a lo largo de todo el país, como una semilla maldita que mutila a las personas y les produce dolores y traumas atroces. No matan –que sería preferible–, sino que someten a las víctimas a un calvario de torturas que deben soportar por el resto de la vida. Mayor sadismo no se puede concebir.

La agonía de una flor es el drama de una humilde muchacha de pueblo para quien todo termina al caer en el campo sembrado de minas antipersona. La ilusión, la esperanza, el amor, todo se evapora para ella cuando se abren los garfios de la ignominia y la dejan lacerada para siempre. Sus carnes frescas, que poco a poco se van marchitando en la pieza del hospital, se convierten en desperdicio de la belleza y la juventud.

Novela de desgarros, de gritos angustiados, de impotencia, de desconcierto ante la brutalidad del hombre. Es un “yo acuso” en la conciencia de este país anestesiado por la sed de oro, la distorsión de los valores y la corrupción del Estado. Por fortuna, un hálito de poesía ventila las páginas de esta tragedia griega, tan bien captada por la sensibilidad del escritor.

Liria, la protagonista principal, es la representación viva de este país bárbaro que parece no tener cura ni salvación. Soto Aparicio, promotor en su literatura de grandes causas populares, y que no se cansa de denunciar los desequilibrios de la sociedad y los atropellos de los políticos y de la clase gobernante, pone de nuevo el dedo en la llaga para impetrar la dignidad del hombre. En esta mirada perpleja que lanza el novelista desde la puerta del hospital, clama por los maltratados y los mutilados, por los heridos y los muertos que engordan las páginas de la violencia colombiana.

No es una novela más. Ni una historia de ocasión. Es la novela del momento actual. La de las minas antipersona que se inventaron los monstruos de las guerras en el mundo entero, para aterrorizar, con sevicia y en forma  indiscriminada, a todo el género humano. En Colombia se copió la moda. Y es que aquí sabemos refinar los sistemas más sofisticados de la crueldad. Más que una persona, Liria, la niña desgarrada por los zarpazos de la maldad humana, es una poesía, una flor que emerge del dolor e irradia con su aroma una parábola de ternura.

Con esta bella edición que dentro de la Feria Internacional del Libro pone en circulación la Editorial La Serpiente Emplumada, Soto Aparicio agrega un peldaño más a su vasta producción de protesta social. Tras medio siglo de infatigable labor en los géneros de la novela, el cuento, el teatro y la poesía, corona hoy la meta de los 55 libros publicados. Entrega total la suya, y por otra parte admirable, al noble ejercicio de hacer de la palabra un canto a la vida y al amor, y un compromiso irrenunciable con las causas del hombre.

El Espectador, Bogotá, 17 de agosto de 2010.
Eje 21, Manizales, 17 de agosto de 2010.

* * *

Comentarios:

El título es bellísimo. Si sólo conociera éste, creería que se trataba de un libro de poemas; sin embargo, es paradójico, con el contenido de crueldad y realismo  de lo que  vive el país desde hace más de 50 años: la violencia, pero totalmente coherente con la agonía de una niña que apenas abre sus pétalos a la vida y se encuentra física y parcialmente destruida. Inés Blanco, Bogotá.

Ojalá lo lean más lectores que los que leen la basura usual que se publica para ‘embellecer la realidad’ y embobecer los sentidos del colombiano testigo de lo que documenta Soto Aparicio. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Ojalá que los profesores les dejen como tarea a los estudiantes la lectura de esta gran obra de Soto Aparicio, así fue como yo leí La rebelión de las ratas y muchas más obras. La buscaré. Ladesplazada (correo a El Espectador). 

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Los años de Otto

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En estos días llamé temprano a Otto Morales Benítez a su oficina (en su casa me informaron que ya había salido a trabajar), y al preguntarle cómo estaba, me respondió con alegría: “Feliz, mañaneando en mi oficina”. Hacía mucho tiempo que no escuchaba el término “mañanear”, verbo de grato sabor que transmite aire fresco, vitalidad y optimismo.

En tan cortas líneas, he mencionado los tres rasgos fundamentales que  definen el temperamento de Morales Benítez: la alegría, la vitalidad y el optimismo. Con esas prerrogativas que le dio la vida, y que él ha fortalecido con su vasta cultura intelectual y el ejercicio de un humanismo integral, llega este 7 de agosto a la cumbre de los 90 años.

