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Archivo para miércoles, 27 de octubre de 2010

La recta final de Uribe

miércoles, 27 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No se equivoca Osuna en su caricatura de este domingo en El Espectador, titulada Opinión de sobra, en la que pone en labios del presidente Uribe la siguiente frase que dirige a los aspirantes a sucederlo: “Repártanse ustedes el 17% que me sobra”. No podría entenderse esta frase como un acto de jactancia del mandatario, sino que interpreta lo que pensarían los colombianos en caso de consultarles su voto sobre el tema de la reelección.

Varios factores llevan a pensar que si Uribe decide aceptar esta opción que comienza a agitarse con ardor en la vida nacional, su éxito sería holgado. No ahora, sino a lo largo de sus dos mandatos, e incluso en momentos políticos muy difíciles para él, ha obtenido el mayor índice de respaldo popular que ningún otro gobernante haya logrado en mucho tiempo atrás.

El país no olvida lo que hace seis años significaba la inseguridad en las carreteras, en las regiones apartadas y en los propios cascos urbanos. Bajo la constante amenaza del terrorismo, los colombianos no se atrevían a desplazarse de sus lugares de residencia, si no querían exponerse a los atentados y los secuestros, muchas veces con pérdida de la vía. Las ‘pescas milagrosas’, uno de los sistemas más horrendos de intimidación y explotación que ha sufrido la población civil, se volvieron corrientes durante muchos años, sin que las autoridades consiguieran reprimirlas.

Para citar un solo caso que conozco muy bien, la gente dejó de viajar por carretera desde Bogotá hasta las provincias boyacenses del Norte y de Gutiérrez por miedo de ser asaltada en el camino o privada de la libertad por los guerrilleros. Varias de esas poblaciones fueron tomadas por la fuerza, bajo el imperio de la bala y de los cilindros cargados de explosivos.

Cerca de Soatá se dinamitó el puente Próspero Pinzón sobre el río Chicamocha, obra vital para el tránsito automotor y peatonal en aquella lejana geografía, y así quedó incomunicada durante largos meses una extensa región habitada por sufridos ciudadanos que no encontraban respuesta a su desamparo. Hasta que en el gobierno de Uribe se reconstruyó el puente, se instaló un batallón de alta montaña en el nevado de El Cocuy, se exterminó la guerrilla que durante años había sembrado el terror en pueblos y veredas, y se recuperó la tranquilidad hasta el día de hoy.

La lucha sin tregua contra las Farc deja evidentes avances. Desarticulada la acción guerrillera gracias a golpes contundentes de la Fuerza Pública, luego de cinco décadas de violencia desatada a lo largo y ancho del país, se avizora, si no el final de esa guerrilla, sí su deterioro cada vez más palpable. El país respira hoy aires de optimismo y sosiego que nunca antes se habían vivido frente a esta calamidad pública.

El ejercicio que en este campo ha hecho el presidente Uribe de una autoridad nítida, firme y valerosa, sin aceptar condiciones claudicantes que irían en menoscabo de la tranquilidad pública, es el que ha arrojado este triunfo manifiesto que se les fue de las manos a sus antecesores. La guerra no está ganada, pero falta poco para lograrlo.

Enemigos acérrimos de Uribe lo atacan argumentando nexos suyos –en el pasado e incluso en el presente– con el paramilitarismo, pero no han podido demostrar que esa versión sea cierta. En cambio, está a la luz pública que fue él quien le propinó un golpe fulminante a la parapolítica, casi hasta exterminarla.

¿Cómo se entenderían sus supuestas simpatías con los paramilitares si fue él quien extraditó a la cúpula de esa organización a Estados Unidos, cuando continuó delinquiendo desde la cárcel?

La vergüenza que sufre Colombia ante el mundo con un Congreso postrado en el mayor extremo de la corrupción (65 de sus miembros investigados y 30 en la cárcel), es un lastre que se ha generado a lo largo de los años gracias a la acción tolerante de los partidos y de los gobiernos. Destapada la olla, es preciso que venga la depuración moral mediante los correctivos que sea preciso ejecutar,  para que en el futuro las costumbres políticas conquisten el terreno perdido.

