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Archivo para jueves, 10 de octubre de 2013

Tres poetas

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Jorge Gaitán Duran.– La revista Mito, fundada por Gaitán Durán en 1955, sembró un hito en Colombia y en América Latina y se convirtió en brújula del talento y del quehacer literario. Conforme crecían sus páginas, el escritor enriquecía su obra en diversos campos (el cuento, el ensayo, la dramaturgia, el periodismo) y afianzaba, sobre todo, su vena lírica como cantor de la mujer, la angustia, la sensualidad, el recuerdo, el amor, la muerte. En peregrinaje por Europa, su poesía adquirió nuevos acentos y tono universal. El erotismo en su obra siempre caminó al lado de la muerte, y entrelazados estos conceptos como la savia y el final de la vida, urgió a la carne para que se fundiera con eI espíritu. Parecía como si caminara de afán por el mundo, en busca del placer estético y del goce de los sentidos. Su actitud reverencial ante la muerte –el tánatos sagrado de los griegos– marca su escritura con anuncios de predestinación y con destellos de inmortalidad. Murió joven –en 1962–, en un accidente de aviación. Apenas tenía 38 años de edad. Su muerte trágica se convirtió en ofrenda a su obra. Y creció su mito en Colombia. (Se publican los poemas Sé que estoy vivo y Quiero).

Carlos Castro Saavedra.– Su vocación literaria se manifiesta desde muy joven en Medellín, donde él nace en 1924. Diversas facetas de la poesía conforman su obra: el amor, el dolor, la patria, la naturaleza. Sus versos poseen vigor y expresión y están imbuidos de delicadeza, ternura, armonía, color y sentimiento. Vasta es su producción, y el nombre del escritor perdura en las nuevas generaciones colombianas a pesar del paso del tiempo. A veces se va por los temas de la violencia, como una incitación a la paz. No solo es polifacética su creación lírica, sino que está elaborada con lenguaje pulcro y galano. Su poema Mensaje de América fue premiado en un concurso realizado en Berlín. El nombre de la patria resuena en diversas composiciones, y el poeta es un enamorado de los campos, los ríos, los caminos y las montañas. Además, se desplaza al mundo de los niños y les enseña a soñar. (Se publican los poemas En ti beso la patria y El mundo por dentro).

Carlos Pellicer.– Desde que Pellicer apareció en Bogotá como agregado cultural de la Embajada de Méjico, a finales de la segunda década del siglo pasado –y cuando no había llegado a los veinte años de edad–, ya despertaba interés por su vivacidad intelectual. Su precoz vocación literaria se reflejó en 1921 con su primer libro, Colores en el mar, editado en la capital colombiana. Desde entonces, toda su obra literaria, que es amplia, tendería hacia el mismo objetivo: interpretar al hombre con mirada universal y recoger el concierto del mundo en la parábola de la poesía sensorial y descriptiva, que es la suya. Bajo esa óptica, captó el alma americana y escudriñó los secretos de la tierra. Es la suya una visión pluralista que se recrea en sus lares de Tabasco para luego tomar vuelo cósmico. Se le conoce como «el poeta de América» por sus raíces telúricas, pero la definición va más allá: es un poeta del orbe. Su obra lírica tiene el color de la tierra y el alma de las emociones. La maravilla del poema se la transmite la presencia de Dios en sus versos, convertidos en canto perenne al amor, la belleza, el paisaje, la magnitud, en fin, de todo lo creado. (Se publican los poemas Deseos y Al dejar un alma).

Prometeo Digital, Madrid (España), agosto de 2006.

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La vida sonreída

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Palabras en la solapa del libro La vida sonreída,

de José Jaramillo Mejía)

En 1980, cuando vivía en Armenia, conocí el primer libro de José Jaramillo Mejía: A mitad de camino, y tres años después, residente de nuevo en Bogotá, leía su segunda obra: ¿Qué hay por ai? Y pasaron 22 años para volver a tener noticia bibliográfica del jovial amigo quindiano, que desde vieja data se encuentra radicado en Manizales, donde ha cumplido destacada labor cultural, tanto a través de su columna permanente en el diario La Patria, como de diversas expresiones de su inquieta inteligencia.

Su último libro, La vida sonreída, representa, fuera del grato reencuentro con el dilecto colega de las letras y el periodismo, la ocasión de unir los eslabones distanciados por los azares del tiempo. Y de saber, por otra parte, que su creación ha sido perseverante, con ocho obras publicadas. Sus amenas crónicas sobre la vida cotidiana tienen la virtud de pintar el ambiente comarcano con toques de gracia, naturalidad y viveza. De los sitios por donde discurre su existencia, saca siempre motivos de reflexión para conjugar los sucesos menudos y transformarlos en paradigmas de la sociedad.