Vida plena la suya que le permite disfrutar de una salud de roble, sin duda enriquecida por su interminable carcajada, y de una exuberante lucidez mental que no le da tregua en el oficio de escribir libros y más libros, sin marginar el hábito impenitente de la lectura. Y como si fuera poco, asiste con regularidad a las academias de que hace parte, patrocina infinidad de actos culturales, pronuncia conferencias en cuanto sitio requiera su presencia, y escribe una columna semanal para el periódico El Mundo de Medellín.

Alguna vez le oí decir que él nunca se preparó para la etapa del jubilado. No concibe la quietud ni el ocio. Por eso, desde su retiro del último ministerio se dedicó de lleno a su oficina de abogado, sin preocuparse por fomentar una pensión de jubilación. Es trabajador independiente e incansable que se da el lujo de “mañanear” –a sus 90 años– para hacer crecer los negocios, estar en sintonía con sus amigos y con el país, y no dejarse deteriorar. Lo salvan su espíritu jovial y su mente fresca y laboriosa. Además, todo lo ve con ojos optimistas.

Siempre ha sido madrugador a toda prueba. Eso determina que no se haya dejado atropellar por los años. Una vez, residente yo en Armenia, me invitó a su hacienda Don Olimpo, en Filadelfia (Caldas), y muy temprano me llamó a su alcoba para que nos tomáramos un café y… dialogáramos.

Otto no ha hecho otra cosa en la vida que dialogar. Dialoga con sus libros, con sus ensayos, con sus amigos, con el país, con su alma. El diálogo es su savia vital. Esa entrega a la gente, trátese de altas personalidades o de seres humildes, le imprime el carácter abierto y generoso que le hace ganar amigos al instante.

Aquella vez en Filadelfia, lo encontré dedicado a la lectura de los periódicos, con unas tijeras a su lado. Conforme encontraba un artículo o noticia de interés para alguno de sus amigos, lo recortaba y escribía a mano el nombre del destinatario, con su cordial saludo, para que a su regreso a Bogotá la secretaria lo pusiera al correo. Yo mismo había sido muchas veces favorecido con ese gesto de sin igual gentileza. Y recordé una memorable referencia suya: que la amistad había que merecerla y se ganaba con el detalle oportuno, y en su caso, utilizaba los adjetivos para encomiar a sus amigos.

Ese es Otto Morales: conocedor, como el que más, de la vida nacional; denodado luchador de las causas sociales; escritor interminable –como su tonificante carcajada– que se ha ocupado de los grandes temas de la historia colombiana y del quehacer literario; brillante estadista que le ha prestado invaluables servicios al país, y que ha debido ocupar la Presidencia de la República; y ante todo, amigo de sus amigos.

Qué mejor homenaje, en sus 90 años, que acompañarlo a “mañanear” con estas letras colmadas de vieja amistad y de perenne admiración.

El Espectador, Bogotá, 2 de agosto de 2010.
Eje 21, Manizales, 3 de agosto de 2010.
Noti20 del Quindío, Armenia, 5 de agosto de 2010.
Impronta, Academia Caldense de Historia, Manizales, noviembre de 2010.

* * *

Comentarios:

Qué bien merecido homenaje a quien considero por su moral y trayectoria el “Presidente honorario de Colombia”. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).

Ese es él, de cuerpo entero, incansable, alegre, comprometido hasta la médula con él, con los suyos, con el país y con las letras. El sólo hecho de ser un madrugador impenitente a su edad es un ejemplo para muchas generaciones. Ya quisiéramos alcanzarlo al alba con un café, un libro, papel, lápiz y tijeras y un rato de exquisita e enriquecedora conversación. Inés Blanco, Bogotá.

Estoy de acuerdo con usted en que el doctor Otto debió ser presidente de Colombia.  Es un personaje de grandes valores y usted los destaca. Esta columna es una de las mejores, de las que he tenido el agrado de leerle. Gustavo Valencia García, Armenia.

He mañaneado leyendo la estupenda nota que con ocasión de los 90 años de Otto has publicado. Me uno en un todo a ella y a esa vitalidad sin límites que ha mantenido el gran amigo. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Estupendo homenaje al maestro Otto. Te felicito por tu afortunada pluma. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Qué señor tan admirable es Otto. Más que por sus libros, se convierte en una enseñanza para todos nosotros por su saber vivir. Ha sido un privilegiado, sobre todo porque se les concede a muy pocos arribar a esa edad tan vivos y activos. Yo apenas lo conocí, lo vi un par de veces en el apartamentico de Gonzalo Arango, en La Raqueta, pero siempre sentí una gran simpatía por él, y por su hermano Omar, otro hombre que irradia optimismo, entusiasmo, ganas. Eduardo Escobar (nadaísta),  San Francisco (Cundinamarca).