En el Gobierno actual, la economía ha tenido saludable resurgimiento. Se restableció la confianza de los inversionistas extranjeros y se han visto programas de envergadura que empujan nuestro progreso. Sin embargo, algunos signos preocupantes, como el de la inflación creciente y el deterioro de algunos renglones de la agricultura, traen malestar y un reto para el gobierno. Además, la llamada ‘yidispolítica’ acarreará no poco malestar para el presidente Uribe, cuando el caso produzca los efectos tempestuosos que se ven llegar.

Hoy la gran incógnita nacional tiene que ver con la segunda reelección de Uribe. Tema candente que no ha encontrado respuesta clara, entre otras cosas por el silencio que guarda el mandatario. Sus opositores, asumiendo que él buscará el nuevo período, esgrimen la teoría de que al prolongarse su mandato se fomentará el poder dictatorial, frenando el desarrollo de la democracia y frustrando la legítima aspiración de otras figuras que esperan el turno.

En la parte constructiva, difícil de aceptar por los críticos acerbos, está la conveniencia de alargar el mandato para que pueda culminarse el programa de liquidar a la guerrilla, o por lo menos atomizarla. Una interrupción en la política de seguridad democrática, que tan buenos resultados ha dado, sería funesta. Nadie mejor para llevarla hasta la recta final que su propio artífice, el presidente Uribe.

Si al pueblo se le presenta esta disyuntiva, a buen seguro que respaldará al líder con alta votación, a sabiendas de que el índice que lo favorece supera, en forma sostenida durante hace buen tiempo, el ochenta por ciento. El pueblo es el que manda.

El Espectador, Bogotá, 9 de junio de 2008.

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Comentarios:

Durante mi tránsito por la vida pública y particularmente por el Alto Mando Militar, reiteradamente manifesté, también públicamente, que la única vía para derrotar la virulenta violencia que azota desde hace más de cinco décadas a nuestra patria era la de tomar la “decisión política” de acabar con la subversión. Uribe, desde que asumió el mando de la nación, tomo la “decisión política” de acabar con la subversión, de izquierda y de derecha, que prometió en su campaña política, y el pueblo colombiano sin titubeos lo eligió con votación abrumadora, que creció con la reelección, porque objetivamente comprobó que Álvaro Uribe Vélez era diferente a los jefes políticos de los partidos tradicionales. Es lamentable que no haya un hombre en Colombia de la talla y calibre de Álvaro Uribe Vélez para sucederlo en la Presidencia. Así las cosas, la solución democrática es reelegirlo tantas veces como sea necesario para que le devuelva la paz a Colombia y para que, como decía el maestro Echandía, “podamos pescar de noche”. General (r) Manuel Guerrero Paz, Miami.

Los colombianos de bien pensamos que debe continuar Uribe y su política de seguridad democrática hasta lograr la derrota final de los enemigos de Colombia y obtener así una paz real que sea duradera. Capitán de navío (r) Jorge Alberto Páez Escobar, Bogotá.

Si una dictadura fuera como es el mandato del señor Uribe, bienvenida sea. El país estuvo secuestrado por la guerrilla y nadie se atrevía a salir de su ciudad por físico miedo a ser secuestrado y ningún otro gobierno se preocupaba por eso. Yo ya firmé por la lista para la futura reelección de este superpresidente, lo mismo toda mi familia. Daniel Ramírez Londoño, Armenia.

Beligerancia sin sentido

miércoles, 27 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Eludir la verdad revelada por los computadores de ‘Raúl Reyes’, como tratan de hacerlo los presidentes de Venezuela y Ecuador, es lo mismo que pretender ocultar el sol con las manos. Pruebas tan manifiestas como las presentadas por la Interpol, cuya autoridad en el mundo no puede ignorarse, dejan muy mal parados a los dos mandatarios y hacen reflexionar sobre la infiltración de las Farc más allá de nuestras fronteras.

Para nadie era un secreto que las Farc habían extendido sus redes a territorios vecinos bajo el amparo de autoridades complacientes que, como en el caso de Venezuela y Ecuador, las protegían y estimulaban. El ímpetu de los guerrilleros en esta carrera de penetración internacional comenzó a disminuir desde hace seis años con la llegada de Álvaro Uribe al Gobierno.

