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Archivo para martes, 29 de octubre de 2013

Marcadas diferencias

martes, 29 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Cuando comencé a trabajar en la banca, en los años cincuenta del siglo pasado, las tarifas de servicios bancarios eran moderadas y se regían por cifras uniformes para todo el sistema. Dicha política se mantuvo durante largo tiempo, y solo de vez en cuando ocurrían ligeros ajustes en estas contribuciones.

Algún día se rompió aquel esquema. Al permitirse que cada entidad fijara sus propias tarifas, los costos comenzaron a pronunciarse en forma acelerada, hasta llegar al momento actual en que tales cuotas, que abarcan cualquier acto que se ejecute en los bancos (allí nada se da gratis), han llegado a límites inconcebibles.

Esto mismo sucede con los medicamentos. Mientras los precios estuvieron bajo control, no había tanta dificultad económica para adquirirlos. En el anterior Gobierno, el ministro Diego Palacio resolvió liberarlos con el argumento de que la libre competencia permitiría su estabilidad. Lo cual no ha sucedido. Por el contrario, los abusos que se cometen contra el bolsillo de los colombianos son cada vez más torturantes.

Al inicio del Gobierno actual, el presidente Santos trató de persuadir a los bancos para que moderaran los costos financieros. Más tarde, el ministro de Hacienda les advirtió que en caso de que no facilitaran ese objetivo se intervendrían las tarifas. Los bancos desoyeron la advertencia, y nada ha ocurrido: las tarifas siguen tan onerosas como antes. Frente a la resistencia de la banca, el ministro optó por guardar silencio. Pudo más la presión de los institutos financieros que el anuncio oficial de disminuir esta pesada carga que agobia a millones de colombianos.

Un simple vistazo a las cifras de la banca indica hasta qué grado los bancos aumentan sus utilidades. En el 2011, estas ascendieron a 6,8 billones, mientras que en el 2010 habían sido de 5,9 billones. Un incremento cercano al billón de pesos en los doce meses de la comparación.

Un amigo mío que vive en Francia me cuenta algunas modalidades que existen allí en el manejo monetario. El diálogo con los bancos es mínimo, ya que casi todo se realiza por los cajeros automáticos, que ofrecen amplios sistemas de seguridad, como no ocurre aquí. Tener en Francia una cuenta bancaria es requisito necesario para la vida laboral y comercial. Las chequeras son gratuitas, mientras en Colombia se cobra alrededor de cinco mil pesos por cada cheque. Y allí las tarifas son mesuradas.

Para retirar del cajero automático una cifra superior a 500 euros, se debe avisar al banco con tres días de anticipación. Solo están permitidos tres retiros semanales que no superen dicho monto por cada operación. De esta manera, el “fleteo” y los “paseos millonarios” no existen en Francia. En la cuenta personal no se pueden depositar más de tres cheques al mes. En caso contrario, debe cumplirse un trámite especial. Todos estos pasos están vigilados por la dirección de impuestos, que recauda con justicia y ofrece garantías para todos.

En los préstamos personales no se exige fiador o codeudor, ya que es el Estado el que responde por medio de la banca de Francia. Si una cuenta o un crédito se manejan mal, el problema es mayúsculo, por cuanto la banca entra a castigar a la persona anotando su nombre, por largo tiempo, en un listado que se extiende a todo el sistema, lo que impide poseer tarjeta de ninguna entidad. Sin la tarjeta, no se puede tener empleo, pues tal documento es indispensable para recibir el sueldo. La gente porta poco dinero en el bolsillo, ya que hasta los servicios más elementales (tiquetes del metro y del bus, pago del taxi, menudas compras en los almacenes) se pagan con tarjeta bancaria. De este modo, se evitan los atracos en las calles.

Las diferencias en esta materia son marcadas entre los dos países. Esto nos provoca a los colombianos, maltratados por la injusticia y la desidia de los gobiernos, sana envidia. En Francia hay superior protección para el ciudadano. Aquí la explotación es manifiesta. Y nadie la detiene. De cuatro en cuatro años, el nuevo Presidente nos pinta el cielo y la tierra. El ministro anuncia “medidas drásticas”, que no se cumplen. Y luego se raja, vencido por el peso de la maquinaria financiera. Esta es Colombia, Sancho.

El Espectador, Bogotá, 1-VI-2012.
Eje 21, Manizales, 1-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-VI-2012.

