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El exilio voluntario de Helena Araújo

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace varios años adquirí una novela cuyo título me pare­ció sugestivo: Fiesta en Teusaquillo,  de Helena Araújo. Te­nía yo poco conocimiento sobre la autora y, no sé por qué, se me había metido en la cabeza que se trataba de alguna se­ñora burguesa que en los entreactos de su cómoda existencia había escrito este libro ocasional.

Poco a poco el tiempo me fue revelando la identidad de la autora. Supe que era calificada crítica de li­teratura colombiana, residente en Lausana (Suiza), y no en Cartagena o en El Chicó de Bogotá, como llegué a suponerlo por simple ficción. Y descubrí, por excelente reportaje de Ignacio Ramírez y Olga Cristina Turriago en su libro Hombres de palabra, quién es en verdad Helena Araújo. La da­ma vive en Suiza hace varios años y allí disfruta a plenitud del ambiente apropiado –que no halló en Colombia– para su actividad intelectual.

En sus palabras hay nostalgia colombiana. Dolor de pa­tria por lo que aquí no pudo realizar. Ella fue víctima, según sus palabras, «de todo ese andamiaje tieso de Bogotá, que tenemos muchas bogotanas y nos viene de ahí, del conven­to, de la negación del cuerpo, de la frigidez de años. Y des­pués, de ese sentido del deber y del rigorismo impuesto por esa religión que hacía de nosotros masoquistas de vocación».

Marcada por las angustias, obsesiones y pesadillas de sus primeros años, fue preciso, para superar los traumas, buscar otros horizontes. Y se fue a Suiza, bello país del romanti­cismo y la tranquilidad social. Vive pesarosa de su tierra colombiana. En Suiza siente más próxima su patria al dolerle la corrupción, los privilegios de clases, la tragedia social, la falta de oportunidades para los escritores.

Helena no es mala colombiana. Es, ante todo, realista y sincera. Ama a Colombia criticándola con altura. Como eru­dita en letras, se gana la vida en el oficio de profesora y de conferencista por diversos países de Europa. La críti­ca literaria le reporta mayor beneficio que los libros de narrativa. Dice que publicar ficción (y recuerda el caso de García Márquez en sus comienzos) es difícil: mientras los escritores se matan la cabeza, los editores se esconden si no ven el negocio redondo. ¡Y qué bien lo sabemos quienes, como Helena, hemos sufrido los portazos de las editoriales!

Helena incursionó en el periodismo como colaboradora de Eco, Nueva Prensa y Gaceta Tercer Mundo. Es prosista clara y vigorosa (así lo aprecié en su novela), y autora de tres libros: La «M» de las moscas (cuentos), Fiesta en Teusaguillo (novela) y Signos y mensajes (ensayos). Parece que su primera novela, La desadaptada, la encajonó, o la destru­yó, por apatía editorial. Trabaja ahora en otra novela, en busca del lenguaje andrógino. Los grandes amantes de la his­toria –sostiene– han sido andróginos. Es, además, gran fe­minista y defensora decidida de los derechos de la mujer.

Identificada la autora, con esa vehemente personalidad que brota del personaje entrevistado en Hombres de palabra,  leí luego el libro suyo que mantenía en suspenso a la espe­ra de una motivación. Novela ágil, movida por la téc­nica del lenguaje recursivo, que se desarrolla en un solo acto (el que va de las siete de la noche a las cinco de la mañana) en vieja casona del barrio Teusaquillo de Bogo­tá. Y dibuja, en esta fiesta en que actúan el político, el par­lamentario, el gobernador, el abogado, el militar, la gente del común, y hasta el obispo, el mundo de la intriga, de la pasión, del chisme y la veleidad de los cocteles.

Bien logrado cuadro de costumbres, sin dejar de ser novela, donde al calor del trago y al impulso de los ade­manes sociales se repasa el país y se enderezan, en efímera noche de bohemia, todos los problemas imaginables. En­tre la murmuración y el oportunismo, una pareja rompe con su pasado y halla su propia identidad. Aquí ha­bría que situar el alma de la novelista.

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Me he encontrado, pues, con esta notable escritora colombiana, ni burguesa ni frívola, en su exilio voluntario. Duele que esto sea así. Pero hay que respetar sus razones. Lo cierto en es que en Helena Araújo, inquieta personalidad y mujer madura, que le da honor a Colombia en el exterior, la patria vibra con dolor de ausencia.

El Espectador, Bogotá, 4-IV-1990.

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Misiva:

Agradezco tu muy bondadoso artículo sobre el “exilio voluntario” de la suscrita. Siempre pensando en lo que sucede por allá, considero que si hubiera más gente de tu mentalidad en la República del Sagrado Corazón de Jesús, no se hubiera llegado a la “ley de la jungla”. Helena Araújo, Lausanne (Suisse).

 

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