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Cometas y desenfrenos

martes, 27 de octubre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Villa de Leiva, la plácida localidad boyacense que en junio cumplió 433 años de vida, intensifica el turismo, de por sí numeroso los fines de semana, con dos festivales de alto renombre nacional: el de las cometas, que se realiza en agosto, y el de las luces, en diciembre. Además, existen otros eventos menores, como las Fiestas de La luna y el Fuego, el Festival Gastronómico y el Festival del Árbol.

Este año nos fuimos a elevar cometas e ilusiones por aquel horizonte mágico, pero como los vientos tradicionales ya no soplan en agosto sino en julio (debido a los cambios climatológicos que se han presentado en los últimos años), a duras penas logramos que nuestros hermosos pájaros de fantasía, con sus alas inmóviles y sus colas inertes, despegaran de la tierra.

De paso, tuve ocasión de conocer la locura colectiva de una población juvenil que asiste a Villa de Leiva, con el pretexto de las cometas, a cometer toda clase de desenfrenos. Durante los tres días que dura el festival, la parranda se vuelve frenética. Los residentes de la ciudad, que en su gran mayoría no participan del jolgorio, tienen que resignarse al alboroto y los desmanes que ocurren sobre todo en horas nocturnas.

Parejas juveniles, a veces de trece o catorce años de edad, se dedican en forma desvergonzada al consumo de licor y droga en cantidades insólitas. Para eso vinieron. La juventud moderna no entiende, por lo general, de diversiones sanas, y en materia alcohólica proceden como adultos. Hoy en día salirse de las normas, atropellar y dar escándalo público se volvió una costumbre social.

Deprimente espectáculo el de muchos jovencitos –de ambos sexos– que caminan por las calles de Villa de Leiva (como puede ser por las de cualquier sitio turístico del país) exhibiendo sus terribles borracheras, con una botella en la mano y el ánimo bullicioso y desafiante. Más tarde, repletos de licor y de vicio, muchos buscan la bronca, a veces con resultados peligrosos, y terminan dormidos en plena vía pública, mientras los transeúntes se tropiezan con ellos y hasta se solidarizan con esos cuadros borrascosos que hacen parte de la propia fiesta.

Licor, droga, sexo… A eso va cierta juventud a los festivales de Villa de Leiva. Qué horror. Los flujos de corrientes turísticas encarecen la hotelería y los servicios afines. El costo normal de una habitación se eleva a cifras absurdas. Esto, cuando se consigue hotel, ya que la mayoría han quedado copados desde tiempo atrás.

La preocupación natural que suscita este estado de descomposición es la de averiguar por la actitud de los padres frente al descarrío de sus hijos. La triste realidad indica que ellos viven ajenos a esa conducta, la que no sólo es tolerada por la sociedad moderna, sino que hoy es un sistema de vida. Ya no cabe hablar de disciplina social, porque el mundo contemporáneo marcha a la loca, cada vez más carente de principios y propiciador, además, del libertinaje que invade todos los ámbitos. Ese es el libertinaje que en días pasados vivieron muchos adolescentes, algunos de ellos casi niños, en la fiesta tradicional de Villa de Leiva.

Alguien me contaba un suceso escalofriante: el de una jovencita que, fingiendo llamar desde Bogotá, lo hacía desde Villa de Leiva para decirle a su madre que ese fin de semana iba a estudiar en la casa de una amiga, y que por favor no la interrumpiera, porque iba a estar muy ocupada con los textos. Luego apagó el celular y, asida a su compañero, entró a la carpa instalada en el sitio del camping. Lo que ocurrió durante los tres días del jolgorio licencioso, debe imaginárselo el lector.

Las autoridades de la preciosa villa viven, sin duda, preocupadas por ese desborde de la alegría y asimismo por ese vergonzoso desenfreno colectivo, provocados por la atracción turística que deja beneficios económicos a la población. Es, por supuesto, problema de difícil manejo. Pero se requiere extremar las medidas de control para mantener en tales días, tan propicios para el desorden y la liviandad, un clima de mayor cultura ciudadana.

Por lo demás, Villa de Leiva es sitio encantador. Lugar amable y hospitalario. Paraíso de descanso y contemplación, que ojalá logre preservar su embrujo y su reposo contra las perturbaciones de la paz y del ensueño.

El Espectador, Bogotá, 30 de agosto de 2005.
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