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La perniciosa incertidumbre

viernes, 25 de marzo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los escritores colombianos Alfredo Arango (residente en Estados Unidos) y Juan Lara (en Colombia), abogados nacidos en 1959, tienen el acierto de encuadrar su novela La perniciosa incertidumbre, memorias de Fermín Donaire, dentro de los actos conmemorativos del Bicentenario de la Independencia.

La obra fue publicada en forma conjunta por las editoriales Planeta y Puente Levadizo. Se trata de un trabajo serio y atractivo que se realizó tras rigurosa investigación de los sucesos guerreros que dieron origen a la libertad de los pueblos latinoamericanos. Uno de los autores, Alfredo Arango, no ubica el trabajo en ningún género preciso, por confluir en él crónicas, memorias, relatos de viajes, historiografía, poemas, ensayo.

Considero que se trata de una novela con fondo histórico, manejada con otros recursos literarios, que con buena fortuna han empleado sus autores. Obra que por moverse entre la ficción y la realidad (en muchos pasajes no se distingue la una de la otra) puede catalogarse como novela.

Con todo, predomina el hecho histórico, contado a dos voces: una es la de Cayetano, enfermero patriota que recorre los campos de batalla junto con una legión de sepultureros, y que a lo largo del tiempo vive ardiente pasión amorosa que anima el ánimo del lector; y la otra, la de Fermín Donaire, jurista, poeta y escritor (como los propios autores), que escucha la narración de Cayetano y la recoge en las largas memorias plasmadas en el libro.

Son ellos los protagonistas centrales de la historia, y no puede determinarse si se trata de seres reales o ficticios. Para el buen lector, son seres vivos que se encargan de transmitir a los nuevos tiempos la temperatura de los sucesos épicos y crueles, movidos por atroz  violencia, que marcaron las gestas libertadoras.

A Fermín Donaire se le hace aparecer como el discreto secretario privado de Nariño, incluso con anotación de los años de su nacimiento y de su muerte (Santafé de Bogotá, 1776 – Guaduas, 1850), lo que resulta creíble o probable.  Esa es una de las artes que debe saber emplear el buen novelista. Y al enfermero Cayetano se le siente actuante en toda la lectura del libro, de la misma manera que ocurre con Fermín. Son personajes ciertos, en constante acción, aunque pertenezcan a la invención de los autores.

En cualquier forma, ellos transmiten las historias macabras de manera dinámica y veraz, y de eso se trata. El lector se siente en pleno campo de batalla. Son muchas batallas dantescas que se agitan entre ríos de sangre y horripilantes acciones, en los terrenos abruptos de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia. Naciones que, pretendiendo emancipar Bolívar bajo una misma hermandad y unos mismos ideales, hoy se enfrentan con distintos intereses y enardecidas hostilidades. La guerra continúa.

Aunque son los gobernantes, y no los pueblos, los que abrigan ese ánimo pugnaz, y no en todos los casos existe la misma disposición para el conflicto. Si Bolívar viviera, tendría que llorar sobre la obra construida en sus titánicas contiendas. El tributo que hoy le rendimos está oscurecido por la rivalidad entre hermanos.

El jurista y el enfermero de la novela –sobre todo este último– encarnan a la cantidad de seres ocultos que abundan en todas las guerras. Son personas anónimas que se desvanecen al lado de los próceres y que, por eso mismo, son ignoradas por las páginas relucientes de la Historia. Los historiadores, en general, que se encargan de repetir a lo largo de los años los mismos episodios conocidos, no se detienen en gente del común, en actores sin nombre. Poco les interesa exhumar de las fosas del olvido a otras figuras heroicas que, como Cayetano, Fermín, Polonia o Candelo, también forjaron la grandeza de una nación.

La obra se lee con interés (principal ingrediente de la novela) y se aprecian en ella la pericia y el empeño de sus autores por revivir la Historia con nuevos y novedosos enfoques.

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La voz del lector

Sobre la anterior columna, Bolívar en Soatá, he recibido la siguiente comunicación: “Me ha impactado tu relato, por cuanto mi tío Miguel Feres (q.e.p.d.) regaló alguna vez un reverbero de aluminio en el que nuestras bisabuelas le habían calentado el café a Bolívar cuando llegó a Soatá a la casa de las Mesa. Dicho reverbero está ahora en Paris en manos de un amigo francés». Marta Nalús Feres, Bogotá.

El Espectador, Bogotá, 2 de junio de 2010.
Eje 21, Manizales, 3 de junio de 2010.

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