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El artista colombiano

domingo, 22 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Este típico personaje de las calles bo­gotanas, que improvisaba fáciles escenarios en cualquier sitio de la ciudad y que llegó a convertirse en auténtico intérprete del pueblo, está ahora pos­trado en un hospital de caridad. Sus admiradores desaparecieron como por encanto. Ya no desfila ante sus ojos ese errátil mundo bogotano que detenía la marcha, entre curioso y sugestionado, atraído por la lengua picante y a veces prohibida del legítimo «cachaco”, y desde su lecho repasará con impaciencia tanto recuerdo, ahora medio desdibujado, de su incontenible re­pertorio.

Fue, a lo largo de treinta o de cua­renta años, el mejor remedador de la farándula política, lo mismo que del pequeño o del gran acontecimiento, y gozaba, al igual que su auditorio, per­sonificando a los protagonistas de la actualidad, a quienes fustigaba con fina ironía y ademán bufón, aunque también les concedía a veces el honor de la alabanza, cuando lo merecían en su veredicto implacable.

Dotado de aguda receptividad, siempre comprendió cuál era el proble­ma o el tema del momento y desde su tribuna callejera llegó a convertirse, sin proponérselo, en crítico de la vida cotidiana No siempre nos damos cuenta de la importancia de estos tribunos del pueblo que logran mantener, mejor que tanto político envanecido, la simpatía de las inmensas masas que se deslizan por los ríos humanos de las urbes.

El “artista colombiano» sufre ahora la inclemencia de una lesión a la columna  vertebral. Necesita médicos y drogas. Por allá, en el frío y solitario cuartucho del hospital, un perio­dista descubrió que el talento colom­biano estaba derritiéndose entre una enfermedad voraz, alejado por fuerza de su teatro y sufriendo la ausencia y la indiferencia de su público.

No pide ayuda económica, según sus palabras, por más que se encuentre en absoluta indigencia, pero está espe­rando desde hace cinco meses que de su gran auditorio salgan personas que le lleven alivio para su tormento físico y moral.

En la cama del hospital sufre el «artista colombiano». Es, infortuna­damente, el mismo destino del artista colombiano en general. Aquel, el que borró su nombre de pila para con­vertirse en un bien de inventario de la ciudad, y también de Colombia, ha pasado al olvido. Es el mismo que hizo gozar al pueblo durante largas tempo­radas. Ha sido quizás el mayor censor del acontecer nacional.

Con él se va algo, todos los días, del Bogotá de antaño. Cada sitio tiene su propio artista, su personaje au­tóctono, que se va desmembrando de la sociedad con dolor, como aquel que está arrinconado en Bogotá con su tra­gedia a cuestas.

Después del descubrimiento, varias cámaras de televisión y reporteros de periódicos lo visitaron y lo exhibieron con cierto toque de noticia, con cierto afán de actualizarlo, pero no todos con el enfoque real ante el hombre de­caído, ante el artista que hizo las ale­grías del público heterogéneo y que ahora declina después de haber cum­plido el inevitable ciclo de la comedia humana.

El «artista colombiano» es patri­monio de la ciudad. Y esta debe hacer­le menos ingrata la decadencia. Para su público, ese amorfo espectro de las grandes ciudades, es posible que esté preparando nuevas actuaciones pa­ra cuando pueda estirar, en cualquier vía pública, como lo espera y nosotros lo deseamos, su esqueleto remendado.

La Patria, Manizales, 1-III-1975.

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