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En una galería de arte

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Quienes no somos críticos de arte, pero amamos el arte, la obra pictórica vale por sí sola, sin la ata­dura de reglas académicas. Al fin y al cabo la ciencia y la técnica, lo mismo en pintura que en cualquiera de las bellas artes, lo que hacen es encauzar el talento y la habilidad de la persona para que sus realizaciones produzcan goce estético. Y éste es subjetivo y se con­vierte en una especie de bocado para cada paladar.

Cuando yo residía en el Quindío, se organizó un con­curso de escultura con jurados de la categoría de Anto­nio Montaña y Pedro Restrepo Peláez. Como es lógico, el suceso reunió a conocidos artistas, que en su mayoría poseían larga trayectoria y podían exhibir obra desta­cada. Para sorpresa general, el galardonado con el pri­mer premio fue un obrero de las Empresas Públicas de Armenia, escultor anónimo que no había estudiado ningu­na técnica ni registraba antecedentes en ese campo del arte.

Ante la protesta de los demás concursantes, los ju­rados explicaron que en la obra presentada por el novel escultor (unas figuras en relieve esculpidas en plena roca) habían encontrado arte puro. Quien hoy viaje por el Quindío tendrá oportunidad de admirar esos grabados en una curva de la carretera entre Armenia y Calarcá. A su autor, que no había estudiado escultura en ninguna escuela, lo guiaba el arte intuitivo.

Cuando observo una obra de arte, me acuerdo del episodio del Quindío. Esto me ocurre ahora ante la exposición de pintura que se realiza en el Fondo de Empleados de la Occidental de Colombia (carrera 13 con calle 76), por parte de tres pintores nuevos: Clara Inés Segura Pinzón, Rafael Garrido Garrido y Hernando Riaño Sanabria. El solo hecho de ser nuevos –y esto nos ha sucedido a quienes incursionamos por primera vez en cualquier rama del arte– hace más difícil la apari­ción ante el público. No faltará el critico que des­califique sus cuadros.

La galería citada se halla hoy engalanada con pintu­ras al óleo y al pastel aplaudidas por los numerosos asistentes al acto inaugural, y por quienes en los días siguientes las siguen visitando. Sorprende que dos de los autores, Clara Inés y Rafael, sean muy jóvenes. Esto mismo sucedía con el escultor de Armenia. Sin embargo, se observan en ellos signos de vocaciones claras. Los cuadros de Clara Inés recogen sobre todo la figura humana y el paisaje. Rafael Garrido, de apenas 21 años de edad, es ya  excelente paisajista. Supongo que de perseverar en su vocación llegará muy lejos.

Hernando Riaño Sanabria, de mayor edad que sus com­pañeros de salón, trabaja la pintura hace diez años y no es la primera vez que presenta sus óleos. Me contaba él los momentos regocijantes que, al margen de la ocupa­ción laboral que desempeña en importante empresa, obtiene en sus días de creación. En el concurso patro­cinado por el Club de Leones de Bogotá, obtuvo entre 80 pinturas el 2° puesto con el cuadro El machete, que también se exhibe en la sala cultural de la Occidental. Su mayor habilidad está en la elaboración de bodegones, desnudos y figuras femeninas. La noche de la presentación fueron vendidos tres de sus cuadros, entre ellos Tania, seductora adolescente disputada por varios de los invitados.

Dijo Gide: «En arte, lo que al público le gusta es, sobre todo, lo que reconoce».

El Espectador, Bogotá, 10-X-1990.

 

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Artistas mutilados

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Entramos en otro diciembre tras un largo año de an­gustia nacional. Cuando la zozobra es intensa, parece que el tiempo no pasara. Se aproximan de nuevo los aguinaldos y los villancicos, con sus destellos de luz y alegría, de paz y solidaridad. Diciembre es algo más: un mes triste. Todos estos ingredientes, reunidos, caben en una sola palabra: Navidad.

Voy a escribir un mensaje navideño. Y lo haré uniendo la alegría con la tristeza. De lo contrario no estaríamos en el mes de las mayores desproporciones. He halla­do, entre tanto capítulo tragicómico de la humanidad, un motivo poderoso para colgarlo en mi árbol navideño. Es el de Everin Quintero, niña de 17 años, todavía con cara de muñeca, que nació sin brazos ni piernas: y sin embargo, es feliz. Escribe con la boca. Y yo agrego que con el corazón. Desde que tenía cinco años pintaba al óleo y acrílico.

