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Boyacá, la gran perdedora

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En el curso de 16 meses Bo­yacá ha tenido tres gobernadores. Y en pocos días tendrá cuatro si no confirman al actual, que ejerce en calidad de interino mientras se encuentra la fórmula política para un departamento politiquero. Carlos Eduardo Vargas Rubiano, hijo epónimo de su tierra y en quien se cifraban grandes esperanzas, sólo permaneció en el cargo por es­pacio de cuatro meses. El mi­nistro de Gobierno, cosa extraña, no lo dejó gobernar. No lo apoyó. Prefirió escuchar y atender otros argumentos de la política pe­queña, de que es tan fértil el glorioso departamento.

La gente de Boyacá recibió con entusiasmo la llegada de Carlos Eduardo a la Gobernación. Sabía que en él hallaba una garan­tía para el adelanto material y espiritual de la comarca. Liberal independiente, pero sobre todo boyacense auténtico, se abría la posibilidad de un mandato pro­gresista. En poco tiempo la opi­nión pública se hizo sentir con signos de apoyo y sim­patía hacia la figura de uno de los promotores más batalladores de la región.

Cuando surgieron los primeros nubarrones políticos, como consecuencia de un acto de carácter de quien se proponía ejercer el cargo con altura y dignidad, la Asamblea Depar­tamental apoyó en forma vigo­rosa a Vargas Rubiano.

El concepto de adhesión de todos los círculos ciudadanos y de la mayoría de los políticos no se hizo esperar. Boyacá, a través de sus estamentos más represen­tativos, respaldaba a su gober­nante. Pero éste no podía go­bernar. Le faltaba apoyo por lo alto. El clientelismo, una vez más, ha demostrado en este caso que es más fácil sostenerse con el apoyo de los caciques que con la lógica.

Algún día tendremos que llegar a la elección popular de los go­bernadores. Será entonces cuando el pueblo ejerza su ver­dadero mandato. Boyacá, por lo pronto, ha quedado burlada en la expresión de su voluntad. Para darle gusto al sectarismo se ha sacrificado a un hombre de bien. Que hubiera podido sacar del atraso a esta región deprimida.

Pero Carlos Eduardo Vargas Rubiano sentó cátedra con su carácter. Su carta de renuncia es una lección política. No se do­blegó ante la presión indebida. No podía entregarse a los menesteres de la intriga quien siempre ha practicado normas de decencia y categoría moral. Después de su retiro, el depar­tamento deplora estos atropellos de la mal llamada democracia colombiana. Y la Asamblea en pleno vuelve a levantar su voz de protesta ante el Gobierno central.

Esta lección es, además, para todo el país. Fue un hijo ilustre de Boyacá, el general Rafael Reyes, quien hace 80 años, acosado por las tramoyas y los apetitos de los gamonales y los burócratas de la época —que en nada se diferencia en la actual—, pronunció su histórica frase: «Menos política y más adminis­tración». Se deshizo entonces de las ataduras que querían man­tenerlo inerte en el sillón presi­dencial e hizo uno de los gobier­nos más afirmativos que haya tenido Colombia.

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Lástima grande que sea Boyacá la perdedora. Vuelve el depar­tamento al lugar común de los enredos y los retrocesos. Es una parcela postrada en lo económico, abandonada en sus carreteras, desesperada por la falta de empleo, sin industrias motoras, desesperanzada y errátil. Parece una partícula a la deriva. Las millonarias demandas laborales, consecuencia de cada remezón gubernamental, mantienen fre­nada la vida administrativa.

Y la herida sigue sangrando.

El Espectador, Bogotá, 1-XII-1987.

 

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