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Los partidos tradicionales

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El sociólogo Javier Ocampo López, presidente de la Academia Boyacense de Historia, ha publicado, con el sello de Plaza y Janés, dos interesantes libros sobre el significado y la trayectoria de los partidos tradicionales de Colombia. Hay otro sello que mucho admiro: el de la brevedad de los textos. Ninguno de ellos, sin dejar de ser sustanciosos, supera las 200 páginas. Veamos, en forma sucinta, los perfiles característicos de ambos partidos.

Qué es el Conservatismo colombiano

El Partido Conservador se identifica con la tradición histórica española en la segunda mitad del siglo XIX. El hispanismo, como fundamento cultural, impulsa el pensamiento conservador. El primer programa del parti­do lo promulgan, en 1849, Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro.

Esta filosofía política, que ha venido vigorizándose a través de los años, se basa en la mentalidad tradicionalista, que consagra la experiencia histórica, el orden, la religión, la moral, la estabilidad, la segu­ridad, como factores primordiales para la cohesión de la sociedad y el desarrollo del individuo.

La tradición, lejos de ser un concepto estático, debe ser renovadora. Dice Lucio Pabón Núñez, uno de los ideólogos conservadores del presente siglo, que «saber armonizar la tradición y la renovación es el secreto de las culturas superiores». El orden es piedra fundamental de esta doctrina: orden político, orden social, orden económico, orden familiar. El Partido Conservador es­tudia con cuidado las reformas, es analítico, concentra sus esfuerzos en la calidad y rechaza la precipitación.

La autoridad es otro pilar conservador. El poder de­be ser limpio y el gobierno, estable. Como el Conservatismo sabe que la autoridad emana de Dios, a ese prin­cipio le concede capital importancia. Defiende a la Iglesia Católica por considerar que el orden y la moral provienen de la religión. El programa de los señores Ospina y Caro le da preponderancia a «la moral del cristianismo y sus doctrinas civilizadoras, contra la inmoralidad y las doctrinas corruptoras del materia­lismo y del ateísmo».

La moral es esencial para mantener el equilibrio de la sociedad. Sin ella llegará el caos. Dicha tesis le da aliento al Conservatismo en sus luchas contra la corrupción. Laureano Gómez, uno del los más aguerridos caudillos de esta doctrina, pasó a la historia como el «catón de la moral». Tal fórmula de supervivencia, apli­cada a veces con demasiado rigor, es razón básica de la doctrina conservadora.

El partido le concede especial importancia a las direc­trices trazadas por el Libertador en sus empeños de con­solidar la unión nacional. Ha buscado en él muchas fuen­tes de orientación. En la siguiente frase de Bolívar centra un principio indeclinable de comportamiento: «La destrucción de la moral pública causa bien pronto la disolución del Estado».

Para el Conservatismo la justicia social proviene de los códigos antes señalados. Sin ella es imposible el bien común. Los pueblos sólo se desarrollarán y ha­llarán progreso si existe el sentido de la cooperación y la equidad. Este partido combate también la opresión, el despotismo monárquico, el militarismo, la demagogia.

En los enfrentamientos políticos, a los conservadores se les ha llamado tradicionalistas, godos y azules, con sentido peyorativo; pero tales términos tienen explica­ción en signos característicos de su devenir histórico.

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Ambos partidos están montados sobro bases sólidas. Buscan el bienestar del hombre en la sociedad. Los dos poseen normas avanzadas de cooperación, de convivencia, de mejoramiento del hombre dentro de la libertad y la moral, y sólo se diferencian por algunos matices ideoló­gicos y de acción. Pero no siempre se cumplen los pro­gramas políticos. Y entonces se presenta, como ocurre ahora, la atonía de los partidos.

Javier Ocampo López analiza en el otro libro publi­cado por Plaza y Janés la esencia en que se fundamenta la otra colectividad colombiana.

Qué es el Liberalismo colombiano

Alejandro López, uno de los ideólogos más avanzados de este partido, refiriéndose al espíritu liberal y al espíritu conservador de Colombia, anota: «El uno conser­va y el otro fecunda. De un lado la tradición, y del otro la inquietud del futuro». Son nuestros partidos, por consiguiente, fuerzas complementarias que buscan el de­sarrollo, bajo diferentes enfoques, del hombre en la comunidad.

La ideología básica del Partido Liberal colombiano surgió del movimiento cultural y socio-político de la Ilustración en el siglo XVIII y defiende la soberanía popular, la democracia, la igualdad, la libertad, la libre economía, la independencia. La libertad es una de sus banderas siempre flameantes: libertad de expre­sión, libertad de conciencia, libertad de cultos, liber­tad de cátedra, libertad de imprenta, libertad de pensa­miento.

Entre sus afanes prioritarios está el de construir una sociedad más igualitaria y equilibrada. Ha sido adalid de la justicia social. Se opone al militarismo y a los poderes dictatoriales. Ataca los privilegios de la Iglesia Católica y la influencia del clero en la políti­ca. Esta cuestión dividió a los dos partidos en el si­glo XIX. Dijo Luis Eduardo Nieto Caballero: «Hay que dejar en libertad al corazón para que se entienda con Dios como a bien tenga. No siempre los grandes espíri­tus se encuentran en las religiones». Ya en el siglo XX este partido muestra menos preocupación por los asuntos religiosos y más por los problemas sociales y económicos.

El Cementerio Libre de Circasia fue, en los años 30, una protesta contra la Iglesia y se erigió, según lo proclama Braulio Botero Londoño, en abanderado de esta causa, en “panteón a la libertad, la tolerancia y el amor». El Cementerio Libre encarna el espíritu liberal.

En la conformación de esta colectividad colombiana se tomó como guía el pensamiento de grandes líderes de los principios liberales en el mundo, como John Locke, Rousseau, Montesquieu, Voltaire. Y en nuestra patria, a Antonio Nariño, con la publicación en 1794 de los Dere­chos del Hombre y del Ciudadano –sacados de Francia –, que consagran cuatro derechos esenciales: libertad, igualdad, propiedad y seguridad; y a Santander, conver­tido en el filósofo y motivador principal de los civi­listas liberales, quienes se enfrentaron a los bolivarianos después de la Convención de Ocaña.

Según Ezequiel Rojas, Colombia se dividió en dos gru­pos políticos desde 1826: el Liberal (alrededor de San­tander) y el Bolivariano (alrededor de Bolívar). De la Convención de Ocaña surgieron los partidos políticos de la Gran Colombia. Hoy día son claras esas definiciones.

La plana mayor de este partido, desde sus albores hasta los días actuales, la reseña Ocampo López en sus distintas épocas y escuelas. Hace lo propio en el li­bro dedicado al Conservatismo. Con esta galería de prohombres, Colombia ha librado todas sus batallas.

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En ambas colectividades han actuado grandes caudillos. En las democracias se requieren partidos fuertes, lo mismo que orientadores eminentes, para salvar al hombre de sus miserias. El mundo entero se divi­de entre conservadores y liberales, con ligeras variacio­nes. Unas veces gobiernan los unos, luego los otros. Los principios mantienen su primacía, y son los hom­bres quienes los desvían. Colombia, por fortuna, ha sabido combinar la calidad con la acción. En ambos partidos.

El Espectador, Bogotá, 17 y 28-VII-1990.

 

 

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