* * *

Comentarios:

Los bancos colombianos de su tiempo, don Gustavo, eran un negocio decente y con sentido social. Hoy, son verdaderos monumentos capitalistas al agiotaje, la explotación y el derroche. Cada día crean nuevas y más sofísticas formas de esquilmar el patrimonio de los usuarios, con la complicidad incondicional del Gobierno, en razón a que son los bancos los que financian las campañas electorales de los políticos, que tienen como lema: Cúbreme, que yo te encubriré.  Comentandoj (correo a El Espectador).

Basta recordar que la banca, directamente o a través de sus testaferros, financia fuertemente campañas presidenciales, para entender por qué aquí tienen patente de corso. La banca succiona el producto económico nacional como una sanguijuela insaciable. Lo peor es que nos acostumbramos y todo parece normal.  Sólo al comparar con otros países se ve la diferencia.  Jazu (correo a La Crónica del Quindío).

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Alianzas para servir mejor

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Gustavo Páez Escobar

Boyacá ocupa el primer puesto en desnutrición infantil del país. Triste realidad para una región agrícola que en el pasado –un pasado cada vez más lejano– ostentaba niveles muy superiores en el campo de la salubridad. Otros territorios que registran agudos índices de desnutrición infantil son Chocó, La Guajira, Vaupés, Cauca, Nariño y Córdoba.

La desnutrición es un enemigo silencioso. Cada año mueren por esa causa más de 5.000 niños en Colombia. En Boyacá, las cifras muestran clara tendencia al aumento. Baste decir que en el 2008 el departamento buscaba salir del segundo puesto, y hoy está en la cabeza de esta dramática situación. En el mundo, la desnutrición causa la muerte de cerca de 6 millones de niños al año y hay más de 900 millones de personas sitiadas por el hambre. Pavoroso cuadro de la degradación humana.

Digamos sin titubeos que los responsables en Colombia de este flagelo, al que se le ha puesto muy poca atención, son nuestros gobernantes, en todas las latitudes y en todas las jerarquías de la administración pública. El mal es general. El presidente Santos diseñó al inicio de su gobierno ambiciosos planes para conjurar esta calamidad, pero ya casi en la mitad de su período, falta mucho por hacer.

Situados en Boyacá, voy a señalar un elocuente ejemplo de superación que sale de la iniciativa privada y ha logrado comprometer la voluntad de otros organismos privados y públicos. El Club Rotario de Soatá promueve desde hace algún tiempo una campaña dirigida al sector rural en busca de cambiar la mentalidad de los padres de familia para sensibilizarlos en la adopción de eficaces sistemas de salud combinados con planes de desarrollo de la actividad agrícola.

Es la manera de volver al campo, que poco a poco se ha abandonado para marchar detrás de los espejismos urbanos. Es el medio para hacer producir la agricultura con gente sana y laboriosa, y para que al mismo tiempo progrese el país. Con la llegada de la tecnología digital a las 16 escuelas rurales de Soatá, bajo la dirección del personal docente allí ubicado, los niños aprenden el manejo del computador y por ese medio reciben las enseñanzas de la vida moderna. Esta educación no solo es para los niños, sino también para sus padres, que familiarizados con la cibernética descubren el mundo de progreso que les estaba vedado.

Por dichos canales se ejercitan los hombres en mejores técnicas para sus cultivos, y las madres se capacitan en la elaboración de productos que contribuyan al sostenimiento del hogar. La alcaldía local se comprometió a la implantación de la banda ancha y la dotación de los computadores en las 16 escuelas. Cada una de ellas contará con su propia página web. Todo esto marcha con el apoyo de la Gobernación de Boyacá y del Ministerio de Comunicaciones. Así conectada con el mundo, la juventud de Soatá se asoma a nuevos horizontes.

En el campo de la salud, está la asesoría de la Universidad Javeriana a través de su Departamento de Pediatría, y el recurso del Hospital de Zona, que ofrece excelente atención a los niños del campo por medio de personal médico y odontológico, y de especialistas que visitan con frecuencia la población. Con el tiempo, habrá de cumplirse la sabia receta de vida: “Niño sano, niño feliz”. Con niños sanos y felices se hará una patria grande.

Este programa de largo alcance ya está en ejecución. Lo ha hecho posible el Club Rotario, benemérita institución, tanto desde su dirección nacional como en el ámbito de Soatá, la Ciudad del Dátil. Se ve, en forma palmaria, cómo la unión hace la fuerza.

Esta alianza de poderes estratégicos que facilita herramientas para el bienestar de la familia y el desarrollo comunitario se deriva de un concepto moderno: TIC (tecnologías de la información y comunicación), el que llega a los campos de Soatá para amparar a los niños en su crecimiento, en sus sistemas de salud y en su formación educativa. Y de paso se convierte en programa piloto que sirve de modelo para otros departamentos sometidos al castigo de la desnutrición infantil.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2012.
Eje 21, Manizales, 25-V-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-V-2012.

