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Charlas con Sánchez Juliao

miércoles, 18 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Varios calificativos se le dan al escritor de Lorica en relación con el empleo opulento que hizo de la palabra: genial conversador, palabrero mayor, colosal fabulista, espléndido narrador, conversador inacabable… Estas propiedades salen a relucir en la extensa entrevista que tuvo con Carlos Arboleda González, exsecretario de Cultura de Caldas, escritor y periodista, y que este recoge en el libro de reciente publicación que lleva por título Navegando en un cuento: charlas con David Sánchez Juliao.

El 24 de noviembre de 2010, cuando Sánchez Juliao cumplía 65 años de edad, Arboleda se reunió con él en Bogotá para revisar el material de la entrevista, y de paso este le entregó una serie de fotografías que había escogido para publicarlas en el libro que se proyectaba editar. Menos de tres meses después –el 9 de febrero de 2011–, el novelista fallecía en la clínica Shaio a raíz de una afección cardiaca. Se convirtió en su obra póstuma, la que permaneció inédita, junto con el prólogo de Darío Arizmendi Posada, trece años después de las charlas sostenidas con el entrevistador en una finca de Caldas.

Es libro valioso, de grata e instructiva lectura, donde el personaje de Lorica repasa su vida llena de anécdotas, analiza su obra, cuenta sus vivencias y expresa conceptos críticos sobre el mundo literario y el acontecer del país. No tiene pelos en la lengua para decir sus verdades. Fue un inconformista de formación sociológica que lo mismo que censuraba los desvíos morales de Colombia, rechazaba la mediocridad y el arribismo de la gente. Y profiere este juicio punzante: “No me siento cómodo teniendo la nacionalidad de un país que mata tanta gente”.

Autor de novelas, cuentos, fábulas y otros temas exitosos, su obra alcanzó alta nota con títulos como ¿Por qué me llevas al hospital en canoa, papá?, El Flecha, Historias de Racamandaca, Aquí yace Julián Patrón, Buenos días, América, Nadie es profeta en Lorica, Pero sigo siendo el rey, Mi sangre aunque plebeya, Danza de redención. Obtuvo premios literarios, traducciones a doce idiomas, versiones en la televisión, aplausos y numerosos admiradores en Colombia y en otros países. En 1975 creó el audiolibro, la llamada literatura-casete, de la que es pionero en el mundo.

Gran amante del libro, y con él, de la literatura universal, su conocimiento de títulos y autores era vasta. Esa cultura le venía desde su casa solariega de Lorica, dotada de una enorme biblioteca de clásicos y un cuarto de música. La música fue otra de sus pasiones viscerales y ella se evidencia en sus novelas, inspiradas bajo el aire caribeño que arrullaba su alma. “Era la más viva representación del Caribe: altivo, generoso, alegre, sentimental”, dijo José Luis Díaz Granados en la despedida fúnebre congregada en la iglesia de Cristo Rey en Bogotá.

Como embajador de Colombia en la India y en Egipto entre 1991 y 1995, tuvo honda  compenetración con esas culturas milenarias. Conoció su gente, sus pueblos y costumbres, y dejó muchas crónicas viajeras que se proponía reunir en un libro, el que ojalá se haga pronto realidad. “Escribir es lo único que nos salva de la tragedia de vivir”, le confiesa a Carlos Arboleda, fiel guardián de estas charlas sustanciosas movidas por el gracejo, el humor, la amenidad y la sapiencia, y convertidas en legado mágico como tributo a su memoria.

Para Sánchez Juliao el agua era la inspiración de su existencia. El agua lo era todo. Nació a orillas del Sinú, vivió en Barranquilla a orillas del Magdalena, después estuvo a orillas del Ganges y del Nilo. En su vida de sibarita por los caminos del mundo, y residente en cuatro continentes, buscaba siempre el río, el mar, la fuente silenciosa. Pidió que cuando muriera sus cenizas fueran arrojadas al Sinú. Así sucedió: hombre y río se encontraron en la hora final de la palabra.

El Espectador, Bogotá, 19-IV-2013.
Eje 21, Manizales, 18-IV-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 20-IV-2013.
Red y Acción, Cali, 20-IV-201.

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Comentarios:

Sigo lamentando la temprana muerte de ese gran escritor, conversador y narrador que fue David Sánchez Juliao. Adolfo Valencia (correo a El Espectador.com).