Para este diciembre ha escrito, con su propia boca candorosa y en envidiable caligrafía, esta tarjeta para los colombianos: «Nací para pintar. Que lo deba hacer con la boca porque no tengo manos, me tiene sin cuidado. Lo que cuenta es el resultado y ustedes pueden apreciar­lo. Everin Quintero».

Esta niña bogotana, que se halla en plena edad de la ilusión, no conoció las muñecas. Carecía de manos para arrullarlas y de pies para empujarlas. Pero tuvo pince­les. Pertenece, junto con doscientos veinte seres mutila­dos por el infortunio, a la Asociación de Artistas que Pintan con la Roca o con el Pie, cuya sede está situada en la carrera 22 # 36-12 de Bogotá (teléfono 268 0614). Desde hace varios años adquiero allí, pintadas por ellos con hermosas alegorías, mis tarjetas de Navidad.

Grupo de artistas inválidos, unos de nacimien­to y otros por enfermedad o accidente. Carlos Arturo, de 36 años, sufrió cuando cursaba cuarto semestre de arquitectura un accidente que lo dejó paralizado por com­pleto, y hoy, con la ayuda de una terapista, ya pinta sujetando el pincel con la boca. Diego Armando nació ha­ce cinco años sin brazos ni piernas y hoy aprende pintu­ra en el taller de Comfenalco. Luis quedó paralizado a los 18 años cuando prestaba el servicio militar y ahora ya mueve el pincel. Cada caso es un mundo, una tragedia.

Como muchos se volvieron maestros de la pintura, sus obras se reproducen en tarjetas de Navidad y en calenda­rios artísticos. Viven de su trabajo y no quieren depen­der de la caridad pública. Diciembre, por eso, a pesar de venir para ellos sin luces de bengala ni regalos de fascinación, es un mes alegre. Sus mayores ventas, como comerciantes organizados que son, las realizan en esta época. Y como también conocen los halagos mercantiles, ofrecen rifas de televisores, licuadoras y obras de ar­te para incrementar el ritmo del negocio.

*

La Asociación se fundó en el año de 1956 y ha crecido a fuerza de sacrificio, voluntad y perseverancia. Sus so­cios (porque esto es una agrupación laboral, con estatu­tos y disciplinas) tienen como lema la dignidad. No piden limosna y tampoco regalan su trabajo. Algunos son casados y sostienen sus familias con el sudor del arte. Se dan el lujo de hacer exposiciones nacionales y llevarlas ade­más a países como Suiza y España.

Estamos en diciembre. Caminemos, entonces, al nacimien­to del Dios Niño sobre la tierra. Apaguemos, por un momen­to, si esto es posible, el estampido de las armas y el re­tumbar de la dinamita, para que el párvulo pueda escuchar la sinfonía del mundo. Apacigüemos el odio en una ráfaga de esperanza. Que caiga luego una estrella en medio de estos artistas mutilados –y en un remanso para la patria adolo­rida y también mutilada–, como una bendición del cielo.

El Espectador, Bogotá, 4-XII-1989.

 

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La escultura sobre alas

domingo, 30 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Alicia Tafur, la célebre escultora colombiana que ha creado su propio estilo por la dinámica y el carácter aéreo de sus obras, acaba de entregar al Minuto de Dios, donde se quedará como testimonio de arte volátil e imperecedero, la hermosa y gigantesca paloma que representa al Espíritu Santo. Es la primera vez que en una iglesia se suspende, como si en realidad la figura se hallara en vuelo, una escultura de estas dimensiones (cuatro por tres metros) y de esta originalidad.

Su patrocinador, el padre Rafael García Herreros, que tantas mani­festaciones ha tenido para los artis­tas nacionales, sabe que con este mensaje se recordará el soplo cósmico de la paloma de Pentecostés a través de la lluvia de llamas y luces que se derraman sobre la humanidad. Varios meses empleó la artista desarrollando la idea y contó para su ejecución con la ayuda de sus hijos Diego y Ricardo, que ya inician su propia vida creativa.

