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Artistas mutilados

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Entramos en otro diciembre tras un largo año de an­gustia nacional. Cuando la zozobra es intensa, parece que el tiempo no pasara. Se aproximan de nuevo los aguinaldos y los villancicos, con sus destellos de luz y alegría, de paz y solidaridad. Diciembre es algo más: un mes triste. Todos estos ingredientes, reunidos, caben en una sola palabra: Navidad.

Voy a escribir un mensaje navideño. Y lo haré uniendo la alegría con la tristeza. De lo contrario no estaríamos en el mes de las mayores desproporciones. He halla­do, entre tanto capítulo tragicómico de la humanidad, un motivo poderoso para colgarlo en mi árbol navideño. Es el de Everin Quintero, niña de 17 años, todavía con cara de muñeca, que nació sin brazos ni piernas: y sin embargo, es feliz. Escribe con la boca. Y yo agrego que con el corazón. Desde que tenía cinco años pintaba al óleo y acrílico.

Para este diciembre ha escrito, con su propia boca candorosa y en envidiable caligrafía, esta tarjeta para los colombianos: «Nací para pintar. Que lo deba hacer con la boca porque no tengo manos, me tiene sin cuidado. Lo que cuenta es el resultado y ustedes pueden apreciar­lo. Everin Quintero».

Esta niña bogotana, que se halla en plena edad de la ilusión, no conoció las muñecas. Carecía de manos para arrullarlas y de pies para empujarlas. Pero tuvo pince­les. Pertenece, junto con doscientos veinte seres mutila­dos por el infortunio, a la Asociación de Artistas que Pintan con la Roca o con el Pie, cuya sede está situada en la carrera 22 # 36-12 de Bogotá (teléfono 268 0614). Desde hace varios años adquiero allí, pintadas por ellos con hermosas alegorías, mis tarjetas de Navidad.

Grupo de artistas inválidos, unos de nacimien­to y otros por enfermedad o accidente. Carlos Arturo, de 36 años, sufrió cuando cursaba cuarto semestre de arquitectura un accidente que lo dejó paralizado por com­pleto, y hoy, con la ayuda de una terapista, ya pinta sujetando el pincel con la boca. Diego Armando nació ha­ce cinco años sin brazos ni piernas y hoy aprende pintu­ra en el taller de Comfenalco. Luis quedó paralizado a los 18 años cuando prestaba el servicio militar y ahora ya mueve el pincel. Cada caso es un mundo, una tragedia.

Como muchos se volvieron maestros de la pintura, sus obras se reproducen en tarjetas de Navidad y en calenda­rios artísticos. Viven de su trabajo y no quieren depen­der de la caridad pública. Diciembre, por eso, a pesar de venir para ellos sin luces de bengala ni regalos de fascinación, es un mes alegre. Sus mayores ventas, como comerciantes organizados que son, las realizan en esta época. Y como también conocen los halagos mercantiles, ofrecen rifas de televisores, licuadoras y obras de ar­te para incrementar el ritmo del negocio.

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La Asociación se fundó en el año de 1956 y ha crecido a fuerza de sacrificio, voluntad y perseverancia. Sus so­cios (porque esto es una agrupación laboral, con estatu­tos y disciplinas) tienen como lema la dignidad. No piden limosna y tampoco regalan su trabajo. Algunos son casados y sostienen sus familias con el sudor del arte. Se dan el lujo de hacer exposiciones nacionales y llevarlas ade­más a países como Suiza y España.

Estamos en diciembre. Caminemos, entonces, al nacimien­to del Dios Niño sobre la tierra. Apaguemos, por un momen­to, si esto es posible, el estampido de las armas y el re­tumbar de la dinamita, para que el párvulo pueda escuchar la sinfonía del mundo. Apacigüemos el odio en una ráfaga de esperanza. Que caiga luego una estrella en medio de estos artistas mutilados –y en un remanso para la patria adolo­rida y también mutilada–, como una bendición del cielo.

El Espectador, Bogotá, 4-XII-1989.

 

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