Maravillosa semblanza del fallecido escritor costeño. Tuve la oportunidad de compartir con él una tarde que Carlos Arboleda lo llevó a mi casa e hicimos una tertulia deliciosa. Siempre he sido un aficionado a los relatos de El Flecha, El Pachanga y Don Abraham Al Humor, los cuales escucho cada cierto tiempo y siempre los disfruto como si fuera la primera vez. Pablo Mejía Arango, Manizales.

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Memoria fulgurante

miércoles, 18 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Carlos Enrique Ruiz, director de Aleph, me descubrió a Emma Reyes a través del reportaje que hizo a la pintora en Burdeos (Francia) y que fue publicado en su revista en septiembre de 1999. En julio de 2003, ella fallecía en  Perigueux, a la edad de 84 años.

Emma Reyes salió de Colombia hacia los veinte años de edad y pocas veces volvió a la patria. Se fue como perfecta anónima, marcada por el abandono y la miseria de su niñez y juventud, y en Francia se cubrió de gloria. Fue considerada la tutora de todos los artistas colombianos que hicieron carrera en París. A su huida de un convento de monjas a donde fue llevada junto con su hermana Helena, en el que permanecieron durante quince años, se embarcó, acosada por la pobreza, en la aventura de ponerse a rodar por varios países suramericanos.

A esa edad era analfabeta e hija ilegítima. Había sufrido terribles penalidades al lado de su presunta madre, que la mantuvo encerrada en una pieza miserable del barrio San Cristóbal de Bogotá, y luego la trasladó a Guateque y Fusagasugá en similares condiciones, antes de llegar al asilo de monjas, donde poco le cambió la suerte. Dice que cuando huyó del convento se fue a buscar a su padre en demanda de ayuda, pero él se negó a reconocerla y apoyarla. Nunca reveló quién era esa persona, pero puede deducirse que era alguien importante.

Enfrentada al desamparo absoluto, se ganó la vida en humildes oficios, hasta arribar a Buenos Aires. Se casó, y en poco tiempo se separó. Tiempo después volvería a casarse, esta vez con el médico francés Jean Perromat, a quien conoció en un barco que zarpaba de Suramérica. Con él estableció una unión venturosa. Cuando Germán Arciniegas la conoció en París, ya era una pintora famosa. Su salto de criatura expósita a brillante pintora parece un cuento de hadas.

Arciniegas quedó asombrado ante la genialidad que mostraba, y se negaba a creer que de esa vida rastrera pudiera surgir un ser lleno de talento, imaginación, riqueza espiritual y semejante creatividad artística. Era conversadora portentosa que mantenía encendida la chispa de la gracia y el don de la distinción, y que lejos de ocultar sus vivencias desastrosas, las exponía como ejemplo de superación y de realización humana. Arciniegas le sugirió que contara por escrito lo que a él le decía en palabras, y Emma le reveló que no había tenido estudios escolares y carecía, por lo tanto, de dotes de escritora. Había aprendido las primeras letras, por su propio esfuerzo, después de los veinte años.

Entonces le pidió que, sin fijarse en reglas de ortografía y gramática, le enviara la primera carta narrándole el comienzo de sus desventuras. Después brotarían poco a poco los demás episodios. Así sucedió con las 23 cartas escritas entre 1969 y 1997 que conforman hoy la obra titulada Memoria por correspondencia, la que va por la tercera edición y está considerada el mejor libro colombiano publicado en el 2012.

Narraciones rebosantes de candor, amenidad, ironía y exquisito talento descriptivo, donde su vida desdichada se dibuja con naturalidad y encanto, sin reflejar el menor signo de rencor o amargura. Esta lectura alucinante hace pensar en una mente privilegiada que por encima de los cánones corrientes fue capaz de plasmar una obra maestra. Lo mismo ocurrió con Las cenizas de Ángela del irlandés Frank McCourt, con la diferencia de que este era profesor erudito.

Emma Reyes es un dechado del arte puro e innato, tanto en su pintura como en estas cartas de desconcertante belleza, convertidas en su obra póstuma, la que hará meditar a los escritores de fama y a los editores mercantilistas que solo se fijan en los nombres ya consagrados. “Ella no pinta con aceite sino con lágrimas”, dijo Germán Arciniegas.

El Espectador, Bogotá, 12-IV-2013.
Eje 21, Manizales, 12-IV-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IV-2013.
Red y Acción, Cali, 13.IV-2013.