El mayor éxito suyo contra la subversión ha sido el ataque al campamento de las Farc en territorio ecuatoriano, donde fue abatido ‘Raúl Reyes’ y se encontraron sus tres computadores personales, todo un arsenal de datos que sacó al aire los mayores secretos de la organización, en una impresionante red de comunicaciones.

Documentos escritos, direcciones electrónicas, archivos de imágenes, sonido y video, hojas de cálculo, páginas web, todo en cantidades alarmantes, permanecían resguardados en estos computadores desde muchos años atrás. El material equivale a 39’5 millones de páginas de word, que una persona gastaría más de mil años en leer, si leyera cien por día. Algo monstruoso, claro está.

Luego de exhaustivo examen practicado por peritos de indudable competencia y credibilidad, la Interpol dictaminó que ni los computadores ni el contenido habían sido alterados o manipulados por las autoridades colombianas. Dictamen que no aceptan los presidentes Chávez y Correa, quienes atacan con virulentos calificativos a la mayor institución de policía internacional, de la que son miembros 186 países, incluidos Ecuador y Venezuela.

Al hallarse en estos archivos testimonios que comprometen a los dos presidentes en sus relaciones secretas con las Farc y delatan actos de apoyo económico a la organización guerrillera, y viceversa, Correa y Chávez vociferan en los escenarios internacionales y descalifican, por supuesto, el trabajo que no los favorece. Correa dice que lo tienen sin cuidado lo que piensen Estados Unidos, la Interpol y Colombia sobre los documentos develados, y Chávez, por su parte, compara a los investigadores con un “circo de payasos”.

Al terminar su gira por España, París y Bélgica, países escogidos para enderezar su imagen en Europa, el presidente Correa hizo énfasis en que Ecuador no era un santuario de las Farc por haberse localizado allí el campamento de ‘Raúl Reyes’, sino que se le sacrificaba como víctima, para desfigurar los hechos. Y agregó que el problema de América Latina era Colombia, donde está la guerrilla. Colombia, y no Ecuador, ni Venezuela, ni Nicaragua. ¡Vaya paradoja!

Mientras tanto, periódicos internacionales, como El País de España y el Washington Post, acogen la versión sobre el posible apoyo que las Farc recibieron del Gobierno de Chávez, y sobre el dinero que esa guerrilla habría aportado para la campaña presidencial de Correa. Hay un dicho muy certero que viene al caso: “Quien tiene rabo de paja no se arrime a la candela”.

Chávez y Correa están jugando con el fuego y para ampararse buscan desviar la atención con su sartal de ofensas y amenazas. Los computadores no han hecho otra cosa que destapar verdades ocultas. El mayor mérito de tales revelaciones es el de haber desenmascarado a los presidentes que incentivan el terrorismo en la región suramericana.

Chávez lanzó dardos contra Uribe si propiciaba el proyecto de Estados Unidos de trasladar a la Guajira la base naval de Manta (Ecuador), y precisó: “Venezuela era toda la Guajira. Ese terreno nos lo quitaron. Hay que pedirle a Uribe que reflexione, que se vaya solo por ahí, a un río”. Palabras beligerantes e injuriosas agregan otro conflicto donde no lo hay, y no hacen sino echarle fuego a la hoguera que incendia las relaciones de los países en discordia.

También la senadora Piedad Córdoba, cuya voz arrebatada no puede faltar en estas expresiones hostiles, se va lanza en ristre contra el Gbierno colombiano, como aliada incondicional de Chávez y simpatizante ferviente de las Farc. Ella parece más venezolana en actitud bélica, que ciudadana nuestra con sentido patriótico.

Nada tan deseable como buscar los caminos de la concordia, de la sensatez y la diplomacia para zanjar conflictos y vivir como pueblos civilizados.

El Espectador, Bogotá, 28 de mayo de 2008.