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Comentarios:

Aterradoras las cifras de desnutrición en Colombia y en el mundo. La solidaridad es un valor casi perdido. No es equitativo que muchos países de África, Asia y América padezcan este flagelo, mientras en los países ricos impere el boato y el exceso de lujos y comodidades. En Colombia, que atraviesa un buen momento en su economía, no se percibe que a los sectores más desprotegidos les corresponda una parte de esa bonanza. No habrá paz en nuestro país mientras impere semejante desigualdad. Gustavo Valencia G., Armenia.

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Un testigo de la guerra

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Gustavo Páez Escobar

Han corrido 62 años desde la Guerra de Corea. Su costo supera los cuatro millones de personas muertas, heridas y desaparecidas tanto en las fuerzas militares como en la población civil. Este esbozo macabro dibuja uno de los sucesos más sangrientos que ha vivido la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial.

Más de cinco mil colombianos actuaron en el conflicto, y alrededor del diez por ciento murieron o desaparecieron en los combates, resultaron heridos o cayeron prisioneros. Hoy sobreviven unos 800 veteranos colombianos.

Uno de ellos es Isaac Vargas Córdoba. Cuando en junio de 1952 se fue para Corea, era un muchacho de 16 años que, fustigado por la guerra política que se vivía en Colombia, abandonó su zona rural del Huila para enrolarse en las filas de Corea. Apenas un niño, ya sufría los horrores de dos guerras: la propia, donde conservadores y liberales se destruían bajo los odios sectarios, y la asiática, donde comunistas y demócratas, divididos por el paralelo 38, hacían lo mismo desde sus geografías y sus intereses irreconciliables.

En marzo de 1953, Vargas Córdoba por poco pierde la vida en el combate. Su rostro quedó desfigurado. Aun así, logró escapar. Transportado en helicóptero, llegó a la sala de cirugía. Su estado de salud era tan precario, que se temió por su vida. Días después llegaba a Estados Unidos. Era un héroe de la guerra, con apenas 18 años de vida. Mientras tanto, la guerra que no cesaba en sus campos nativos continuaba poniendo cruces en ambos bandos políticos, todos los días y a toda hora. La guerra eterna, la guerra demencial, la guerra inicua y devastadora no abandona al hombre desde el inicio de los siglos.

De vuelta en Colombia, Vargas Córdoba recibió honores militares. Lo operaron del rostro en el Hospital Militar y obtuvo en Estados Unidos  atención más especializada. El tratamiento duró ocho años. Se retiró como sargento segundo. Permaneció un año vacante en la vida civil, con heridas en el rostro y con amor por los símbolos patrios.

Un día, con $ 1.500 prestados, creó una pequeña panadería. Nada sabía del oficio, pero a medida que el tiempo avanzaba veía que sus esfuerzos se traducían en progreso. En 1965, con 30 años de edad, fundó en el barrio El Sosiego, al sur de Bogotá, la que sería su panadería estrella: El Arbolito. Al paso de los días, las ventas se multiplicaron de manera sorprendente. Y adquirió una bodega propia en la zona industrial. Entre sus clientes estaban Carulla, Cafam y Colsubsidio. Ya por esta época poseía nueve carros distribuidores.

Sus vínculos con las dos entidades líderes del subsidio familiar lo llevaron a formular una propuesta para canalizar los recursos de ellas hacia la educación de los hijos de los afiliados. Y mencionó el sentido burocrático que allí existía, formulando como contera una crítica contra las obras suntuarias. Años más tarde, Alberto Donadío haría un estudio crítico sobre el mismo aspecto, en su libro El espejismo del subsidio familiar (El Áncora Editores, 1985).

Como represalia por esta propuesta y esta denuncia, ambas entidades cancelaron los contratos para el reparto de pan producido por El Arbolito. De paso, anoto que El Arbolito auspició tres concursos literarios, muy celebrados en su época, cuya finalidad era encomiar las bondades del pan. El superintendente del Subsidio Familiar ante quien el panadero expuso sus inquietudes sobre las cajas de compensación era Germán Bula Escobar. A raíz de este incidente, Vargas Córdoba perdió el 90 por ciento de sus ventas. Y llegó a la quiebra.

Aun quebrado, no perdió la esperanza. Siguió luchando a brazo partido. Se vinculó a la Sociedad Bolivariana y a otros centros académicos, y con frecuencia vemos cartas suyas, con sentido social, publicadas en el foro de lectores de El Tiempo.

