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Calibán

viernes, 16 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Luis Carlos Adames, antiguo colaborador del periódico El Tiempo y hombre de investigación y estudio, ha elaborado una excelente antología, publicada por el Círculo de Lectores, de crónicas de Enrique Santos Montejo (Calibán), como  homenaje al periodista más destacado de su época, 25 años después de su muerte.

En 1927 nacía en El Tiempo la columna que sería la más leída de la prensa nacional: La danza de las horas. Calibán, espíritu inquieto y periodista versátil, estaba vin­culado desde 1917 al diario del cual era fundador y propietario su hermano Eduar­do, y en 1912 había creado en la ciudad de Tunja el periódico La Linterna, pu­blicación de ardientes lides ideológicas y de estilo urticante, que se arropaba, en medio del frío glacial de la urbe monacal, con el calor de las letras de molde.

Sus vehementes campañas políticas y an­ticlericales –una premisa de la hora– le va­lieron dos excomuniones eclesiásticas, que no lo hicieron desistir de sus aco­metidas, que creía justas. Por aquellos días, a la ponderación que le hizo un amigo por el fino traje que lucía en la capital del país, Calibán le dijo:  «Estoy estrenando mi vestido de primera excomunión».

Refiriéndose a él, dice Alberto Lleras que «el demonio de la actualidad habitaba en su cuerpo». Como jefe de Redacción de El Tiempo durante largos años, pulsaba en su columna el nervio del quehacer nacional. Escribía de afán y con ímpetu, con placer hedonista, y nunca se dio tregua para analizar los hechos palpitantes de la política, la eco­nomía o las ciencias. Con la misma pro­piedad con que incursionaba en el mundo de las artes y los libros, recorría, en notas amenas y originales, los territorios del amor y las mujeres. Era un diletante sin dejar de ser crítico social.

Además, devorador de novelas, há­bito que recomendaba a sus amigos como fórmula para conocer mejor la humanidad. No se sabía de dónde sacaba tiempo para su disciplina de lecturas y para escribir tres columnas semanales. Sus danzas, pergeñadas en letra menudita y enigmática, requerían los buenos oficios de un traductor experto, el de todas las horas en el periódico, convertido por eso mismo en su mejor confidente li­terario. Su prosa, de corte castizo y diáfano, campeaba por su crítica caballeresca y su fina ironía. Don Quijote, para que mejor se le comprenda, era su mentor de cabecera.

Su hijo Hernando, actual director de El Tiempo, nos contó en el acto de presentación del libro de Adames una característica de Calibán: la inestabilidad de sus juicios. Sus escritos solían ser contradictorios, lo que no se oponía a que fueran válidos en su mo­mento, con la razón de que cada día trae su afán. La verdad de hoy era, y es, transitoria. Al día siguiente vendrá otra y la desplazará. Circunstancia que es esencia vital del pe­riodismo.

Sin embargo, Calibán fue periodista universal. Sus Danzas de las horas son eso: un vaivén, un termómetro de la vida. El título lo dice todo. Por eso, se salvan de la fugacidad del tiempo.

El Espectador, Bogotá, 13-III-1997.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-V-1997.

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