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Comentarios:

Esta columna es la síntesis de un cuento de hadas, como lo afirma el texto, o de una hermosa novela dramática. Gracias por permitirnos conocer nuestra “historia”; entrelazar a la, para mí, hasta hoy desconocida Emma Reyes con el gran Arciniegas. Pienso en tantos seres de nuestra tierra cuyo talento lo podemos conocer gracias a la sensibilidad y precisión de los escritores. Marta Nalús, Bogotá.

Bellísima historia. Muy bien contada. Una verdadera perla es esta artista. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Impresionantes la vida y milagros de Emma Reyes. Sí había oído y leído algo de ella, por su fama como artista, al igual que supe desde sus comienzos de Fernando Botero o de Luis Caballero, todos ellos humildes artistas en su comienzos en Francia, para luego convertirse en grandes íconos mundiales. Pero no sabía de la vida adolescente tan difícil que tuvo Emma Reyes en Colombia. Por libros de Plinio Apuleyo Mendoza sabía que Emma Reyes apoyaba y estaba en todas las tertulias de los artistas y escritores colombianos que comenzaban a abrirse paso en Francia. Eso dice mucho de su amor por Colombia y los colombianos sin asomo alguno de rencor o envidia. Me daré a la tarea de conseguir ese libro de Memoria por correspondencia. Toda esa vida de Emma y de muchos artistas y gente famosa refuerza mi pensamiento de que todos desde que nacemos tenemos ya escrito el libro de nuestra vida. No importa que hagamos o dejemos de hacer, el destino inexorable tiene que cumplirse hasta el final. Luis Quijano, Houston (USA).

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Bolívar en el bronce y la elocuencia

sábado, 14 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

 En 1982, residente en Armenia, me comentaba Vicente Pérez Silva la posibilidad que existía sobre un editor que estaba interesado en la publicación de su libro Bolívar en el bronce y la elocuencia. Y me solicitó que le suministrara una fotografía de la estatua de Bolívar en Armenia, el nombre de su autor, los datos sobre la obra y algún discurso que se hubiera pronunciado allí.

Esta estatua fue elaborada y fundida en París por Roberto Henao Buriticá, el mismo autor de la Rebeca en Bogotá. Se inauguró el 17 de diciembre de 1930. Este mismo recorrido lo hace Pérez Silva por otras estatuas situadas en diferentes sitios del país: Plaza Mayor de Bogotá, Parque del Centenario en Bogotá, Parque de la Independencia en Bogotá, Quinta de San Pedro Alejandrino, Cartagena, Barranquilla, Manizales, Medellín, Armenia, Tuluá, Tunja, Campo de Boyacá, Bucaramanga, Sonsón, Soledad, Pereira y Cúcuta.

Treinta años tuvieron que pasar para que el proyecto editorial se hiciera realidad a finales del año pasado, bajo el auspicio de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, con motivo del cuadragésimo año de la fundación de dicha entidad, ocurrida en octubre de 1972 bajo el liderazgo de José Consuegra Higgins.

Valioso libro que rescata el historial de estos tributos en honor del prócer de nuestra Independencia, en los que aparecen sucesos o anécdotas dignos de memoria. Se hace mención, por ejemplo, de la estatua a Bolívar en el municipio de Soledad, que según José Consuegra es la más original de todas por resumir el tránsito final del héroe, cuando ya era un hombre derrotado y afligido bajo el peso de múltiples infortunios. Dijo Bolívar en carta enviada desde dicha población: “…no pudiendo servir más, he resuelto decididamente tratar solo de cuidar mi salud, o más bien mi esqueleto viviente…”

En Tutazá (Boyacá) existe una estatua en piedra artificial realizada con enorme ingenio, entre 1937 y 1938, por artesanos de la región. Este sencillo homenaje a Bolívar contrasta con el espléndido monumento en el Campo de Boyacá, del escultor alemán Ferdinand von Miller, considerado único en la estatuaria universal.

El primer monumento que se construyó en toda la América española fue el de la Plaza Mayor de Bogotá, del escultor italiano Pietro Tenerani, obra inaugurada por el presidente Tomás Cipriano de Mosquera el 20 de julio de 1846. El del Parque del Centenario muestra a un hombre de figura altiva y victoriosa y pertenece a sus mejores días de gloria. Conforme se recorre esta serie de estatuas se descubren distintos portes y todos dibujan la trascendencia del genio.