La escultura está concebida dentro del estilo que ella denomina «sono-óptico», consistente en la difusión de fulgores y sonidos cuando el vi­brátil habitante de los vientos se mueve en su inmensidad. Es enton­as cuando se ven caer sobre la tie­rra, como lenguas vivificantes de fuego —el sentido poético de esta imagen bíblica— los resplandores que irradian el bronce y la plata fundidos en arte. Alicia es, por así decirlo, especialista en viajes aéreos. Sus criaturas miran hacia el infinito y buscan la libertad. «Perforan la atmósfera como las agujas de las torres góticas», dijo Martha Traba.

Las alas son la mejor argumenta­ción de su obra. Alas en ascenso, rítmicas, alas ondulantes, alas ma­jestuosas, con ellas parece que su alma se mantuviera en ac­titud de liberación. Y si también ejecuta alas en reposo y alas heridas —todo un universo alado y sobrena­tural—, es esta la manera de plasmar la quietud y la sangría del amor, que no pueden estar ausentes de los instintos de libertad.

Ha sido Alicia Tafur propietaria y directora de galerías de arte, pro­fesora y conferencista, y en años pasados, agregada cultural de nuestra embajada en Venezuela. Ha expuesto en diferentes países y muchas de sus realizaciones pertenecen a mu­seos y colecciones particulares de Europa, Estados Unidos y América Latina. Su vida ha sido una perma­nente ebullición de ideas y alegorías. Sus aves tienen la luz propia que ella les inyecta.

Exhibe ahora sus últimas crea­ciones, en exposición conjunta con exalumnas del Colegio Mayor de Cundinamarca, en la Casa Julio E. Lleras, del Banco Central Hipote­cario. Esta presencia de alas y mo­vimientos, de destellos e impulsos siderales, tan característica en las representaciones de la escultora ca­leña radicada por tantos años en Bogotá, define el concepto de que el arte, que es ante todo elevación de espíritu, nunca podrá vivir encade­nado.

El Espectador, Bogotá, 16-VI-1986.

 

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La vieja arquitectura antioqueña

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ponderable labor cumple el Fondo Cultural Cafetero, bajo la di­námica dirección de Aída Martínez, en el rescate y preservación del pasado histórico del país. Se trata de un organismo silencioso y positivo, ajeno a toda ostentación, que de ma­nera elocuente y con el exquisito tono femenino que ha sabido imprimirle su directora, ha vinculado toda su capa­cidad económica y artística a la exal­tación de nuestra cultura.

En este diciembre nos sorprende con la edición, en asocio con la Uni­versidad Nacional, de un hermoso libro dedicado a la arquitectura de la colo­nización antioquena. Es el primero de una obra gigante de varios volúmenes, con la que se abarcará todo el territorio colonizado por los antioqueños.

El autor es el quindiano Néstor Tobón Botero, arquitecto y sociólogo de la Universidad Nacional y especializado en urbanismo en Italia, quien tras largas y profundas investigaciones logra plasmar, rescatándolo de un pa­sado que el modernismo tiende a des­dibujar, el paraíso arquitectónico di­seminado en los pueblos viejos.

La lente fotográfica de Olga Lucía Jordán ha captado en maravilloso juego de colores, y con la autenticidad y el encanto que sólo son posibles en el arte, la hermosura de esos entornos. Es un ayer que va en fuga por el atentado permanente de autoridades y gentes destructoras, y que parece detenerse en el tiempo —y a veces sólo en el re­cuerdo— a través de la policromía de este libro admirable. Por él desfilan pobla­ciones de ensueño: Abejorral, El Jardín, El Retiro, Jericó, La Ceja, Marinilla, Rionegro y Sonsón.

En nuevas jornadas se llegará al Antiguo Caldas, cuyos tres departa­mentos, a pesar de la división territo­rial, conservan íntegra su identidad ancestral. Reformar por reformar, sin el requisito de la estética y el respeto por las joyas coloniales, es destruir, bajo el ímpetu de un urba­nismo atolondrado, el patrimonio cul­tural de los pueblos.

Los editores del libro, Benjamín Vi­llegas y Asociados, conquistan honores con el colorido de sus páginas esplen­dentes, y contaron con el profesionalismo de OP Gráficas. En la obra se conjugan además otros es­fuerzos, y todos merecen reconoci­miento por su contribución a la cultura.

