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jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Vale la pena destacar algunos puntos sobresalien­tes del discurso del doctor Juan Martín Caicedo Ferrer como alcalde de Bogotá. Es usual que todo funcionario nuevo, sobre todo si ocupa alta investidura, haga a la llegada al cargo una serie de ofrecimientos que espera cumplir durante su gobierno. Algunos se desbor­dan en promesas y se quedan cortos en realizaciones. En el caso del doctor Caicedo nos encontramos con una intervención sobria, carente de demagogia, donde con sentido realista establece urgencias y fija criterios para resolver los problemas más apremiantes.

Cuando habla de poner en marcha, «sin dilaciones y con dimensión de futuro», un nuevo orden urbano, se to­ca una parte neurálgica de la capital. Se trataría de implantar técnicas más avanzadas, y sobre todo más efectivas, para que Bogotá resulte ciudad racio­nal y humana. El propósito de la nueva administración es que sus habitantes se sientan en casa, lo que  en verdad sería labor titánica ante el desorden, la anarquía y la desidia imperantes. Ojalá el doctor Cai­cedo halle fórmulas maestras para transformar la atmós­fera envenenada de la capital. Que se nos perdone el término, pero esa es la pura realidad.

No habrá, dice, alzas en las cargas impositivas. El fortalecimiento de las finanzas se hará mediante la modernización de los sistemas administrativos para ase­gurar la efectividad de los recaudos. Más adelante el señor Alcalde habla de moderar el costo de la vida fa­cilitando el abastecimiento de los productos de la ca­nasta familiar. Esto envuelve toda una estrategia, cu­ya bondad la determinará el paso de los días (y que éstos sean breves, pues de lo contrario se esfumarán las esperanzas).

Ofrece el señor Alcalde un plan de mayor protección para las clases más desamparadas. Si Bogotá, según datos revelados en el discurso, tiene un millón de pobres, de los cuales 320.000 no alcanzan a satisfacer sus necesida­des nutricionales mínimas, el drama es de grandes pro­porciones.

Programa prioritario es, como también lo fue en el gobierno del doctor Pastrana, el de combatir la inse­guridad. En la capital y en el país entero vivimos a merced del terrorismo y del asalto callejero. Hay que reconocer que en Bogotá, no obstante la desmesura del problema, mucho obtuvo en seguridad la anterior ad­ministración. Avanzar en este terreno, como se lo pro­pone el doctor Caicedo, es fomentar la civilización.

Magnífico el anuncio de recuperar el sector céntrico de la ciudad, convertido en ciertas zonas en nidos de prostitución y pillaje. Esto mismo suele detener la conservación de algunos lugares. El franco deterioro se nota en otros. Y la invasión del espacio público es tendencia natural y soterrada que se impone en los centros urbanos. Nuestra bella capital colombiana no puede quedarse a la zaga del progreso y la estética.

La parte cultural, otra preocupación acentuada en el discurso, tendrá especial miramiento en el gobierno distrital. «Podemos convertir a Bogotá en un gran cen­tro de cultura», es su afirmación rotunda, y merece un aplauso. Sin cultura no puede existir el progreso. Si alguna vez nuestra capital recobrara el título de «Atenas suramericana», todo marcharía distinto.

Descontaminar el río Bogotá no sólo es buen pro­pósito sino necesidad inaplazable. Y recuperar los cerros de Bogotá, mediante el concurso de la Unesco, tendría repercusión en la sanidad ambiental, e incluso estética, que tanta falta nos hace.

El doctor Caicedo, como lo ha demostrado en otros ámbitos, le pondrá tono moral a su administración pa­ra no permitir arbitrariedades, abusos ni deshonestida­des. A cualquier Gobierno lo daña la corrupción.

El problema del tránsito urbano, que el burgomaestre ya ha comenzado a atacar, es el verdadero rompecabezas que está enloqueciendo a los bogotanos. ¿Y por qué –pregunta el columnista– no adelanta la Alcaldía una campaña contra el abuso del pito? A merced de tan diabólico ins­trumento nos estamos volviendo sordos y neuróticos.

La ciudadanía espera que los buenos propósitos del dinámico mandatario tengan exitosa realización.

El Espectador, Bogotá, 29-VI-1990.

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Misiva:

Permítame expresarle mis sentimientos de aprecio y gratitud por los términos de su artículo sobre el discurso de posesión. No solo llama mi admiración por su artículo el hecho de provenir de un escritor ya consagrado en las letras y el periodismo nacional, sino el excelente análisis sobre mis planteamientos y las sugerencias que usted ha tenido a bien formular. Deseo contar en forma permanente con su espíritu crítico y su amistad personal. Juan Martín Caicedo Ferrer, Alcalde Mayor de Bogotá.

 

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