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La danza de la basura

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La era industrial es la principal productora de basura que inunda las calles capitali­nas Si tenemos en cuenta que alredor del 40 por ciento de los desperdicios corresponde a papeles y cartones que se deshacen y multiplican en infinidad de partículas, nos encontramos ante un problema de inmensas  proporciones. Mantener las ciudades limpias es programa prioritario de toda administración, y como por lo general esta actividad se escapa al control de las autoridades, se han creado, sobre todo en las ciudades intermedias, juntas cívicas de aseo y ornato que cuidan y embellecen el rostro municipal. .

En las ciudades intermedias se nota la presencia de continuas campañas que mantienen remozadas las fachadas de los edificios y las residencias, florecidos los parques y ordenadas las calles. Bucaramanga es ejemplar en este sentido.

Situados en Bogotá, urbe de dimensiones gigantescas, el problema de la basura es ingobernable. Se ha agravado al paso dé los días hasta convertirse en uno de los mayores retos para los alcaldes. Ningún alcalde ha conseguido solucionar tan apremiante necesi­dad. Pero todos han comprometido su mayor em­peño para hallar medidas sal­vadoras.

Quienes vivimos en la capital del país sabemos que este ser­vicio público ha sido el más deficiente de los últimos años. Da pena decirlo, pero Bogotá es la ciudad más desaseada de Colombia. Hacia cualquier lugar a donde se mire, se hallarán montañas de desperdicios, más allá de la capacidad de los recipientes, esperando la llegada de los carros recolectores, que se hacen sentir por su ausencia.

En calles, en parques, en an­denes, frente a las casas y los edificios, la basura —la apa­bullante basura que todo lo afea y lo contagia— danza al impulso de la desidia. Desidia que no sólo es de las autoridades, impotentes para erradicar tamaña descomposición —y aquí cae muy bien el término—, sino de todos los ciudadanos, indiferentes ante el abandono.

Estamos ante una catástrofe ambiental. La at­mósfera, contaminada de su­ciedades y olores putrefactos, nos transmite aire maligno. En lugar de oxígeno respiramos enfermedades. Ya no sólo son los vapores de las fábricas y de los vehículos los que enrarecen el ambiente, sino la  podredumbre de los des­perdicios. Mientras no se llegue a la solución ideal de industrializar la basura, que es la fórmula para no sucumbir ahogados entre los cerros de desechos que hoy degradan la vida civilizada, el mal continuará adelante.

Falta disciplina social para que los habitantes entiendan que el ambiente es una necesidad personal. Todos somos dueños de la atmósfera y por lo tanto nos corresponde cuidarla. Lo que presenciamos a diario es la propensión espontánea de tirar a la calle envolturas, pedazos de papel, colillas de cigarrillo y toda suerte de sobrantes que nos incomodan y tienen salida fácil con estos actos de irresponsabilidad. Sin advertirlo, nos  estamos envenenando a merced de la contaminación.

Esto sucede, por ejemplo, con Ciudad de Méjico, cuya atmósfera ha llegado a un grado extremo de impureza. Es tal la gravedad que allí se vive, que los pájaros mueren asfixiados. Después ocurrirá lo mismo con los hombres si no se  remedia el envenenamiento ambiental.

Se comenta que el nuevo Alcalde de Bogotá dará un paso fundamental en materia de aseo. Según los enunciados de su campaña, la EDIS tendrá un vuelco provechoso. Ojalá que así sea. Porque el mal –que ya es alarmante– no resiste más espera.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-1988.

 

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