Un dudoso canto del cisne

miércoles, 27 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En los días precedentes a Semana Santa me llegó el siguiente correo electrónico de Gustavo Álvarez Gardeazábal: “Con ocasión de los idus de marzo he publicado, en edición privada, numerada y obviamente firmada por mí, el que puede ser mi canto del cisne como novelista: La resurrección de los malditos.

Queda difícil suponer que el escritor tulueño, en plena madurez de sus 62 años de vida, quien desde muy joven se inicia en las letras y desde entonces no ha cesado de escribir novelas, cuentos, ensayos e infinidad de artículos de prensa, haya llegado al canto del cisne con la novela citada. Si el género narrativo es la columna vertebral de toda su producción intelectual, de donde proviene su renombre literario, no creo que deje de escribir novelas por el hecho de que sus editores hayan dejado de apoyarlo.

El escritor no resistirá las ganas de sostener su verdad a través de las novelas que le faltan, lo que equivale a continuar señalando a los eternos explotadores del pueblo, denunciando las corruptelas y atacando los atropellos y la sinrazón que a diario se perpetran en el país. Atropellos de los que él mismo ha sido víctima. Dejemos, por ahora, que le pase la rabieta contra sus editores, los mismos que usufructuaron las  ganancias de sus libros, y ahora lo abandonan. Ya veremos que a la vuelta de los días –más breves que largos– saldrán de su pluma nuevos títulos victoriosos.

Quienes tuvimos la suerte de recibir en plena Semana Santa La resurrección de los malditos, en edición privada de lujo, numerada y suscrita por el autor, nos sentimos privilegiados con la decisión suya de no llevar su obra a las librerías. Esto no quiere decir que compartamos la actitud de sus antiguos editores, quienes no quisieron comercializarla “por razones presuntamente morales”, como lo anota el novelista en su mensaje por internet.

Novela vehemente y atrevida, como todas las suyas, que por lo pronto ha provocado el veto del obispo de Buga, quien lanza contra el autor furiosos anatemas por aparecer como el anticristo de los tiempos modernos. En el pasado, El bazar de los idiotas sacó a flote la ingenuidad de la gente que se deja llevar por el fanatismo religioso que cifra la salvación del alma en la compra de telas y estampas sagradas, las que no solo en el santuario de Buga sino en el mundo entero se comercian como fetiches de explotación que conquistan a los incautos.

Cinco siglos atrás, el monje Martín Lutero se rebeló contra la compra de indulgencias practicada por la Iglesia Católica como medio para salvar el alma. Su rebeldía contra las normas ortodoxas de su propio credo dio lugar al protestantismo. Lutero, que clamaba por el regreso a las enseñanzas de la Biblia, y que por supuesto condenaba el tráfico de indulgencias, fue excomulgado. Tuvieron que transcurrir 500 años para que le fuera levantada la excomunión y se le reconociera la verdad de su protesta. ¿No es acaso la misma tesis que expone Álvarez Gardeazábal en El bazar de los idiotas?

En su última novela –La resurrección de los malditos–, que me resisto a verla como su canto del cisne, insiste en su vieja denuncia contra la violencia. Es libro reiterativo de Cóndores no entierran todos los días, donde se recoge el capítulo tenebroso de los ‘pájaros’, o matones de aquellos días. Ahora traslada esa época de terror a nuestro tiempo, bajo el imperio de los narcotraficantes.

Ramsés Cruz, el protagonista, hijo de un ‘pájaro’ de los años 50, ejerce en el actual  escenario de los narcóticos el mismo liderazgo violento de su padre. Condenado a 15 años de cárcel en la prisión de Gorgona, el reo cree en la teoría de que a Cristo le dieron mandrágora para aparentar su muerte, y luego se simuló su resurrección. Por lo tanto, también el malhechor podrá salir de la cárcel tomando mandrágora.

Esta ficción novelesca crea una figura de actualidad: la supervivencia de los llamados traquetos gracias al poder ‘mágico’ de las drogas, que abren todas las puertas, como sabemos: las de la política, las de la justicia, las de los militares, las del gobierno. Durante milenios, la mandrágora, por sus poderes narcóticos, ha sido considerada planta que produce efectos mágicos.

