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Un banquero discreto

viernes, 11 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

(La Dirección acoge como sentimiento suyo el mensaje de su columnista Gustavo Páez Escobar sobre la muerte de Augusto López)

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La última vez que me vi con Augusto López Ríos fue hace seis meses en la ciudad de Armenia. Como habíamos compartido una franca amistad en el mundo de las finanzas –él como gerente del Banco Cafetero y yo como gerente del Banco Popular–, los recuerdos sobre nuestra antigua actividad brotaron a flor de labio. Hoy, con hondo pesar, me he enterado de su fallecimiento. Es una pérdida grande para sus amigos, que siempre vimos en él un noble caballero, y desde luego para el Quindío, al que prestó valiosos servicios.

Oriundo de Santa Rosa de Cabal, llegó a Armenia después de intenso ejercicio bancario por diversas ciudades del país. Como gerente del Banco Cafetero se vinculó en forma estrecha a la comarca, lo que le permitió su profunda compenetración con el café y la idiosincrasia regional. Con su esposa Leticia echó raíces en la tierra quindiana, y por eso, al retirarse de la actividad laboral, su hogar continuó establecido en Armenia.

Augusto fue banquero a carta cabal. Se había formado dentro de los rigores de la vieja banca, excelente escuela que hacía maestros. Rasgos sobresalientes de su carácter fueron el decoro y la discreción, cualidades que lo destacaron como ciuda­dano ejemplar y le hicieron ganar el aprecio de la gente.

Era hombre silencioso que huía de la ostentación y buscaba el regocijo de la vida sencilla, bajo el encanto de los cafetales y el afecto de su íntimo grupo de amigos.

La moral constituía su mayor presea. Nunca se dejó tentar por la avaricia del dinero y mantuvo la dignidad como flor esquiva –y esplendorosa en su caso– en medio de tanta corrupción social. El personal y la clientela de su banco, lo mismo que la ciudadanía de Armenia, sabían que en Augusto López había un crisol de las mejores virtudes, que hoy tanto se echan de menos en este mundo actual tan carente de principios éticos.

Cuando desaparece un hombre de bien, y en este caso de tantos kilates morales, su vacío no es fácil de llenar.

La Crónica del Quindío (editorial), Armenia, 15-II-1992

 

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