Esta hermosa columna nos entusiasma y alegra, así como el doctor Otto nos ha llenado la vida con su generosidad y afecto. Sonia Cárdenas, Bogotá.

Muy oportuno tu homenaje a nuestro común amigo el doctor Otto Morales Benítez. Yo no sabía que él también era un Leo como el que esto escribe. Te ruego el gran favor de saludarlo de mi parte cuando vuelvas a llamarlo, y que siga optimizando a sus amigos con sus  carcajadas «mañaneantes». Tu artículo me hizo recordar a mi papá quien nos hacía acostar temprano porque «tenemos que mañanear». La «mañaneada» era a las cuatro de la madrugada con un frío de cero grados o menos. José Antonio Vergel. Ibagué.

¡Qué hermosa página y qué merecido homenaje! Jamás dejaremos de admirar a ese pensador, dueño de una alegría desbordante, de un alma demasiado noble. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Qué hombre estupendo es Otto Morales Benítez y cómo lo retratas de adecuadamente en esa nota que me enviaste.  90 años y sigue teniendo esa voz bella, fuerte, animosa y cálida de toda la vida y, por lo que tú dices, no es solo la voz sino que él mismo sigue siendo ese incansable trabajador de siempre. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

Fraudes bancarios

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Noticias de prensa e informes policivos dan cuenta del alarmante incremento de fraudes bancarios cometidos por bandas especializadas en el manejo de equipos de clonación (“skiming”), mini cámaras de video, falsas lectoras, instalación de dispositivos en cajeros e interceptaciones por internet.

En el último semestre, el número de clonaciones pasó de 7.000. Mientras tanto, las entidades bancarias han extremado sus sistemas de seguridad, tomado seguros y aplicado rectos criterios para proteger los intereses del cliente y responder por los daños causados. Pero esto no sucede en todos los institutos financieros. En el suceso personal que voy a relatar, que hace relación con retiros fraudulentos de una cuenta de ahorros abierta en Colmena BCSC., otras personas que lean esta nota sentirán que su situación es similar a la tratada en esta columna.

Hace cinco meses se realizaron cuatro retiros continuos de la citada cuenta, hasta agotar su saldo, en el cajero automático de una lejana población de Antioquia, cuando el lugar de mi residencia es Bogotá. Dos meses después volví a ser objeto de otro fraude en la misma corporación, esta vez por internet.

En este nuevo caso pequé de ingenuo al no haber suspendido la cuenta, con lo que me hubiera evitado el segundo robo, pero confié que Colmena, una entidad considerada seria –y propiedad de los jesuitas–, respondería por el ilícito cometido por fallas de sus sistemas.

En el primer hecho, o sea, el de los retiros por cajero automático, manifiesta Colmena que las operaciones fueron realizadas exitosamente con la información contenida en la banda magnética de la tarjeta débito que me entregó, y con el conocimiento de la clave. Es decir, se me atribuye toda la culpa, a pesar de que no estuve en la ciudad donde se retiró el dinero, manejo la tarjeta y su clave con absolutas medidas de seguridad (esto tengo que saberlo como gerente de banco que fui durante largos años) y nadie más conoce la clave o utiliza mi tarjeta.

En la segunda situación, o sea, el fraude por internet, Colmena esgrime un argumento similar. Tesis sin ninguna validez y que parece ser, como en el hecho anterior, la respuesta automática para todos los clientes reclamantes. Además, manejo la clave de internet en forma exclusiva, la conservo con toda seguridad y permanezco buena parte del día en mi apartamento, dedicado a las labores de escritor y periodista. Este doble fraude (por cajero automático y por internet) pone de presente cuán vulnerables son los sistemas de Colmena.

Habría que concluir que el cliente de esta entidad está desprotegido. Aun así, los mandos medios que dan respuestas recursivas a las quejas que presenta la clientela  parecen ignorar que la mayoría de los fraudes son ejecutados por bandas que usan sistemas muy sofisticados para llevar a cabo sus propósitos criminales. También parecen ignorar que algunos ilícitos se realizan con complicidad de empleados de las propias entidades financieras.