Interpretando la aldea, con sus hechos comunes y sus personajes pintorescos, dibuja el alma universal de los pueblos. Su humor vivencial, que no deja decaer ni en circunstancias adversas y que hace de su literatura un hervidero de ocurrencias sutiles y geniales, es el nervio de toda su producción. Incluso cuando formula discrepancias o censuras, se vale del gracejo y de la sátira mordaz penetrada de simpatía. Es frecuente hallar en sus páginas filones de filosofía y dardos de jocosidad.

Hasta con la muerte es juguetón. Esto se evidencia en los sorprendentes versos que titula 12 sonetos para leer después de muerto, que hacen parte de su «vida sonreída». Poemas de fino humor, a lo Luis Carlos López, llenos de ironía y encanto. Este cortejo con la parca hace pensar que ni siquiera en el último trance dejará su estilo bromista e ingenioso que lo salvará de los sinsabores de la despedida final.

2006.

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Miedo en las calles

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Katherine, una joven de 22 años, salió de su casa a las 5:30 de la mañana. Y se encontró con un hombre moreno, de unos 30 años, que le apuntaba al rostro con una jeringa y le decía: “Deme todo o se lo echo en la cara”. Muerta del pánico, Katherine le suplicó que no le hiciera nada, le abrió el bolso y vio que el asaltante lo desocupaba y emprendía la fuga.

Se salvó de ser otra víctima del ácido muriático. Regresó a su casa, y no quiere salir de ella. Con los nervios destrozados, le ha cogido pavor a la calle. La escena acaba de suceder en Medellín, a corta distancia del CAI de la Policía instalado en el sector. Nadie vio nada.

Esta modalidad de asaltar a la víctima con la amenaza del ácido muriático se ha acentuado en Bogotá. Y ocurre en otras ciudades. Hasta el momento, dice una noticia de prensa, se conocen más de veinte casos de mujeres atacadas con ácido en el país. Las mujeres son las preferidas para este delito, pero también puede ser cualquier transeúnte.

En diciembre, Sergio, de 22 años, fue atacado con el mismo ácido al llegar a su casa, por negarse a dar una moneda, y sufrió quemaduras en la cara, el cuello y los brazos. En el mismo mes, otro joven residente en el barrio Castilla sufrió la misma suerte, con daños severos en los ojos, cuyo tratamiento podría costar más de $ 15 millones. Un mes después, Luz Adriana, de 31 años, que a las 5 de la mañana salía de su casa en Kennedy para dirigirse al trabajo, fue atacada por un hombre que descendió de un taxi y la intimidó. Como se negó a entregarle el bolso, el agresor le roció el ácido en la cara y huyó en el taxi.

Son noticias espeluznantes de las que nadie puede estar exento, repetidas una y otra vez, y que dejan lesiones físicas y sicológicas a veces incurables. Estas noticias dan paso a otros hechos no menos monstruosos de la canallada de cada día. Vivimos en las grandes ciudades a merced del raponazo, del cuchillo o la navaja camuflados en los bolsillos, del revólver que se dispara en un instante, de la bala perdida, y ahora del ácido muriático.

La locura se ha apoderado de las calles de Bogotá. Una terrible conclusión de las autoridades señala que la mitad de los transeúntes de la capital sufre de esquizofrenia y paranoia. Entre esas corrientes demenciales nos movemos a diario, desafiando el asalto, la contusión o la muerte. Quienes consumen bazuco, el 80 por ciento lo hace todos los días, mezclándolo con marihuana y alcohol industrializado. Son “crónicos poliadictos”, según definición de los expertos. No queda difícil deducir que quienes andan armados con jeringas para aterrorizar y herir a las víctimas, pertenecen a este submundo enajenado, abismal e incontrolable.

El acalde Petro inicia su administración liderando una campaña de desarme, tanto de las armas amparadas con salvoconducto, que tienen un registro cierto, como de las ilegales, que proliferan con facilidad en los mercados clandestinos. Unas y otras, en determinadas circunstancias, son asesinas. Algún cálculo ligero dice que en Bogotá hay 400 mil armas legales y más de un millón de ilegales. Las otras armas son las blancas y cortopunzantes (navajas, cuchillos, machetes, bisturíes), de imposible cómputo.