Cuadra muy bien en la novela que el capo Ramsés Cruz se tome su  pócima de mandrágora para salir libre del cautiverio. La obra enseña que pasa una época violenta y llega otra no menos violenta. La mala yerba se sigue reproduciendo como por arte de magia.

El poder ominoso se transfiere de los capos a sus esposas, a sus hijos, a sus nietos. Eso es lo que sugiere la novela de Álvarez Gardeazábal –sin editor, y ojalá sin canto del cisne–. ¿Acaso no es lo mismo que sucede en la realidad colombiana de todos los días?

El Espectador, Bogotá, 14 Abril 2008.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 19, julio de 2008.

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Comentarios:

He leído su artículo sobre la novela de Álvarez Gardeazábal. Soy realizador de cine y televisión, vivo en Madrid y me planteo la investigación sobre la isla Gorgona, con fines de hacer un documental sobre este episodio oscuro de la historia colombiana. Quisiera pedirle, por favor, dónde puedo conseguir la novela La resurrección de los malditos. Harvy Manuel Muñoz Cárdenas, Madrid (España). (Traslado este mensaje a Álvarez Gardeazábal. GPE).

Tu artículo es, además de justo homenaje, la radiografía de lo que tienen que sufrir los escritores para que se les comprenda y para que se les reconozca su esfuerzo intelectual. Ojalá no tengan que pasar otros 500 años para que se aprecie la obra de un intelectual consagrado, porque estaríamos frente a la iniquidad y la vergüenza. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Estoy de acuerdo con tus denuncias y también con tus comentarios sobre el escritor, quien en estas circunstancias difíciles para la protesta se atreve a empuñar su pluma con heroicidad, no importa que el obispo de Cúcuta lo tilde de anticristo. Ramiro Lagos, Greensbore (Estados Unidos).

Acabo de leer su columna de El Espectador y no dejo de sentirme molesto. Desde que tengo uso de razón, tanto mi madre como mi padre nos enseñaron que uno no debía sentirse menos que los demás; que la estirpe se lleva en la sangre y no en el escudo de armas. Sin embargo, hoy me siento molesto por no pertenecer a la estirpe de los amigos del genial y siempre admirado Gustavo Álvarez Gardeazábal. Gerardo A. Hernández M., psicólogo, abogado, magíster en Derecho Penal y Criminología.

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La otra Venezuela

miércoles, 27 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Frente a la actitud belicista que asumió en estos días el presidente Chávez en contra de Colombia, y que generó un delicado ambiente de tensión en las relaciones de los dos gobiernos, recuerdo el espíritu cordial de la otra Venezuela, que hace dos décadas disfruté con mi familia en inolvidable viaje de turismo por esa nación.

Por aquellos días –diciembre de 1986–, el clima de amistad entre los dos países estaba quebrantado por las discordias que habían ocurrido como consecuencia del  tema recurrente de la delimitación de áreas terrestres, marinas y submarinas. Este tema ha dado lugar, desde el siglo XIX, a fricciones por lo general de fácil curación, y en otros casos a gritos de guerra que han traído negros nubarrones para la deseable armonía entre dos pueblos hermanos. En el conflicto reciente, el motivo fue distinto al de los diferendos por razones territoriales, y tuvo por fortuna rápida solución, si bien ha quedado en el paladar un sabor agridulce.

Nuestro viaje de recreo lo habíamos programado en automóvil desde Bogotá hasta Puerto La Cruz, y por mar desde esta última ciudad hasta la Isla de Margarita. Llevar por las carreteras del vecino país un vehículo con placas colombianas en medio del ambiente enrarecido que se vivía entonces, parecía, por supuesto, un desatino. Era fácil imaginar que a nuestro paso por los retenes (allá alcabalas) surgirían, por lo menos, situaciones incómodas. No obstante, decidimos hacer ese viaje azaroso, entre otras cosas para observar el progreso de las carreteras venezolanas y el florecimiento de industrias y proyectos agrícolas que se anunciaban como producto  de la bonanza petrolera. De esta manera, disfrutaríamos mejor del país.

