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Cátedra quindiana

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Escrito por autores quindianos –y por quienes sin serlo de nacimiento llevamos el honroso título de hijos adoptivos–, acaba de salir de los talleres de Editorial Kellyel libro que lleva por título Lo que el Quindío le ha aportado a Colombia.

Dice Horacio Gómez Aristizábal, comenzando la obra, que «la verdad profunda es que si Colombia es en lo polí­tico un país unitario, en la realidad es una definida federación de repúblicas». Cada región, en efecto, tiene sus propias características, no sólo geográficas sino tam­bién de costumbres y de temperamento. El café marcó en el Quindío un estilo de vida. Alrededor del café –dios mitológico– se impuso una sociedad laboriosa, inde­pendiente y progresista.

La separación del Quindío de la geografía caldense, que en realidad fue más física que sentimental, llevaba implícito un acto de soberanía para forjar el propio destino. Lejos de ser una salida de rebeldía, era un de­seo de superación. El pequeño territorio se sentía con fuer­zas para gobernarse a sí mismo. Y ha demostrado, al paso de los años, que el propósito no estaba desenfocado. Hoy Armenia es una de las ciudades con mayor futuro en el país, que dio el gran salto de pueblo pequeño a centro populoso.

La colonización que se formó alrededor del café de­termino el apego a la tierra. Esto es tan evidente, que el quindiano, por más halagos que se le han ofrecido, no cambia su parcela cafetera por los motores de la industria. Con el café no sólo ha sustentado sus necesidades cotidia­nas sino que ha engrandecido la economía del país.

En lo cultural y en lo literario, también el Quindío ha escrito su propia historia. Región de escritores y poetas, puede hablarse de una cultura. ¿Por qué no men­cionar la cultura quindiana lo mismo que se hace con la caldense o la boyacense?

Nombres sobresalientes como los de Eduardo Arias Suárez, Euclides Jaramillo Arango, Luis Vidales, Carmelina Soto, Adel López Gómez, Baudilio Montoya, Horacio Gómez Aristizábal, Héctor Ocampo Marín, Jaime Lopera Gutiérrez, Jesús Arango Cano, Humberto Jaramillo Ángel, Esperanza Jaramillo, Alirio Gallego Valencia, Tiberio Quintero Ospina, Jesús Rincón y Serna, Carlos Restrepo Piedrahíta, Rogelio Maya López, Mario Sirony, Guiller­mo Sepúlveda, Nelson Ocampo Osuna, Jaime Buitrago Cardona, Rodolfo Jaramillo Ángel, Humberto Senegal, Miguel A. Capacho, Fernando Arias Ramírez, Antonio Cardona Jaramillo, Gloria Chávez Vásquez, y otros que se esca­pan en este inventario al vuelo, hacen la cátedra quin­diana que hoy resalta, como contribución a la cul­tura nacional, el libro que aquí se comenta.

Quienes, sin ser oriundos de la región, hemos hecho obra en ella, nos sentimos comprometidos con la tierra. Varios de los nombres citados no son nativos del Quindío, pero se les considera quindianos por su vincula­ción y su identidad con la comarca.

Hay que lamentar que en el género del cuento, tal vez el campo en que más notoriedad tuvo el Quindío, ha­ya habido indiferencia regional para reimprimir, y en algunos casos editar por primera vez, obras significa­tivas. ¿Por qué no volver por los libros de Eduardo Arias Suárez –el mejor cuentista de Colombia–, o de Anto­nio Cardona Jaramillo, o de Jaime Buitrago Cardona?

El Quindío es una referencia colombiana. Por su ca­fé y por su literatura. Pueblo pujante y batallador, da ejemplo de laboriosidad a otros lugares. No se dejó amilanar por la violencia de otros tiempos y hoy vive en paz. El mensaje que lleva el libro en comentario es fortificante.

El Espectador, Bogotá, 21-XI-1988.

 

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