Este empeño no se ha encaminado tan sólo a presentar unas policromías lugareñas, sino a resaltar los ingredientes de una civilización. El viejo modelo greco-quimbaya adquiere esplendor en cada uno de los pueblos inventariados al presentar el conjunto de puertas, canceles, ventanas, cielos rasos, portones y contraportones, pa­tios y zaguanes. Los recursos indígenas de la guadua, el bahareque y la madera se muestran incólumes en este repaso artístico.

Y se destacan los rasgos fundamen­tales del hábitat primitivo. Alrededor del patio giraba la alegría hogareña, con la luminosidad del ambiente y el reposo de los corredores. La destreza artesanal de los antepasados es, por ironía, lo que hoy está derrumbándose en muchos sitios. Esa mezcla de so­briedad y elegancia de las viejas cons­trucciones le inyectaba dignidad a la vida. El fogón, la pesebrera, la puer­ta-ventana enmarcaban el coloquio permanente de las familias.

El libro de Tobón Botero es una ha­zaña de los colores y las dimensiones arquitectónicas del ayer legendario, en buena hora rescatado por el Fondo Cultural Cafetero y la Universidad Nacional. Hay que celebrar que esto ocurra para bien de las futuras gene­raciones, que tanto tienen que aprender de los tiempos pasados.

El Espectador, Bogotá, 26-XII-1985.

 

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Folclor y tradición

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con este nombre acaba de aparecer el segundo disco de Carlos Botero Herrera, prensado por la firma Sonolux, de Medellín, y dedicado, como el anterior, a la tierra quindiana, donde su autor se desempeña con éxito en la empresa privada. Habíamos extrañado su ausencia de las expresiones artísticas, en las que ha tenido evidente suerte al lograr que varias de ellas se queden pegadas a la tierra y, más aún, que sus aires recorran otras latitudes, como sucedió en pasada excursión de nuestra música por diferentes países del mundo.

Carlos Botero Herrera es afortunado intérprete del alma popular y ha venido fomentando su inspiración en los entreactos de sus actividades empresariales. La poesía es para él una aliada que cultiva desde bien joven. Hemos estado pendientes de su segundo libro, proyecto que ha dilatado y que pronto, como lo promete, será realidad.

El poeta, como el escritor y en general el artista, no debe esperar mecenas. La cultura es la ac­tividad más solitaria y menos protegida. Y a la que menos apoyo le dispensan las entidades oficiales. El creador, que es el único  que sabe llegar con autenticidad al pueblo, es un ser un marginado que toca de puerta en puerta esperando que el Gobierno o la empresa particular apoyen sus obras.  Publicar un libro o prensar un disco representa enorme esfuerzo económico, imposible para muchos, y por eso el país está lleno de obras inéditas.

Esta nota con la que saludamos la aparición de Folclor y tradición sirve también para reclamarle al amigo la demora de su segundo libro de poesía. El primero, Mares de fuego, que tuvo comentarios favorables, está ya distanciado.

Tenemos ahora su disco navideño, fresco como los amaneceres quindianos. Son doce canciones melodio­sas y sentimentales que entran a enriquecer nuestro folclor y que ya comienzan a regarse por la tierra como un hálito inspirado. Botero Herrera, que les canta a los ojos risueños de la chapolera o a las manos endurecidas del labriego, se va por los surcos del café susurrando en los oídos del campo la voz cadenciosa que hará más amable la recolección de la cosecha. Campesinita quindiana es un himno campesino que se paladea entre copa y copa, al borde de cualquier tienda de ve­reda, y que con Sangre de café anima el alma de los campos.

No hagas llorar a un niño, la nueva canción que en mi concepto es la más inspirada de su segunda ronda, llega en este diciembre como sentido homenaje a este pequeño testigo de los sudores rurales y se vuelve un pedido a los padres, formulado con apremio y súplica, para que no cortemos la paz del mundo representada en el alma tierna del niño.

Se descontinúa así el silencio musical y poético del amigo Carlos Botero Herrera, que ha de sentirse estimulado para proseguir su itinerario por el folclor y la tradición del pueblo quindiano.

La Patria, Manizales, 7-I-1981.

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