Documentados con los pasaportes, las visas y el permiso de la aduana para introducir el carro, dispusimos el ánimo para manejar posibles desplantes o contratiempos. Por otra parte, yo le había solicitado a don Guillermo Cano, dirfector de El Espectador, una carta de presentación, ante el evento de que ocurriera algún percance en el camino.

Conservo la carta como una reliquia, y además con nostalgia, ya que pocos días después de firmarlo, don Guillermo caía asesinado por el narcotráfico a su salida del periódico. Dice así dicha constancia: “Certifico que el señor Gustavo Páez Escobar colabora con El Espectador de manera habitual desde hace 10 años, con artículos que son publicados en páginas editoriales”.

Al día siguiente de su muerte, el l8 de diciembre de 1986, ingresamos a Venezuela por la frontera de Cúcuta. La primera parada fue en San Antonio, la despensa de los cucuteños, a donde podía llegarse sin papeles. Luego, por carretera sinuosa y fatigosa, antes de penetrar en la estupenda red vial que íbamos a admirar, arribamos a San Cristóbal, donde pasamos sin ninguna dificultad la prueba de la primera alcabala.

Ni siquiera nos hicieron abrir las maletas, y con gesto de cortesía nos desearon feliz estadía en Venezuela. Igual muestra de amabilidad la recibimos en el resto del periplo. Ni un despropósito, ni una palabra descomedida. En ninguna parte tuve necesidad de mostrar la carta de presentación del recién fallecido director de mi periódico.

Al aprovisionarnos de gasolina en alguna ciudad, escuchamos vivas a Colombia, lanzados en presencia de la placa colombiana. En otra ciudad, una buseta llena de pasajeros desvió la ruta para orientarnos sobre la vía que debíamos tomar. Quedamos desconcertados con semejantes expresiones de amistad.

Más adelante tuve ocasión de enterarme de que se trataba de una campaña nacional de atracción para el turista colombiano, la que buscaba bajar la tirantez provocada por el último incidente. En los 5.000 kilómetros de la travesía, incluidos los 15 días de permanencia en la Isla de Margarita, a donde transportamos el automóvil por ferry, no apareció ninguna otra placa colombiana.

Esto se explica en el hecho de que los compatriotas residentes en los sitios aledaños a Venezuela compraban sus vehículos en dicho país, con magníficos precios, dada la bonanza petrolera que favorecía a numerosos artículos y servicios. En tales condiciones, tuvimos el privilegio y la exclusividad de pregonar el nombre de Colombia a lo largo y ancho de la fascinante geografía venezolana por donde nos desplazamos hace 21 años.

A Puerto La Cruz, pujante emporio turístico situado a cuatro horas de Caracas, llegamos en horas de la noche. No pudimos conseguir hotel, por más que paseamos por toda la ciudad en demanda de cualquier solución de alojamiento. Toda la capacidad hotelera estaba copada debido a la época decembrina. Al fin, localizamos una habitación disponible, algo estrecha para los cinco viajeros, pero que aceptamos con agrado como fórmula providencial para descansar del extenso viaje. Pero al saber que éramos colombianos, el administrador nos dijo que lamentaba mucho no poder arrendarnos la pieza, ya que la consigna nacional era prestar magnífico servicio a los colombianos, y en esas condiciones precarias no lo haría.

En vista de lo cual, y sabedores de que al día siguiente se iniciaban las filas para el ferry desde las cuatro de la mañana, resolvimos aparcar el vehículo en un lote vecino a la estación, donde otros viajeros hacían lo mismo que nosotros. Esa noche larga y sufrida, donde por orden severo nos turnamos –unos dentro del carro y otros en el pasto– en busca del escaso reposo, nos dejó, sin embargo, la sensación de una jovial aventura, que en eso al fin y al cabo consiste el azar de los caminos recreado por Hermann Hesse en magníficas páginas viajeras.

Cuando llegamos a la estación, ya teníamos por delante una cuadra de carros más madrugadores. Empero, si habíamos pasado una noche de perros, ¿por qué no resistir una inclemencia más? De pronto, vi que desde el otro extremo de la cola me hacía señas el empleado que autorizaba el paso al ferry. Me imaginé, claro está, que íbamos a tener problema por nuestra condición de colombianos.