El Bolívar-Cóndor situado por Rodrigo Arenas Betancourt en la plaza principal de Manizales, frente a la catedral, es obra polémica que provocó rechazo inicial y luego obtuvo el beneplácito de la gente. Se inauguró el 30 de octubre de 1991. “Este Bolívar-Cóndor –dijo su creador– es el demonio que huye de la catedral”. Más de dos décadas atrás (1963), el mismo escultor construyó en Pereira el Bolívar Desnudo, que llegaría a considerar su obra más importante. El alcalde de la ciudad le había encargado un Bolívar distinto, y así lo concibió el artista. Cuando se conoció la maqueta, se produjo fuerte protesta ciudadana, respaldada por algunas academias de historia y las sociedades bolivarianas.

La estatua fue inaugurada con motivo del centenario de Pereira. Y allí permanece como emblema de la ciudad, con sus once toneladas de peso y las mil piezas fundidas en el taller de Coapa, en Méjico. “La idea central de mi obra –proclamó Arenas Betancourt– es que Bolívar fue un torbellino, un huracán desatado que pasó por las montañas, los ríos, los valles de América iluminando a los hombres (…) Lo he interpretado desnudo, despojado de inútiles atavíos y abalorios,  como un ser natural, como el viento, como el grito, como el fuego».

El Espectador, Bogotá, 15-II-2013.
Eje 21, Manizales, 15-II-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 16-II-2013.

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Comentario:

Nada más irónico que el Libertador, como «esqueleto viviente», escriba eso desde Soledad, porque la situación de Bolívar, en ese momento, no expresaba solamente la soledad del «esqueleto viviente», sino la soledad de América. Es lo que pintó magistralmente García Márquez en «El General en su laberinto». Los proyectos de Bolívar de crear una patria  grande quedaron convertidos en eso: en esqueletos vivientes, porque quienes le sucedieron en los gobiernos, a través de dos siglos, por sus intereses particulares y permanentes riñas personales que arrastraron a los pueblos al campo del fanatismo, fueron incapaces de crear esa patria para todos (…) Personalmente, creo que me quedo con el Bolívar desnudo. Desnudo de sus sueños como debió sentirse en San Pedro Alejandrino cuando entregaba su alma como cualquier mortal, arropado por unas condiciones de ingratitud que no se merecía. Jorge Mora Forero, colombiano residente en Weston (Florida)  USA.

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La vida sonreída

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Palabras en la solapa del libro La vida sonreída,

de José Jaramillo Mejía)

En 1980, cuando vivía en Armenia, conocí el primer libro de José Jaramillo Mejía: A mitad de camino, y tres años después, residente de nuevo en Bogotá, leía su segunda obra: ¿Qué hay por ai? Y pasaron 22 años para volver a tener noticia bibliográfica del jovial amigo quindiano, que desde vieja data se encuentra radicado en Manizales, donde ha cumplido destacada labor cultural, tanto a través de su columna permanente en el diario La Patria, como de diversas expresiones de su inquieta inteligencia.

Su último libro, La vida sonreída, representa, fuera del grato reencuentro con el dilecto colega de las letras y el periodismo, la ocasión de unir los eslabones distanciados por los azares del tiempo. Y de saber, por otra parte, que su creación ha sido perseverante, con ocho obras publicadas. Sus amenas crónicas sobre la vida cotidiana tienen la virtud de pintar el ambiente comarcano con toques de gracia, naturalidad y viveza. De los sitios por donde discurre su existencia, saca siempre motivos de reflexión para conjugar los sucesos menudos y transformarlos en paradigmas de la sociedad.

Interpretando la aldea, con sus hechos comunes y sus personajes pintorescos, dibuja el alma universal de los pueblos. Su humor vivencial, que no deja decaer ni en circunstancias adversas y que hace de su literatura un hervidero de ocurrencias sutiles y geniales, es el nervio de toda su producción. Incluso cuando formula discrepancias o censuras, se vale del gracejo y de la sátira mordaz penetrada de simpatía. Es frecuente hallar en sus páginas filones de filosofía y dardos de jocosidad.

Hasta con la muerte es juguetón. Esto se evidencia en los sorprendentes versos que titula 12 sonetos para leer después de muerto, que hacen parte de su «vida sonreída». Poemas de fino humor, a lo Luis Carlos López, llenos de ironía y encanto. Este cortejo con la parca hace pensar que ni siquiera en el último trance dejará su estilo bromista e ingenioso que lo salvará de los sinsabores de la despedida final.

2006.

