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Eliot, más allá del tiempo

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

A cien años del nacimiento de Thomas Stearns Eliot –cuyo nombre literario se ha hecho famoso con la abre­viación de T.S. Eliot–, ocurridos el 26 de septiembre de 1988, hay clamor universal alrededor de esta figura relevante del mundo de las letras, famosa como poeta, ensayista y autor de teatro. Para muchos el pa­so del tiempo significa el olvido; para otros, que lo­gran derrotar la pátina del olvido, la posteridad los consagra como mitos de la inmortalidad.

Tal el caso de Eliot, cuya fama crece con los años. Su poesía no es para todos los públicos, y hay que admi­tir que pertenece más a las altas esferas intelectuales. Hay poetas populares, en el sentido de ser asimilados con amplitud por las masas, y otros, como sucede con Eliot, de más difícil penetración en el grueso público. Si se me permite, Eliot es poeta elitista, lo cual no reduce en absoluto la vastedad de su pensamiento y la resonancia de su nombre.

El ensayista y poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio, estudioso constante de Eliot, elabora perfiles valiosos sobre el carácter y la obra del autor, y además la traducción de varios de sus celebrados poemas, en libro publicado por el Centro Colombo Americano. No es fácil trasladar el arte plasmado en otro idioma. Cuando se vierte a otra lengua, han de conservarse su ritmo, emoción, filosofía y autenticidad. Traducir literalmente sería un desatino. Hacerlo con idoneidad, manteniendo la intención y penetración originales, es crear otro arte. Alvarado Tenorio sale airoso de tan delicado compromiso y nos permite, en castellano, recrearnos en un universo encantado.

Y además sabe encuadrar al personaje en su época y en sus conflictos para buscar las motivaciones e in­fluencias que determinaron su obra. Es preciso, para entender un legado cultural, efectuar la disección del personaje. Sin conocer su ambiente y mundo interior no se captará a plenitud su mensaje. La época de Eliot fue de conmoción, agitada por los choques de la guerra y las frivolidades de la sociedad inglesa. Las costumbres relajadas de su medio ambiente, para este hombre de profun­da formación humanista y filosófica, herían su sensibi­lidad y le hacían apetecer un mundo superior, que nunca encontró.

Sufrió angustiosas circunstancias económicas y sen­timentales, entre ellas el desajuste conyugal con su esposa Vivien, y esto lo mantuvo amargado y al borde del desespero. Hallando el mundo vacío y hostil, estaba desadaptado para la felicidad. Rodeado de frivolida­des y asperezas, su obra es el reflejo de su momento histórico, de su estado del alma. Es incomprensible el hecho de que el poeta, célebre ya en los medios intelectuales, pasara varios años en el estéril oficio de ban­quero, que le permitía ganarse el sustento pero a costa de su tranquilidad y de su salud.

En sus versos describe la vacuidad de la existencia e insiste en la muerte. La angustia lo ha tocado de cer­ca, y él, alma sensible, no puede ignorarla. ¿Qué se­ría del mundo sin seres superiores que nos pintaran la tragedia humana? «Eliot –dice Alvarado Tenorio en su denso ensayo– pudo resolver este conflicto apenas refu­giándose en la idea de un reencuentro con la divinidad. Su exilio voluntario, su conversión al catolicismo in­glés y su poesía muestran cómo fue un iluminado en un siglo de avaricia».

Su aguda desazón espiritual le deja al mundo una obra magistral, que vista hoy con el análisis que suscitan su inteligencia y su emotividad refinadas, nos coloca ante el crítico reformador que no consiguió, sin embargo, cambiar su propio rumbo. El eterno deseo de cambio es connatural a todos los tiempos, pero el hombre será siempre inmutable en sus vacíos y en sus frustraciones.

El Espectador, Bogotá, 4-V-1989.

 

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