Hoy está reducido a un negocio emblemático en la carrera 24 con calle 45, que ha bautizado con el bello nombre de Bendito el Pan. Y se acuerda de las acciones bélicas ejecutadas en Corea, lo mismo que de la barbarie fratricida que se vivió, y se vive aún, en las parcelas del Huila y de otros lugares de Colombia. La guerra no ha terminado.

El Espectador, Bogotá, 17-V-2012
Eje 21, Manizales, 18-V-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-V-2012.

Comentario:

Para mí es todo un héroe este señor. Y el hecho de que todavía tiene su panadería es un triunfo y un premio a su integridad moral. Bendito el pan y el señor que lo hace todos los días. Gloria Chávez Vásquez, colombiana residente en Nueva York. 

El fantasma del banco

martes, 29 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Si no se hubiera tratado de Leonel Gómez, el celador más calificado de la oficina, tal vez no habría creído yo en la historia del fantasma. Esto ocurría en el Banco Popular en Armenia, donde Leonel consideró un día que dentro de las novedades del servicio debía reportar la aparición del fantasma al gerente de la oficina, que era yo.

Lo escuché en silencio y con incredulidad. Cuando me dio la sensación de que la cosa era en serio, ya no tuve duda de que el celador no sufría de ninguna alucinación. Él me aseguró: en las noches, cuando el banco permanecía en silencio, comenzaban a sentirse movimientos extraños, como abrir y cerrar escritorios, toser, caminar de un lado al otro.

Avezado como era Leonel en el desempeño de su cargo, creyó al principio que se trataba de una persona, y con su arma se preparó para el ataque. Luego, se convenció de que era un fantasma. Y recordó que algo similar le había ocurrido cuando prestaba sus servicios en orden público como suboficial del Ejército. En aquella ocasión, el caballo a su servicio se encabritaba al pasar por cierto lugar del camino. El caso se volvió rutinario y terrorífico.

Alguien le aconsejó que llevara consigo un frasco de agua bendita, y cuando el caballo se ofuscara, lanzara el agua en los alrededores de la bestia. Con esa acción, desapareció el fantasma, o el espíritu, o el espectro, o el duende, que de todas estas maneras se conocen dichas visiones paranormales.

En el banco, los golpes, ruidos, voces y movimientos misteriosos se volvieron  persistentes. Hasta que la situación se tornó casi familiar. Me puse a estudiar entonces textos sobre la materia y llegué al convencimiento de que en el banco vagaba un alma en pena, otro de los sinónimos de la lista antes anotada.

El suceso llegó al clímax una noche en que el celador sintió el tecleo de una máquina de escribir. A la noche siguiente, con otro celador, volvió a repetirse el episodio, pero esta vez con una adición: el carro de la máquina se movía solo, de un extremo al otro, como si lo manejara la mano de la mecanógrafa (que a esa hora dormía el sueño de los justos).

Cuando me enteré de tal novedad, me formulé esta conjetura: me había llegado competencia. Pero no en las cifras, los préstamos y las rentabilidades. ¡Aparecía un nuevo escritor en el banco! Y él me aliviaría de la carga de sentirme tan solo. Alcancé incluso a alegrarme, pero luego me situé en la triste realidad: se trataba de un escritor fantasma. Por lo tanto, había que continuar explorando el campo de los espíritus. Imposible dejar de creer en ellos, si Leonel y sus compañeros certificaban lo mismo. Y me acordé del dicho popular: “No hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”.

Como en el banco había un fantasma real –y no fabricado por la imaginación–, en modo alguno podía ignorarse su existencia. Para familiarizarme más con el tema y sentirme yo mismo fantasma, salí disparado a la librería y adquirí dos obras famosas: El fantasma de Canterville, de Óscar Wilde, y El fantasma de la ópera, de Gastón Leroux.

Deduje que había un alma en pena que, asfixiada en la atmósfera calenturienta del dinero, buscaba su liberación. El pobre fantasma hacía todo lo posible para que lo sacaran de su prisión, y nadie lo entendía, nadie lo compadecía. Abría y cerraba escritorios, tosía, daba pasos de persona grande, tecleaba las máquinas… y era como si nadie lo escuchara.

Una noche, después de una tertulia de trabajo con los jefes de sección, al llegar a la puerta del edificio y encontrarnos con Leonel Gómez, nos pusimos a bromear sobre la historia fantasmal. Al día siguiente, Leonel me contó que el espíritu se había indignado con nuestras chanzas e irrespetos, y después de agitarse como un ciclón por todo el recinto de la oficina, se había encerrado en la pieza de los celadores.