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Los oficios de antaño

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En 1977, residente yo en Armenia, ciudad desde la cual escribía frecuentes columnas en el periódico manizaleño La Patria, recibí del doctor José Restrepo Restrepo, director y propietario de dicho diario, un precioso libro que acababa de ser editado, coincidiendo con los 50 años de vida del autor: El pastor y las estrellas, de Eduardo Santa. Esta obra sería la más representativa de su producción, al convertirse en una historia fascinante que narra el itinerario de un viejo pastor por horizontes encantados, al tiempo que descubre los oscuros territorios de la maldad humana, atizados por el odio, la envidia, la ambición, la intolerancia.

Abogado, académico, poeta, cuentista, novelista y ensayista, y por otra parte exdirector de la Biblioteca Nacional y profesor emérito de la Universidad Nacional, Eduardo Santa ha sido trabajador incansable de las letras, como lo acreditan sus numerosos libros, que han merecido altos elogios de la crítica. Dueño de una prosa vigorosa y castiza, realzada con los nobles recursos de su sensibilidad poética, sus cuentos y novelas tocan los grandes conflictos colombianos, como el de la violencia y los rencores eternos que han arruinado la paz pública durante casi dos siglos de rivalidades fratricidas.

El manejo sicológico de los personajes y la penetración aguda en la provincia le han permitido a Eduardo Santa la pintura de cuadros turbulentos sacados de la amarga realidad que vive el país. Sus ensayos literarios e históricos significan otro aporte importante para el estudio de la patria desde diferentes enfoques. La  vena poética cumple su cabal expresión en El paso de las nubes (1995), bello poemario movido por la fuerza lírica, el sensualismo y la añoranza.

Con El libro de los oficios de antaño rescata el alma del pasado al evocar los trabajos comunes en la vida de los pueblos, labores silenciosas y cotidianas que plasmaron el folclor nacional en largas épocas de quietud y ensoñación. Quienes venimos de aquellos tiempos lejanos, desdibujados hoy por el cambio de costumbres, no podemos olvidar a personajes elementales como el boticario, el carpintero, el peluquero, el fotógrafo, el sacamuelas, el voceador de periódicos, el estafeta de correos o la costurera doméstica, ni pasar por alto ambientes pintorescos como el de las pesebreras, los gitanos y los culebreros, amén del licencioso de las chicherías y los sitios de encuentros furtivos.

Acaso queden todavía, en algunas aldeas y pueblos, rezagos de tales rutinas, pero los oficios de ayer no son los mismos de hoy. El país era otro: había aptitud para la simplicidad y tiempo moroso para la delectación. En las pulidas páginas de recordación del escritor tolimense se hace admirable su capacidad descriptiva para dibujar, con geniales toques poéticos y sentimentales –cual otro Euclides Jaramillo Arango–, más de cincuenta ocupaciones básicas dentro del discurrir pueblerino, sin las cuales serían inconcebibles la vida comunitaria y el bienestar hogareño.

Este delicioso relato de los oficios de antaño se vuelve una memoria auténtica del ayer legendario, y de paso recupera los cuadros de costumbres vividos en su niñez y juventud, género literario desfigurado por las amnesias del tiempo y que Eduardo Santa revive con enorme poder narrativo, al igual que lo hace en otras de sus obras, como Cuarto menguante, Los caballos de fuego y La provincia perdida.

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Hija de tigre sale pintada. Sarita Santa Aguilar, hija de Eduardo Santa, es una niña prodigio que a los trece años es ya autora de su primer libro, titulado Caminos de vida, en el que sus padres seleccionaron cuarenta y dos de sus mejores poemas escritos entre los seis y los diez años de edad. «Leyendo sus poemas –dice el gran lírico Óscar Echeverri Mejía– he comprobado, una vez más, que el poeta nace y que el poema es un don del Creador».

Este caso hace recordar a Ana Frank, que antes de los dieciséis años escribió el testimonio estremecedor sobre las monstruosidades de Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Sarita, que desde su más tierna edad siente amor por los animales, la naturaleza y el ambiente hogareño, dice en su canto al árbol: «Cada hoja que se cae es un recuerdo cayendo en el olvido». Y a su conejita le advierte que «la reina de esta casa es mi corazón».

El Espectador, Bogotá, 14-XI-2002.

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Misiva:

Acabamos de abrir la página de El Espectador en la que aparecen tus magníficos comentarios sobre Los oficios de antaño y el libro de Sarita Caminos de vida. Nos gustaron mucho y los hemos enviado por e-mail a varios amigos residentes en el exterior. Te estamos muy agradecidos. Eduardo, Ruth, Sarita.