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El padre vendedor

viernes, 16 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca antes se había visto tal proliferación de publicidad alrededor del padre. Llamativos avisos en los periódicos, insistentes pregones en radio y televisión, revistas y folletos primorosamente elaborados, volantes silenciosos que se deslizan por las puertas de las residencias, correos misteriosos que llegan a los hogares exaltando las virtudes del santo varón… todo conduce a lo mismo: a vender.

Nos volvieron materia mercantil. Nos maquillaron la imagen y nos borraron los defectos. De la noche a la mañana nos volvimos virtuosos, simpáticos, leales… ¡inmejorables! Vean esta cuña formidable: «Para todos Ellos»… (en mayúscula, naturalmente). «Para los Vanidosos, Emprendedores, Tímidos, Hogareños, Simpáticos, Deportistas» (no importa que se abuse de las mayúsculas con tal de encumbrar nuestras cualidades. Los publicistas nos inflan, pero nos estiman   con afecto monetario). Para todos Ellos hay regalos en»… (omito decir dónde, para no hacer propaganda gratuita).

Otro aviso: «¡Papá merece lo mejor de Estados Unidos!» (esta vez el publicista respeta los dos signos de admiración, y sugiere, en cambio, la compra de un computador para el rey del hogar). Mi dulce esposa, que está al lado, me dice al oído: «Si la platica ya no alcanza para el mercado –por culpa de Samper, no tuya–, menos alcanzará para regalarte el computador que mereces. Y tampoco, perdóname, el reloj Cartier ni la silla reclinomática”.

Tan mala está la situación económica del país, que los comerciantes tuvieron que echar mano de una figura ajada y desvalorizada: la del padre. Les fue tan mal con el día de la madre, ese sí un real acontecimiento, que ya se agotaron las ganancias. ¿Pero cuáles ganancias? Con lo que se vende, señor ministro de Hacienda, apenas se saca para el arriendo del local y el salario mínimo de la cajera. El comercio está quebrado, la industria anda en concordato, la agricultura se acabó, los impuestos… Y como no hay dinero sobrante, este año nos van a quedar debiendo el día del padre.

Está bien que se exalte a ese ser maravilloso, único e irrepetible, que es la madre, y que se monten en su honor ventas fabulosas. Pero el padre… ¿Me permiten que proteste en nombre de todos los padres de Colombia? Lo primero que debe decirse es que no merecemos tanto. Ese personaje angelical que muestra la propaganda (que somos nosotros, símbolo de dinero) sencillamente no existe. Nace de una ficción de los publicistas.

En medio de todo, yo quiero a los publicistas, por eso de las fantasías. Nos pintan de mil colores y nos venden bondadosos y tiernos, sufridos y resistentes, amorosos y caseros. Para los magos de los almacenes somos perfectos. Pero no hay tal. Lo que sucede es que el padre, consumidor como es, tiene que estar en la moda. Por eso se le asocia con los vestidos de paño, los sacos, las camisas, las corbatas, los calzoncillos, las chaquetas, los perfumes, los licores… Imagínense ustedes cómo se haría para vender y subsistir, en época  de tanta penuria, si no fuera utilizando los trucos de la propaganda.

Pero el país va mal, pésimo, señor Presidente, a pesar de tanto padre eminente y sacrificado (y no incluyo aquí a los honorables padres de la patria, pues las cosas terminarían complicándose mucho más).

Pegado a los artificios de las ventas leo en este diario la consulta que formula una esposa mártir, violada por su propio esposo durante 15 años, quien debe acceder a sus pretensiones a punta de golpizas. Dice la heroína de esta historia: «A veces he preferido que él haga todo lo que quiera en contra de mis deseos y de mi voluntad, con tal de evitar otro escándalo». Y a mí se me ocurre preguntar: ¿También él está de fiesta en el día clásico y desde luego comercial del padre? ¡El rey del hogar! Al fin y al cabo, hay quienes viven de mentiras.

El Espectador, Bogotá, 13-VI-1997.

 

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