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Cuando los animales lloran

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Se dice que Colombia es el infierno de los animales. Sobre ellos se ejecutan las mayores crueldades, y toda­vía hay gente que se pregunta de dónde nace la violencia. Mientras los animales lloran de dolor, el hombre ríe de placer. Muy pocos sienten el dolor de los animales. Y lo avivan.

Es costumbre ancestral, de difícil extirpación. Las corridas de toros, que nos llegaron de España como acto cultural, son el mayor espectáculo de barbarie del mundo. Los toros, antes de salir a la lidia, han pa­sado por un sinnúmero de sufrimientos, como el de recibir una aguja de tejer en los órganos genitales, o vaselina en los ojos para nublarles la visión, o unturas en di­versas partes del cuerpo para producirles escozor.

Y en la faena de la plaza pública, que enardece mul­titudes, el noble bruto, sofocado y herido, es sometido a la muerte lenta y bárbara. El acto supremo de la fies­ta, donde la muchedumbre expresa su mayor sadismo, es el hundimiento de la espada, de un metro de largo, en los pulmones ya averiados por la asfixia, hasta que el ani­mal muere ahogado en su propia sangre.

En las fiestas de San Pedro, que se repiten cada vez con superior vehemencia, miles de gallos mueren decapi­tados por competidores ebrios que demuestran su «hombría» cortando pescuezos, en una especie de rito cavernícola, al pasar ante la cuerda que se afloja y se estira para incitar más el brinco salvaje.

Se mata por placer. Matar se ha convertido en un de­porte. En la pesca y en la caza los animales quedan mal­heridos, infectados y angustiados. Se goza viéndolos contorsionarse, sin importar que los hijos van también a morir de tristeza y abandono. Trasladado este instinto a los campos de la violencia entre hombres, no es diferente la situación cuando se asesina a seres humanos y se de­jan huérfanos y viudas, padres y hermanos, agobiados por el terror y el sufrimiento.

Alguien me contaba en estos días el caso de un hacen­dado que había construido un horno en su finca y, para inaugurarlo, había invitado a buen número de amigos. Como el horno estaba sin probar en su sistema de desfogue, no tuvo inconveniente en meter vivo a un gozque que por allí rondaba, hasta que el pobre plebeyo, cocido en la brasa viva ante los ojos de la concurrencia, demostró que el aparato servía.

Los pajaritos de los campos son perseguidos por los muchachos traviesos –asesinos en potencia– que disfrutan de regocijadas sensaciones al bajarlos de los árboles a punta de pedradas o escopetazos. Esos muchachos, armados de caucheras y municiones, serán los antisociales del ma­ñana, y de allí a engrosar las guerrillas, que matan hombres de verdad, hay poca distancia.

A los animales de carga se les tortura clavándoles es­puelas y propinándoles latigazos y otros maltratos como estímulos para la locomoción. A los bueyes se les insertan argollas en la nariz para jalarlos. A los perros calleje­ros se les traslada al coso y allí mueren de inanición. En el matadero –como leo en una hoja del Club de Amigos de los Animales, de Medellín– se aplican procedimientos bru­tales como el de lanzar cerdos sin morir a tanques con agua hirviendo.

Los animales lloran. Y el hombre ríe. Estas oscuras tendencias del género humano han erigido el gran monu­mento a la crueldad. Las lágrimas de los animales no se ven. El hombre no quiere verlas. Pero son reales. Eduardo Arias Suárez vio llorar, en cuento estelar, a una vaca: La vaca sarda. Allí asegura: «Todos la vimos, y por eso lo escribo. Todos nosotros vimos que cuando la vaca lamía aquella piel, iba vertiendo gruesas lágrimas de sus ojazos espirituales».

El Espectador, Bogotá, 11-I-1990.
Revista Manizales, septiembre de 1991.
Vivir con Salud, revista decana del naturismo español, Madrid, marzo de 1991.
Revista Aristos Internacional, n.° 23, Torrevieja (Alicante España), sept/2019.

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Comentarios:

Es mi propósito hacer llegar mi felicitación al columnista destacado de ese diario, Gustavo Páez Escobar, por su conmovedor artículo titulado Cuando los animales lloran, en donde queda a la luz pública toda la crueldad que antecede a la final orgía de sangre en el espectáculo de las plazas de toros (plazas que debiéramos convertir en gimnasios o canchas para prácticas de deportes). Luis Alfonso Saavedra F., Barranquilla.

Es triste ver a un país sumergido en la violencia, añorando paz y haciendo campañas para conseguirla, cuando vamos a las plazas de toros a ver correr sangre. No sabía ni imaginaba lo que se hace a un toro antes de salir al ruedo. Es inhumano. Los animales sienten y lloran como nosotros. En un animal tenemos siempre un amigo para toda la vida. Marta Cecilia Pacheco Blanco, Bucaramanga.