Todo lo contrario: el empleado, muy gentil, me indicó que podíamos pasar de primeros, y nos dio la bienvenida al ferry. Y a Venezuela, por supuesto. Muy orondo con mi placa colombiana, adelanté el carro al primer puesto, lamentando que en la fila estuvieran demorados otros compatriotas a quienes no se les concedía, por llevar placa venezolana, la prerrogativa de que nosotros éramos objeto. Y recordé las palabras bíblicas: “Los últimos serán los primeros”.

La penosa noche la compensamos con la esmerada atención a bordo del ferry, y en la Isla de Margarita, con el goce de gratísima estadía en medio de los encantos de aquel paraíso tropical.

Pensaba en todo esto mientras el presidente Chávez lanzaba contra Colombia, y sobre todo contra el presidente Uribe, toda suerte de denuestos y amenazas, entre ellas la de la guerra mediante la movilización de diez batallones a las fronteras.

Por fortuna, cuando estaba a punto de prenderse la conflagración, y mientras la gente de los dos países clamaba por la paz y el entendimiento de los hermanos, el presidente Chávez recapacitó. “Es momento de reflexiones –dijo–. Paremos esto (…) Estamos a punto de detener una vorágine de la cual pudiéramos arrepentirnos nosotros y nuestros pueblos”.

Esa es la lección: que no nos desgastemos en inútiles duelos y que busquemos los caminos de la confraternidad, como hace 21 años. Esa otra Venezuela, la del rostro amable y el ademán hospitalario, es la que quisiéramos ver luchando al lado nuestro por los ideales bolivarianos –los verdaderos, los de la unión–, dejando de lado estériles luchas ideológicas y peligrosas adhesiones a causas extremistas.

El Espectador, Bogotá, 28 Marzo 2008.

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Comentarios:

Hace unos treinta años fui con mi familia desde Bogotá hasta Caracas por tierra, “por entre las tiendas”, y no tuvimos queja alguna de los venezolanos. Puede concluirse, entonces, que una cosa son los gobiernos y otras los pueblos. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Pienso que el sentir de la mayoría de los venezolanos de bien hacia los colombianos también de bien, y viceversa, en cambio de disminuir aumentó en forma considerable y sincera. El aprecio y el trato de verdaderos hermanos llegaron a niveles que no teníamos en el pasado. Capitán de navío (r) Jorge Alberto Páez Escobar, Bogotá.

Excelente artículo y con una importante dosis de vigencia. Mi experiencia en estas tierras es similar. Nos unen muchas más cosas que las que nos separan. Octavio Álvarez Piedrahíta, colombiano residente en Caracas.

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La Patria herida

miércoles, 27 de octubre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cómo conforta el espíritu de los colombianos ver que el país, con mínimas excepciones, se pone de pie para respaldar a su Presidente en momentos tan difíciles como los actuales, cuando países llamados hermanos se confabulan para atentar contra la gobernabilidad de la nación.

La famosa frase de Benjamín Herrera: “La Patria por encima de los partidos”, tiene plena aplicación en esta crisis de proporciones gigantescas, en la que Colombia se juega supremos intereses para salvar su posición y su convicción como gran abanderada de la lucha mundial contra el terrorismo y el tráfico de drogas.

Enemigos tan pugnaces del presidente Uribe, como Carlos Gaviria, han salido a censurar los agravios de Chávez contra el mandatario de Colombia. Otro tanto ha ocurrido con Héctor Helí Rojas, otro de los dirigentes más combativos de la oposición, quien ha dicho que “como colombianos estamos como un solo hombre”.

Las fuerzas vivas del país respaldan sin titubeos las acciones ejecutadas por el Gobierno en el ataque a un campamento de las Farc situado en la zona fronteriza con Ecuador, país patrocinador de este movimiento subversivo, acciones que causaron la muerte de ‘Raúl Reyes’, uno de los cerebros más importantes y más intransigentes de dicha organización, comprometido en más de cien expedientes por actos terroristas.