Entre los derechos de los consumidores financieros consagrados en la ley 1328 de 2009, se establece el siguiente: “Recibir productos y servicios con estándares de seguridad y calidad”. A los bancos, por supuesto, les corresponde brindar sistemas confiables para que los usuarios no sean asaltados en su buena fe cuando confían a un banco la guarda de sus depósitos.

Conozco varios casos idénticos al mío en los que la entidad (Banco de Bogotá, Davivienda, BBVA., que recuerde) ha respondido por la defraudación, sin someter al cliente al tortuoso y penoso camino que he tenido que recorrer en Colmena por espacio de cinco meses. El de malas fui yo.

El Espectador, Bogotá, 8 de julio de 2010.
Eje 21, Manizales, 9 de julio de 2010.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11 de julio de 2010.
Noti20 del Quindío, Armenia, 12 de julio de 2010.

* * *

Comentarios:

A mi esposa le sucedió lo mismo que a usted con el Banco Colmena. Le hicieron  cuatro retiros de su cuenta de ahorros por cajero electrónico de Barranquilla, cuando la cuenta es de Bogotá. Procedimos de inmediato a hacer el reclamo y nos contestaron de la misma manera que a usted. Como usted lo dice, es una proforma dado que esto al parecer se presenta con muchos clientes. Carlos Orlando Ramírez Santana.

En dos ocasiones hemos sido robados a través de internet. La cuenta es de Bancolombia, quien «previa investigación» ha devuelto la totalidad del fraude a nuestra empresa. Sin embargo es muy importante que usted alerte a los lectores, porque este fenómeno aumenta cada día. Jorge Iván Arango H.

Yo perdí en el 2008 $ 19 millones de pesos de mi cuenta en el BBVA. Pagaron durante tres días cuentas de teléfonos celulares por ese monto. Yo nunca había efectuado un pago en línea. No valió todo lo que reclamé. Y tiré la toalla, como se dice en el argot popular. Me dijeron en todos los tonos que yo le había dado a alguien la clave porque todas las operaciones se habían realizado exitosamente. Esta es la frase de cajón. La gerente de la oficina  donde tenía mi cuenta sabía que soy pensionada del Banco de Bogotá y los últimos seis años fui gerente de una oficina de Granahorrar. Así que mal podría no saber las condiciones de confidencialidad y cuidado con las claves y las tarjetas. Qué injusticia. A. Bornacelli.

En el BBVA me robaron la suma de $2,3 millones a través de internet, transfiriéndola de mi cuenta a una cuenta de Santa Marta del mismo banco. Coloqué la denunca en la Fiscalía,  coloqué reclamación en el BBVA y en la Superintendencia Bancaria. La Fiscalía no ha hecho nada, y el BBVA me respondió que la culpa era mía y no me devolvió nada. La Superintendencia le dio la razón al BBVA. Por lo tanto esa platica se perdió. Ricosblanc.

Parece ser que los reclamos son respondidos por personas sin criterio, debido a que las respuestas son tan superficiales. Esas respuestas no tienen en cuenta que los dineros están asegurados y que la entidad solo perdería el deducible, pero las entidades no quieren perder ni el deducible. Se las quieren ganar todas. Yilain.

Yo también he sido víctima de un robo a través de cajeros electrónicos y tenía mi cuenta en Colmena. El robo se llevó a cabo en una ciudad que dista mucho de la ciudad donde resido y que no he visitado. Colmena me respondió haciéndome saber que la culpa es mía. Es muy probable que haya complicidad de funcionarios de la misma entidad. Andrés Vinasco Lalinde.

El legado de Uribe

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No serán los tiempos actuales, cargados de sectarismos y de odios políticos, los que den el veredicto justo sobre el presidente Álvaro Uribe Vélez. La Historia verdadera, la que permite definir con nitidez la imagen de una época o de un personaje, solo se decanta después de largos años.

Siendo uno de los presidentes más controvertidos de la historia colombiana, su gobierno ha estado sometido, a veces bajo el impulso de ciegas pasiones, a diatribas, injurias, falsedades y toda suerte de ataques exaltados, cuando no agresivos. Zaherir la dignidad de su investidura y de su persona se volvió una moda nacional. Cuando el país (hablemos más bien de una masa de la opinión pública) llega a tales extremos, es porque algo grave le está sucediendo a la sociedad.

Pero por encima de torpes y apasionadas ofensivas, está el sano sentir de la inmensa mayoría de los colombianos. Pocos presidentes terminan su función –en este caso tras ocho años de infatigable y digno desempeño– con más del 80 por ciento de popularidad. Si así se expresa el país, es porque la excelencia no admite duda. Este dictamen no es de última hora, sino que ha sido la nota constante, con ligeros altibajos, a lo largo de todo el mandato.

