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Derechos del enfermo

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El Primer Simposio Nacional sobre los Derechos del Enfermo, organizado por la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional y la Consejería de Derechos Humanos de la Presidencia de la República, fija diez puntos pri­mordiales que deben observarse, por médicos y centros hospitalarios, para hacer digna la condición del paciente.

Todo cuanto tienda a proteger la nobleza de la vida debe convertirse en afán prioritario de la sociedad. El enfermo es un ser disminuido en sus capacidades y mere­ce, por consiguiente, y sobre todo si ha llegado a un estado extremo de gravedad, que se le trate con esmero y la máxima eficiencia curativa.

Las clínicas y hospitales, que debieran ser las casas supremas de la sensibilidad humana, no siempre lo son. A veces se convierten en todo lo contrario: en centros inhumanos. Se sabe con frecuencia de enfermos graves que son rechazados por no llevar, en pesos contantes y sonantes, el depósito previo que se exige como requisito de admisión. Muchas personas mueren después de horas de espera y de súplicas inútiles. Y no ha valido ni la ofer­ta de cheques y fiadores ni la promesa de consignar más tarde el costo hospitalario.

El juramento de Hipócrates está devaluado en nuestros días. Lo borró el apetito mercantilista. El simposio que acaba de pasar, cuyo propósito es revaluar los principios éticos de la medicina, recuerda el derecho del paciente «a que en casos de emergencia, los servicios que reciba no estén condicionados al pago anticipado de honorarios».

El trato digno del enfermo va desde el buen recibo en la puerta de los centros de salud hasta el respeto por sus creencias y costumbres, que hacen parte de su personalidad y por consiguiente no pueden violentarse. Hoy, en este tráfago de la vida moderna, ya desapareció el médico de familia y nos convertimos en fichas de computador.

En los consultorios de la llamada medicina social, donde el galeno debe atender tantos pacientes por hora para mostrar cumplimiento de su contrato laboral, no hay diálogo y me­nos verdadero escrutinio científico. Los médicos caminan a marchas forzadas, y las enfermedades, por lógica, permanecen incuradas y además se degeneran.

Dos de las recomendaciones del simposio son la elección libre del médico y la comunicación plena y clara que debe existir con él. Estos puntos serán letra muerta, como lo han sido, para la masa indefensa de la población que ca­rece de recursos económicos y del privilegio de ser escu­chada y menos de elegir su consejero de salud.

Se avanza, de todas maneras, con este debate que bus­ca humanizar la medicina en el medio colombiano. Los pun­tos propuestos van todos ligados al honor del individuo, y algunos penetran en los tiempos modernos al determinar que la donación de órganos y la posibilidad de prestar el cuer­po para investigaciones científicas son actos voluntarios.

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Sobre el derecho a morir dignamente, se hace énfasis en el acatamiento que debe dispensarse a la voluntad del enfermo terminal de no prolongarle la vida con medios artificiales ni suministrarle drogas heroicas cuando el mal es irreversi­ble. Se consagra el libre albedrío «a morir con dignidad y a que se le respete su voluntad de permitir que el pro­ceso de la muerte siga su curso natural en la fase termi­nal de su enfermedad».

La Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente (apartado 88900, Bogotá), presidida por Beatriz Kopp de Gómez y que cuenta con destacado equipo de asesores, acaba de cumplir diez años de labores en Colombia. Sea esta la oportunidad de felicitarla por su permanente afán de elevar el sentido de la vida imprimiéndole decoro al desenlace final. «Cuando naces –dijo Confucio– tú lloras y nosotros sonreímos. Cuando mueres, nosotros lloramos y tú debes sonreír”.

El Espectador, Bogotá, 8-XI.1989.

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Comentarios:

He leído con mucho interés y agradecimiento a Salpicón refiriéndose a los “Derechos del enfermo” y al aniversario de diez años de fundada A.M.D. Sus artículos, como son tan difundidos, nos ayudan inmensamente. El foro resultó muy positivo y ahora lo importante es que los propósitos sean cumplidos. Creo que está en manos de todos nosotros hacerlos respetar, para beneficio de los pacientes. Beatriz Kopp de Gómez, Bogotá.

Esta columna plantea uno de los capítulos más dolorosos de la medicina moderna. El paciente es hoy un ser desprotegido en clínicas y hospitales, y a veces un caso raro que estorba la vida de las instituciones médicas. Y el médico, que vive más de los honorarios que del espíritu de Hipócrates, se ha deshumanizado. Muchos pacientes mueren por falta de dinero en el bolsillo para entrar a la sala de cirugía. Bien está que plumas doctas –y ya se ve que sensibles, como la del escritor Páez Escobar– se ocupen de estos menudos y gigantescos dramas de la humanidad. Alcides Romero Morales, Bogotá.

 

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