Mientras el exitoso operativo militar y policivo, que fue el resultado de una minuciosa labor de inteligencia y maestría, recibió vigorosa aprobación en el país y fuera de nuestras fronteras, los dos presidentes vecinos afectados por esa baja –Chávez y Correa, cortados por la misma tijera–, la emprenden, en forma denigrante y utilizando los peores epítetos, contra el gobernante colombiano. El vocabulario soez e injurioso empleado, como el de calificar a Uribe de “terrorista”, “asesino”, “mafioso”, “lacayo de Estados Unidos”, resulta más propio de las bajas esferas que de los palacios que ocupan.

Con tales improperios, y sabiendo que “el pez respira por la herida”, es la propia dignidad de sus cargos la que se ve manchada. Bien ha hecho el presidente Uribe en no contestar a tales vilezas, para no ponerse a la altura de la ordinariez y la infamia. La prudencia de que ha hecho gala en los últimos días, que es la mejor consejera para superar la crisis inaudita que le han creado sus propios colegas volubles, dejará al paso de los días, y ojalá en corto plazo, previsibles dividendos.

Colombia tiene que salir adelante en esta encrucijada. La acompañan la razón y la primacía de los altos objetivos que defiende. Más allá de los dos kilómetros que tuvo que penetrar en territorio ajeno para perseguir el terrorismo universal, están el sentido de la lógica y el derecho a la defensa, dentro de circunstancias complejas que, de no haberse manejado con el tino y la precisión con que se afrontaron, no hubieran permitido este golpe certero contra la delincuencia.

Colombia, por su actuación decidida y valiente, recibe el castigo humillante del cierre de fronteras de los dos países vecinos, la expulsión del embajador en Ecuador, la ruptura de relaciones por parte de Venezuela y, como si fuera poco, el despliegue de tropas en los límites fronterizos, con manifiesta provocación belicista.

Antes, el presidente Chávez le había advertido al presidente Uribe (como si se tratara de un niño malcriado): “Si a usted se le ocurre hacer esto con Venezuela, presidente Uribe, le mando unos sukhoi” (aviones rusos de guerra). Este tono de prepotencia refleja el desaforado estilo de monarca tropical que exhibe nuestro peligroso vecino, del cual Dios nos libre.

La Patria, nuestra sufrida Patria colombiana que sobrevive como un milagro durante tantos años que llevamos de barbarie terrorista, ahora está herida –aunque no de muerte– por dos países ‘hermanos’ que no le perdonan a nuestro gobernante el que los haya desenmascarado en sus nexos y afectos con las Farc. Esto es una utopía, difícil de entender y de aceptar.

El Espectador, Bogotá, 5 de marzo de 2008.

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Comentarios:

Claro que sí. No soy uribista, pero como dice Gustavo Páez, hay que apoyar al gobierno porque vivimos una guerra contra el terrorismo. Esos monstruos terroristas no tienen ninguna posibilidad política distinta al chantaje, el secuestro y la matanza. Los colombianos debemos estar unidos, el país lo necesita. Mono (correo a El Espectador).

Si no se hubiera llevado a cabo esta acción no nos hubiéramos enterado de los funestos planes de estos falsos vecinos. Les abortamos sus complots. Chávez y Correa son los nuevos dirigentes del Secretariado de las Farc. William Piedrahíta González, colombiano residente en Estados Unidos.

Magnífico y contundente tu artículo. Jorge Mario Eastman, Bogotá.

Todos los colombianos debemos manifestar nuestro respaldo al presidente Álvaro Uribe en momentos en que personajes ya identificados amenazan nuestra democracia para tratar de establecer en nuestro territorio un gobierno socialista. José Miguel Alzate Alzate, Manizales.

Millones de colombianos ven en su Presidente al líder transparente que es, como lo captan a nivel americano y mundial. Capitán de navío (r) Jorge Alberto Páez Escobar, Bogotá.

Lo más importante: que somos muchísimos los que estamos orgullosos de esta nuestra patria herida. Josué López Jaramillo, Bogotá.

Hoy gracias a Dios parece que se solucionó el problema, por el momento. Digo por el momento, pues no creo en Chávez ni en Correa. Nydia Ramírez Londoño, Armenia.

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