Resulta irónico que mientras algunos ciudadanos vienen dedicados a censurar al Presidente, imputándole cuanto entuerto sea dado enrostrarle, otros países ponderan y envidian los éxitos logrados por Colombia. Este voto sale lo mismo de pequeñas que de grandes naciones, y esto lo saben los detractores que en el propio suelo colombiano se empeñan en sostener lo contrario.

Hace apenas pocos días, The Washington Post calificó a Uribe “como uno de los presidentes más exitosos de Latinoamérica, que levantó la economía, fortaleció al Ejército y aplastó a las Farc. Y que, al aceptar la sentencia de la Corte sobre el no a la tercera reelección, deja tras de sí un sistema democrático sólido”.

Cuando Uribe asumió el poder hace ocho años, Colombia estaba al borde de la hecatombe (palabra suya muy apreciada), con la inseguridad pública adueñada de todo el país, las carreteras tomadas por las guerrillas, la economía postrada, el prestigio internacional deteriorado, y como si esto fuera poco, con las Farc a punto de apoderarse del Gobierno.

Habíamos perdido la fe en las autoridades, y con ella, la esperanza. No puede haber nada peor para la democracia que un país desesperanzado. De la desesperanza a la desesperación hay corto trecho.

Y llegó el líder decidido a salvar a Colombia de la hecatombe, con la mira muy clara sobre la ruta que debía seguir. No le temblaron la voz ni el pulso para poner contra la pared a los subversivos, medida prioritaria –e inaplazable– que era preciso acometer para rescatar el territorio nacional y devolver la confianza a los colombianos. Sus acciones, a partir del propio día de su posesión, fueron no solo fulminantes e intrépidas, sino certeras y contundentes. Operaciones milimétricas como Fénix, Jaque y Camaleón (esta última realizada en postrimerías del mandato) demuestran hasta qué punto llegaron el profesionalismo y la firmeza militares que se habían dejado debilitar.

El rescate de prisioneros, la captura y deserción de guerrilleros, el cerco y atrofia de los mandos subversivos –cada vez más apocados– son clara demostración de que la guerra está llegando a su final. “Su tiempo se ha agotado”, advirtió Santos a los subversivos: el presidente electo y continuador de la política de seguridad democrática. De 16.000 o 18.000 guerrilleros que existían en 2002, se ha pasado a 6.000 u 8.000 en la actualidad.

Sin embargo, la fiera sigue viva. Busca cualquier descuido, vacilación o debilidad para recuperar el terreno. De hecho, ya se ha visto un resurgimiento guerrillero en algunas partes del país. No se puede bajar la guardia. Las bases están puestas por el gobierno de Uribe para que su sucesor continúe la tarea. Lo cierto es que el país respira hoy con mucha mayor tranquilidad que hace ocho años, cuando llegó un Presidente providencial que habló claro y con valentía, quiso la paz y extenuó a la guerrilla.

Se equivocó en algunos aspectos, pero nunca obró de mala fe. Ejerció actos claros y enérgicos, a la par que prudentes y reflexivos, ante países hermanos que le declararon hostilidades por el solo hecho de defender nuestra soberanía. Hoy, el ambiente es propicio para que las relaciones se restablezcan en el futuro inmediato. Por otra parte, se mantuvo en permanente contacto con el país a través de los consejos comunitarios, donde escuchaba quejas y resolvía necesidades.

Fue un Presidente sin fatiga ni descanso. Tal vez esto lo llevó en ocasiones a la excitación y a las salidas de tono. Su imagen impactó al mundo. Por encima de todo, estaban para él la salud de la patria y el bienestar de los colombianos. Juan Manuel Santos tendrá que buscar, por supuesto, correctivos para algunas fallas, y marcar otro estilo. Gobernar no solo es acertar: también lo es equivocarse, pero reconociendo y enmendando los errores.

Uribe entra a la galería de los grandes presidentes de Colombia. Su liderazgo es incuestionable. Y su legado, trascendental para todos los tiempos.

El Espectador, Bogotá, 29 de junio de 2010.
Noti20 Quindío, Armenia, 30 de junio de 2010.
Eje 21, Manizales, 1° de septiembre de 2010.