Queremos felicitarlos por la entereza y el valor demostrado por su periódico al publicar el artículo Cuando los animales llorann, de Gustavo Páez Esco­bar. Ojalá sigan publicándose con frecuencia notas sobre ese tema tan importante, como medio eficaz para despertar la conciencia espiritual de nuestro pueblo y para estimular a todos los que quieren trabajar en ese sentido, pero son víctimas del silencio. Antonio Martínez Segura, Walter Ballesteros, Julia Ballesteros de Martínez, Bogotá.

Cuando los animales lloran, de Gustavo Páez Escobar, es un auténtico Salpicón de amor. Exploté de regocijo al reconocer que to­davía hay columnistas que dejan de vez en cuando la temática aburrida de la política para deslizar su pluma por aspectos urgentes como el de los derechos animales. Ese listado de afrentas contra los irracionales es así mismo un grito desgarrador que clama al cielo y a los hombres por que cese ya la barbarie que continúa diezmando con todo lo bueno que puso Dios en la naturaleza para sustento de todas sus criaturas. De la violencia contra los animales a la violencia contra los propios humanos hay sólo un paso. No debemos olvidar que al igual que nosotros, los  animales no sólo nacen, crecen, se reproducen y mueren, sino que son capaces de amar algunas veces con un amor y fidelidad más puros de como pueden hacerlo muchos orgullosos humanos. Que los mayores sigan matando y violentando animales, pero a los niños –¡por favor!– salvémoslos de tan nefasto ejemplo. Leonor Galvis de Auzas, Bogotá.

¡Qué bien puesta tu pluma sobre un tema casi nunca tratado y más bien evadido o evitado por te­mor, o por vergüenza, si es que otros periodistas que no sean tú están conscientes de la verdad sobre la crueldad y la violencia en Colombia! Casualmente hoy recibí un casete de Jorge Roos en donde se refiere a ese ar­tículo tuyo con el mismo sentimiento que produjo en mí. Realmente te mereces un gran abrazo de felicitación por el magnífico trabajo, el cual, multiplicado en cientos de copias, va a ir a todos los países donde tenemos correspondencia. Asi­mismo y con una recomendación se lo enviaré a Animal Agenda para que se traduzca y se publique. Gloria Chávez Vásquez, escritora colombiana residente en Nueva York.

Al leer recientemente el artículo dedicado a los animales recordé que hace mucho tiempo me comentaste tu rechazo a las corridas de toros. Sí, ciertamente los animales sufren permanente maltrato del hombre, tanto que ha llegado a decirse que el animal más cruel y peligroso es el hombre. César Hoyos Salazar, Bogotá.

Su artículo me transmitió toda su congoja de hombre sano y toda su indignación de hombre entero. Si esa verdad es sobrecogedora, y lo es, no menos terri­ble es tener que contarla como usted lo ha hecho. Quiero creer que con estas palabras le confirmo que estoy a su lado, apretando los dientes yo también, con tremenda ra­bia, con inmenso desprecio por una bazofia criminal y cobarde que pretende ser vista como cultura.

He dispersado por lo menos veinte copias de su artículo ya que en esta caricatura de democracia no hay un solo periódico o revista que asumiría la responsabilidad de exhibir el hispanismo de rufianes que usted expone con tan espléndida vehemencia. Recibí hace unos días unas líneas de una amiga de Barcelona que, emocionada con su vigorosa acusación, está tratando de hacer reproducir el artículo en Cataluña. Jorge Roos, Madrid (España).

La Asociación Defensora de Animales y del Ambiente (ADA) desea expresarle sus más pro­fundos agradecimientos por su magnífico escrito Cuando los animales lloran. Para nosotros es de suma importancia que un periodista como usted tenga esa sensibilidad y respeto por el dolor y sufrimiento de los animales. En Colombia se ha perdido toda la capacidad de apreciar la vida en todas sus manifestaciones; los animales, los últimos en esta escala, se convierten en blanco de toda clase de maltratos, y lo que es peor, como anota usted, se mata animales por deporte o diversión.  Se cree equivocadamente que si en Colombia la violencia ha lle­gado a extremos en seres hu­manos, denunciar e insistir en el tema de la violencia hacia los animales está fuera de discu­sión. Sofisma de distracción. De esta violencia también hay que hablar, y mucho. Cecilia Delgado, presidenta de ADA, Bogotá.

Queremos felicitarlo por la amena e inteligente forma como ha manejado el tema en sus escritos. Nos complacería muchísimo leer su comentario acerca de la vivisección, que aunque fue prohibida expresamente por el nuevo estatuto de protección animal, todavía es mirada por algunos profesores como un mal necesario. Estamos seguros de que usted demostrará una vez más la sana sensibilidad que posee, y que ojalá todos los periodistas y educadores tuviesen, para poder pensar que si sembramos ahora a través de la información y educación, podríamos más rápido obtener una cosecha generacional muy diferente a la violencia que tenemos ahora. Orlando Beltrán Quesada, Bucaramanga.

El abogado Roberto Cárdenas Ulloa, de Bogotá, utilizó este artículo como texto de sus tarjetas de Navidad de 1991.

 

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