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El amor de Tigrero

lunes, 21 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

En reciente viaje al Quindío, sobre el que me propongo escribir algunas crónicas, me encontré con la noticia de la aparición de un nuevo cuentista: Miguel Ángel Rojas Arias. De la gaveta de su escritorio saca y me muestra un libro antiguo de Eduardo Arias Suárez, precursor del cuento en el Quindío y maestro del género en el país, hoy olvidado en su propia tierra. Yo, ferviente admirador de la obra de Arias Suárez, me siento emocionado ante la presencia de este incunable de las letras quindianas e invito al nuevo cuentista a que siga su ejemplo.

El breve libro que acaba de publicar Rojas Arias y que lleva por título El amor de Tigrero, tiene esta propiedad: recrear la historia regional con la fantasía del fabulador. Nunca antes, que yo sepa, ningún narrador había penetrado en la vida íntima de Jesús María Ocampo, fundador de Armenia, para presentar, con tono de cuento, la serie de episodios reales que aquí se ventilan.

Este aventurero de montañas, de caminos y peligros (de él se dice que se internaba en la selva y al poco tiempo aparecía con tres o cuatro pieles de tigre, lo que le valió el nombre de Tigrero) poseía al mismo tiempo alma tierna y nobles ademanes. Campesino raizal, analfabeto, de fuerte contextura, afable, valiente y generoso, este héroe de la epopeya quindiana era además conquistador de corazones. El amor de su vida fue María Arsenia Cardona, a quien desposó de 13 años, cuando él frisaba en los 37.

A la postre, ya próximo a morir, descubre la infidelidad de su mujer y se dice –en conjetura lógica del cuentista– que su vida errante entre montes y fieras lo ha distanciado del amor de María Arsenia. Tiempo después termina aplastado por un árbol gigante y sus despojos quedan sepultados por muchos años –hasta su traslado definitivo a la ciudad por él fundada– en la tierra virgen de sus hazañas. Una verdadera oración de la montaña.

Miguel Ángel Rojas Arias, investigador acucioso de la historia local, realiza con sus relatos una aproximación estética al alma de los personajes, a quienes dibuja como héroes, pero también como seres humanos, con sus defectos y virtudes. Crea ficciones para hacer sentir la realidad. Es una manera de explayar su formación sociológica con la amenidad del narrador.

Ojalá lo veamos más tarde en un libro de mayor dimensión, detrás de los sucesos íntimos que se esconden en el alma de los protagonistas de los pueblos y marcan su carácter (el de las personas y el de los pueblos). El camino del cuento le será propicio, sin duda, para interpretar los secretos que por lo general no ve el historiador académico.

Bogotá, 8-IX-1995.

 

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