Se decomisan armas de todo género. Muchos dejan de portarlas. Después de los tres meses de la campaña volveremos a lo mismo, al aflojarse el control de las autoridades y olvidarse el tema. La verdadera campaña consiste en desarmar los espíritus. Propósito nada fácil de lograr, ya que la sociedad perdió los estribos. La conciencia colectiva, envenenada por el odio, le niega el campo al amor y a la convivencia. El asunto tiene raíces profundas: es social, y ahí es donde hay que atacarlo.

El Espectador, Bogotá, 23-II-2012.
Eje 21, Manizales, 24-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-II-2012.

* * *

Comentarios:

Al leer este artículo veo claramente que la ciudadanía debe armarse para salvar su integridad y su vida en una ciudad donde resulta imposible controlar el porte de armas por parte de los criminales. Inclusive si lograra desarmárseles, pueden hacer daño con una simple jeringa llena de ácido. En esos casos la legítima defensa es la única solución. Alfredo Arango, Miami.

Horribles sucesos. El planeta va muy de prisa, sacando a flote todo lo malo. La solución, creo, viene de cada uno de  nosotros, emitiendo la energía del amor y de la paz. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Comparto plenamente este criterio respecto a tan sentido tema que agobia a la capital. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Aunque procuro superar el miedo para no “echarle leña al fuego”, el artículo plantea un problema que día a día se agrava y acrecienta en la capital. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Un tipo intentó echarme escopolamina cuando compraba la comida de mis mascotas. Ese mismo día cuando salíamos con un amigo del gym, una lacra nos siguió, pero yo me percaté y el tipo se esfumó. Ahora ando superparanoico. A mi mamá intentaron atracarla ayer, pero por suerte una señora desconocida la dejó ingresar a su negocio y se salvó. Alejdark (Correo a El Espectador).

El ácido muriático, otra modalidad que se le une al fleteo, paseo millonario, escopolamina, paquete chileno, sicariato, prepagos, extorsión, secuestro. Vaya, Colombia debería ser llamada «el país inventor de modalidades para el crimen». Holaforistas (correo a El Espectador).

La columna es fiel realidad de lo que sucede en todo el país y, obviamente, mucho más en las capitales. Esta delincuencia, nuestra violencia endémica y las demás muestras de decadencia civil son consecuencia de los malvados manejos administrativos desde hace doscientos años. La inequidad, la injusticia y la corrupción son la triada madre de la situación paupérrima que vivimos.
Colombianoingenuo (correo a El Espectador).

Ernest Hemingway

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, estado de Illinois, y murió el 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho. Su extracción burguesa no influye, sin embargo, en su desempeño vital, que conoce días de pobreza y limitaciones. Vida intensa la suya, movida por la aventura, el oficio periodístico y la creatividad literaria. La guerra le deja una marca en el cuerpo y en el alma, y esto se manifiesta en varios de sus libros.

El poco afecto que siente por su madre se traducirá en su conducta despreciativa hacia las mujeres. En sus novelas aparecen dos prototipos femeninos entremezclados: uno, la mujer fuerte, la devoradora de hombres, y otro, la mujer sumisa y explotada por el hombre.

El trauma causado por la guerra lo conduce a ejecutar acciones osadas, a veces rayanas en lo heroico, como terapia contra el miedo que siempre lo acompañará. Miedo que no logra dominar y que cada vez se acrecienta más, hasta llevarlo al suicidio. Fue un ser angustiado, inseguro, con delirio de persecución, y que por eso mismo se refugiaba en la soledad. En medio de todos estos conflictos escribió sus grandes obras, en las que se reflejan los estados de su alma.

Entre 1921 y 1926 vive en París, con su primera esposa Hadley Richardson, la época más feliz de su existencia. Época de enorme pobreza y suma felicidad. París lo marca. Allí arranca su quehacer literario junto a una pléyade de escritores en ciernes, casi anónimos, afectados por la guerra, que constituyen la generación perdida, generación de bohemia, agitación intelectual y aventura mundana. Estos recuerdos quedan recogidos en su obra póstuma París era una fiesta, publicada en Estados Unidos en 1964 (tres años después de su muerte).

Su estilo literario es conciso, directo, expresivo, donde abundan las imágenes exactas, impactantes, sin rodeos, que cautivan a los lectores. La fuerza sicológica de sus personajes, que nace de su propio mundo interior, se acentúa, sobre todo, en Adiós a las armas, Fiesta brava, Muerte en la tarde, El viejo y el mar.

El Premio Nóbel, que le fue otorgado en 1954, no hace sino refrendar la valía de una de las grandes personalidades de la literatura universal.

Bogotá, 18-I-2012