La perniciosa incertidumbre

viernes, 25 de marzo de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Los escritores colombianos Alfredo Arango (residente en Estados Unidos) y Juan Lara (en Colombia), abogados nacidos en 1959, tienen el acierto de encuadrar su novela La perniciosa incertidumbre, memorias de Fermín Donaire, dentro de los actos conmemorativos del Bicentenario de la Independencia.

La obra fue publicada en forma conjunta por las editoriales Planeta y Puente Levadizo. Se trata de un trabajo serio y atractivo que se realizó tras rigurosa investigación de los sucesos guerreros que dieron origen a la libertad de los pueblos latinoamericanos. Uno de los autores, Alfredo Arango, no ubica el trabajo en ningún género preciso, por confluir en él crónicas, memorias, relatos de viajes, historiografía, poemas, ensayo.

Considero que se trata de una novela con fondo histórico, manejada con otros recursos literarios, que con buena fortuna han empleado sus autores. Obra que por moverse entre la ficción y la realidad (en muchos pasajes no se distingue la una de la otra) puede catalogarse como novela.

Con todo, predomina el hecho histórico, contado a dos voces: una es la de Cayetano, enfermero patriota que recorre los campos de batalla junto con una legión de sepultureros, y que a lo largo del tiempo vive ardiente pasión amorosa que anima el ánimo del lector; y la otra, la de Fermín Donaire, jurista, poeta y escritor (como los propios autores), que escucha la narración de Cayetano y la recoge en las largas memorias plasmadas en el libro.

Son ellos los protagonistas centrales de la historia, y no puede determinarse si se trata de seres reales o ficticios. Para el buen lector, son seres vivos que se encargan de transmitir a los nuevos tiempos la temperatura de los sucesos épicos y crueles, movidos por atroz  violencia, que marcaron las gestas libertadoras.

A Fermín Donaire se le hace aparecer como el discreto secretario privado de Nariño, incluso con anotación de los años de su nacimiento y de su muerte (Santafé de Bogotá, 1776 – Guaduas, 1850), lo que resulta creíble o probable.  Esa es una de las artes que debe saber emplear el buen novelista. Y al enfermero Cayetano se le siente actuante en toda la lectura del libro, de la misma manera que ocurre con Fermín. Son personajes ciertos, en constante acción, aunque pertenezcan a la invención de los autores.

En cualquier forma, ellos transmiten las historias macabras de manera dinámica y veraz, y de eso se trata. El lector se siente en pleno campo de batalla. Son muchas batallas dantescas que se agitan entre ríos de sangre y horripilantes acciones, en los terrenos abruptos de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia. Naciones que, pretendiendo emancipar Bolívar bajo una misma hermandad y unos mismos ideales, hoy se enfrentan con distintos intereses y enardecidas hostilidades. La guerra continúa.

Aunque son los gobernantes, y no los pueblos, los que abrigan ese ánimo pugnaz, y no en todos los casos existe la misma disposición para el conflicto. Si Bolívar viviera, tendría que llorar sobre la obra construida en sus titánicas contiendas. El tributo que hoy le rendimos está oscurecido por la rivalidad entre hermanos.

El jurista y el enfermero de la novela –sobre todo este último– encarnan a la cantidad de seres ocultos que abundan en todas las guerras. Son personas anónimas que se desvanecen al lado de los próceres y que, por eso mismo, son ignoradas por las páginas relucientes de la Historia. Los historiadores, en general, que se encargan de repetir a lo largo de los años los mismos episodios conocidos, no se detienen en gente del común, en actores sin nombre. Poco les interesa exhumar de las fosas del olvido a otras figuras heroicas que, como Cayetano, Fermín, Polonia o Candelo, también forjaron la grandeza de una nación.

La obra se lee con interés (principal ingrediente de la novela) y se aprecian en ella la pericia y el empeño de sus autores por revivir la Historia con nuevos y novedosos enfoques.

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La voz del lector

Sobre la anterior columna, Bolívar en Soatá, he recibido la siguiente comunicación: “Me ha impactado tu relato, por cuanto mi tío Miguel Feres (q.e.p.d.) regaló alguna vez un reverbero de aluminio en el que nuestras bisabuelas le habían calentado el café a Bolívar cuando llegó a Soatá a la casa de las Mesa. Dicho reverbero está ahora en Paris en manos de un amigo francés». Marta Nalús Feres, Bogotá.

El Espectador, Bogotá, 2 de junio de 2010.
Eje 21, Manizales, 3 de junio de 2010.

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