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Loor a los muertos

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Por noticias de prensa pro­venientes del Quindío me en­tero de que las autoridades estuvieron ausentes de los se­pelios de las dos personalida­des de la región fallecidas en estos días: Carmelina Soto y Braulio Botero Londoño. Los dos muertos ilustres perma­necerán, sin embargo, en el recuerdo de las futuras gene­raciones como protagonistas de hechos notables, la una en el campo de las letras y el otro como filántropo de la socie­dad.

El Quindío se olvida de la gente que le ha dado lustre, sobre todo en las lides del espíritu. La ausencia de monumentos, de placas recordatorias, de bautizos de obras públicas con el nombre de escritores sobresalientes de la región, es impresionante. Cuando uno camina por Ciu­dad de Méjico, que es un monumento a la cultura y al pa­triotismo, se admira de la can­tidad de estatuas sembradas en avenidas y lugares públicos, como vestigios del ayer memorable. Hasta en los pueblos más pequeños de ese país con espíritu nacionalista se encuentran bustos de los personajes que engrandecie­ron la historia en diversas ac­tividades.

Más de una vez he extraña­do que en el Quindío no apa­rezca ninguna placa con el nombre de Eduardo Arias Suárez, el mejor cuentista que tuvo el país, con resonancia internacional. La generación de cuentistas quindianos de comienzos del siglo, que puso en alto el prestigio de la región, está hoy condenada por sus propios coterráneos al olvido. Que yo sepa, ninguna escuela o cole­gio, o biblioteca pública, o ave­nida, o parque, lleva sus nom­bres.

Otros valores destacados de los tiempos recientes (como Euclides Jaramillo Arango, Luis Vidales, Carmelina Soto, Braulio Botero Londoño) me­recen la exaltación como ejem­plos para las nuevas genera­ciones. Se salva de este capítu­lo de la ingratitud el nombre del artista Roberto Henao Buriticá, puesto en la sala máxima de la Goberna­ción del Quindío. El goberna­dor que lo dispuso merece honores.

Ocasiones extraordinarias como la del centenario de Armenia se pierden, en cam­bio, con bautizos intrascendentes. ¿Qué es esto de estadio Centenario para la obra mayor que se inauguró en ese momento? No ha podido concebirse rótulo más insulso. Todas las ciudades, tarde o temprano, serán centenarias. ¿Por qué no se aprovechó cir­cunstancia tan especial para acordarse de uno de los prohombres del pasado con méritos suficientes para acre­centar su memoria?

En fin, a Carmelina y a Braulio los dejaron solos las autoridades. El decreto de ho­nores no es suficiente. Este es un acto apenas protocolario, frío, de la rutina oficial, que lo ejecuta de afán un funcionario subalterno.

El pueblo quiere ver a sus gobernantes, de cuerpo ente­ro, honrando a la gente ilustre. La respuesta en este caso la da Bécquer: ¡Qué solos se quedan los muertos!

La Crónica del Quindío, Armenia, 26-IV-1994.

 

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