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En Cúcuta la patria es ajena

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

¡Increíble! En Cúcuta, una de las ciudades más impor­tantes del país, no entra la televisión colombiana. Allí estuve en días pasados y me encontré con que ninguno de los canales de Colombia llegaba a la ciudad. Llamé al camarero, suponiendo que no sabía manejar el aparato, y el empleado me manifestó con gran naturalidad que en cambio podía escoger muy buena televisión venezola­na. «Es mejor que la colombiana», subrayó con regocijo.

Luego supe que esta falla no era nueva. De pronto se coge con esfuerzo una de las cadenas bogotanas y al po­co tiempo desaparece la imagen. ¿Qué sucede? Nadie se lo explica. En la ciudad todos saben que hay descuido de Inravisión, y tanto las autoridades como los ciuda­danos protestan de continuo sin lograr que el problema se solucione. Los cucuteños, entre tanto, ya se acos­tumbraron a sentir la patria lejana. Se resignaron a la desprotección oficial.

Se presenta así una peligrosa infiltración extranje­ra que hace desvanecer el sentido de pertenencia a la patria propia, y esto parecen ignorarlo las autorida­des, sobre todo las autoridades de Inravisión. Alguien me comentaba que la torre repetidora carece de mante­nimiento, no de ahora sino de hace mucho tiempo, y agre­gaba que es tanta la desidia, que por simple falta de combustible hay equipos que permanecen paralizados.

Sea lo que fuere, la patria no alcanza para los cucuteños, y cuando llega, se entrega a pedazos, por medias horas, y luego se borra en medio de cuatro cadenas venezolanas que a toda hora muestran la cara nítida del país vecino.

El alcalde de una población cercana a Cúcuta me con­taba que cuando a un muchacho de la escuela se le pregunta el nombre del presidente de Colombia, da el del presidente venezolano. Y si le piden la letra de nues­tro himno nacional, recita el de Venezuela. Estas juven­tudes desorientadas, para quienes la pantalla del tele­visor es el mejor medio de aleccionamiento, no tienen la culpa de equivocarse de patria y de gobernantes, si llevan en el cerebro los sucesos y los símbolos que se les transmiten desde el otro lado de la frontera.

La imagen de Mao se fijaba en la mente de los chinos des­de los primeros años de escuela, de tanto verlo y de tanto escuchar su nombre, y así se creó uno de los mo­numentos más impresionantes de la idolatría idiotizada.

Esto para decir que la televisión, bien o mal emplea­da, puede lo mismo beneficiar que perjudicar el desarro­llo de las mentes jóvenes. También influye en el jui­cio de los adultos, y una muestra es el camarero de ma­rras. La televisión, que es del Estado, debe preocupar­se por ser una cátedra de historia patria, en la que además se destierren los programas de violencia. Debe llegar a todos los rincones de la geografía colombiana, cada vez con mayor técnica.

*

Y cuando se trata de las fronteras, debe extremarse el celo patriótico. Allí, más que en el resto del país, es preciso afirmar el sentido nacionalista. Colombia debe palpitar en el corazón de los ciudadanos y reful­gir en las pantallas de la televisión. Hoy por hoy a Cúcuta –y a vanas poblaciones del Norte de Santander– no les alumbra ninguna señal de televisión.

Este signo de abandono –que se manifiesta en otros hechos, como una carretera deteriorada que incomunica a la región con el resto del   país, o un comercio de sobresaltos fron­terizos que hace azarosa la existencia–, permiten que allí la patria no sólo se sienta lejana sino también ajena.

El Espectador, Bogotá, 15-VII-1989.

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