La resurrección de Argos
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
A la muerte de Argos, ocurrida el 15 de agosto de 1989, sugerí en esta columna la publicación de un libro con sus Gazaperas, obra básica para toda biblioteca culta. Ese libro, en 620 páginas, ha visto la luz con el sello de la Universidad de Antioquia. Se trata de una colección de las glosas gramaticales formuladas por Argos en diversos periódicos, la cual que fue organizada por Jorge Franco Vélez, fiel discípulo del desaparecido corrector del idioma.
El índice temático lo preparó Carlos García Zapata, del Departamento de Lingüística y Literatura de la Universidad. Como los temas se hallan divididos en 21 capítulos, otros tantos son los índices, lo cual dificulta la rápida localización de un asunto determinado. Como Argos trataba con frecuencia materias afines en una misma columna, y los títulos de éstas son los que se citan en los índices, se han perdido muchos temas que deben figurar allí. Ojalá para la reedición del libro se elabore un índice general y completo.
Con esta obra resucita Argos dos años después de su muerte. ¡Lo que puede la edición! Argos –el académico– y Roberto Cadavid Misas –el ingeniero civil– son dos seres distintos por más que se trate de la misma persona. Mientras el constructor de carreteras (o el pión graduado, como su padre llamaba a estos profesionales) ya no se levantará de su descanso eterno, el genio del idioma vivirá entre la gente estudiosa.
Es difícil volver a hallar un crítico del lenguaje y del estilo que posea la gracia y la erudición del ilustre gazapero antioqueño. Es la única persona que ha leído un diccionario entero para buscarle errores. Este ratón de biblioteca, insaciable en su sed de lectura de cuanto texto caía en sus manos, gozaba al señalar, con su fino humor inimitable y su asombrosa maestría pedagógica, los deslices de gramática o de historia en que incurrían altas figuras de las letras y la política.
Su cátedra en El Espectador se convirtió en el espacio más leído de la prensa nacional. Los columnistas de periódico, sobre todo, lo primero que hacían todas las mañanas era leer la Gazapera con el temor de amanecer en el banquillo, y luego con afán de ensanchar los conocimientos sobre la lengua. De esta manera permaneció vigente, durante larga temporada, la mejor universidad del español que haya existido en Colombia.
Hoy nos hace falta Argos para preservar el idioma. Algunos tratan de ocupar su puesto, y la silla continúa esperando otro maestro. Mientras tanto, podemos enriquecernos con las enseñanzas perennes del libro que aquí se comenta, por cuya ejecución merecen un aplauso la Universidad y las personas que en él intervinieron, y al que es preciso acudir con frecuencia para extraer de sus páginas la máxima utilidad. En este periódico ha comenzado a publicarse una nueva Gazapera, que busca estabilidad. Ojalá el príncipe de los cien ojos oriente esta tribuna del buen decir.
El Espectador, Bogotá, 2-IV-1992