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Revista Quimera

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Señor Rafael Humberto Moreno-Durán, director de la revista:

He leído Quimera de pasta a pasta. La aparición del número 1 –edición colombiana que usted dirige– estuvo precedida de amplia publicidad, y por eso mismo, ya que a los colombianos nos gusta pensar al revés, le había cogido pereza al nuevo producto anunciado con tan­tos bombos y platillos. Usted es boyacense, como yo lo soy, y sabe que en nuestra tierra impera el mandato de la malicia indígena, ese instinto irrefrenable a no fiarnos del primer cuento, y en este caso de cualquier quimera.

Otras revistas, gacetas o magazines, o como quieran llamarse, han nacido a la luz pública con sonoros pre­gones, como ahora sucede con Quimera; y con sólo vol­tear unas páginas se descubre el mismo material trilla­do que se repite en la mayoría de publicaciones. Y ade­más figura la misma nómina, o cofradía, o asociación oculta –pero visible a todo momento en las letras de imprenta– que se ha apoderado de los medios masivos de comunicación.

Hoy los llamados suplementos literarios de los domin­gos, con contadas excepciones, cayeron en la más deplo­rable monotonía, en la más tediosa red de exaltaciones mutuas. Las camarillas de escritores son antipáticas, y presuntuosas, y aislantes. Son fáciles para la egola­tría y difíciles para la democracia de las ideas. Empo­brecen la literatura. En ellas se vive más de humo que de fuerza creadora.

Por todo esto, que se deriva de mi experiencia de veinte años como escritor y comentarista de prensa, miraba con recelo el advenimiento de Quimera. ¿Re­sultará –preguntaba– otro círculo vicioso de «los mismos con las mismas»? Para no quedarme atrás de la moda, comencé a leer la revista. A la vuelta de las primeras pá­ginas ya mis prejuicios estaban desvanecidos. Encontré temas novedosos, enfoques originales. El sentido ecu­ménico de la cultura saltaba por todas partes. Esto de hacer de lo local, lo cotidiano y pasajero, temas universales y consistentes, rompe los moldes tradicionales.

Quimera nace con inventiva. Tiene amenidad. Crea novedades, y esto no es fácil en el manido mundo de las letras. Hallazgos como el de la novela de John Kennedy Toole, o revelaciones como las de Mempo Giardinelli sobre intimidades inéditas de Juan Rulfo, o reminiscencias como las de Fernando Arbeláez sobre la bohemia de los cafés literarios de antaño, escri­ben una primicia. Descubrí, con la malicia del boyacense, que no se trataba de una quimera cualquiera. La revista reivindica la categoría intelectual y estética que le imprimió en España su fundador, Miguel Riera, hace cerca de diez años.

No estoy, por consiguiente, defraudado con el nuevo producto, y salgo enriquecido con la aventu­ra. Si el espíritu de Quimera no decae, las letras colombianas pueden sentirse oxigenadas.

El Espectador, Bogotá, 26-XII-1989.

 

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