Leonel, que estaba preparado con el frasco de agua bendita, se enfrentó al personaje y roció el contenido mientras de la pieza salía una corriente impetuosa (llamada “cúmulo de energía negativa”) que lo hubiera derribado si lo coge de frente, y que fue a desintegrarse contra la pared adyacente.

Desde entonces desapareció el fantasma. Y aquí, treinta años después, estoy yo contando la historia.

El Espectador, Bogotá, 10-V-2012.
Eje 21, Manizales, 11-V-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-V-2012.
Revista El Velero, Cooperativa del Banco Popular, n.° 22, diciembre de 2012.
El Qindiano, Armenia, 6-VIII-2021.


Este artículo lo volvió a publicar el periódico El Quindiano, el 6 de agosto de 2021, con la siguiente nota introductoria:

En el banco Popular de Armenia también hay fantasmas

El exgerente del banco Popular de Armenia, escritor Gustavo Páez Escobar, recordó un episodio donde un vigilante de la entidad relató la existencia de fantasmas en el edificio de la entidad, ubicado en la calle 21 entre carreras 16 y 17, centro de la capital quindiana. Este episodio fue recordado por Gustavo Páez a propósito del ya famoso fantasma de la alcaldía de Armenia, que hizo su aparición el pasado lunes.

Presentamos el texto del escritor y exgerente del banco Popular Gustavo Páez Escobar:


Comentarios

Yo tenía 14 años y mi primo 16, estábamos jugando en casa de mi abuela, de repente miramos hacia el cuarto de mi difunta tía y la vimos como buscando algo en una esquina donde antes de su muerte había un baúl, volteó y nos miró –una mirada indescriptible, aterradora– y salió rumbo al corredor, iba con las manos pegadas al cuerpo, como encajonada y al llegar a un punto se hundió bajo el piso de la casa. Los dos –mi primo y yo– vimos exactamente lo mismo…  Patecaucho Cybernético (correo a El Espectador).

Espíritus de personas que habitaron ese lugar, en el cual pudieron haber muerto padeciendo grandes sufrimientos. Los ruidos y voces producidos por esas entidades se llaman sicofonías. Erudito (correo a El Espectador).

Muy simpática la anécdota. Soy incrédulo de estos sucesos paranormales, aunque conozco a varias personas que aseguran con mucha convicción haberlas vivido, o a su vez, haber conocido a quienes tuvieron alguna experiencia de este tipo. Por tanto, me adhiero al famoso refrán “no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Fantástica anécdota. En Armenia hay muchos cuentos de fantasmas. Y este último ha quedado en vídeo para no dejar dudas. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Qué bueno que este artículo cobre de nuevo vida, lo hace de manera paralela al protagonista de la historia, ser fantasmagórico que asustó a Leonel durante varias noches y que seguramente era un alma perdida y con el toque del agua bendita se fue a descansar, sin imaginarse que 39 años después aún seguirían de él hablando.  Liliana Páez Silva, Bogotá.

Qué maravilla de artículo escrito hace tantos años y qué bueno que el periódico lo haya vuelto a publicar. Datos históricos entretenidos, y propicios por la noticia del fantasma de la alcaldía de Armenia. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

 

 

 

Réquiem por las máquinas viejas

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Gustavo Páez Escobar

Álvaro León Pérez Franco, que trabajó conmigo en el Banco Popular de Armenia, del que fui gerente durante 15 años, se me había perdido de vista, y ahora aparece en París. Y me sugiere un tema para mi columna: el de las máquinas viejas, descontinuadas en los tiempos modernos, y que fueron en el pasado un eje indispensable de la vida empresarial.

Pérez Franco tuvo que vencer múltiples obstáculos para establecerse en París, a donde llegó hace 22 años sin hablar el idioma francés ni contar con ocupación laboral. Comenzó a desempeñar oficios humildes, aprendió por su propia cuenta el lenguaje necesario para hacerse entender, luego lo superó con cursos dirigidos, y algún día pasó a ejercer sencillo puesto de oficina. Hoy, desde hace diez años, es agente administrativo en un hospital de la zona metropolitana de París. Ejemplo en verdad edificante cuando existe voluntad de superación.

Hablemos de las máquinas viejas. Y retrocedamos cuarenta años, a la época en que trabajábamos en Armenia en la actividad bancaria. Por aquellos días, al lado del escritorio de casi todo el personal estaba instalada la máquina de escribir, y sobre el escritorio, la máquina sumadora. Estos dos elementos eran indispensables para realizar la generalidad de los oficios. Eran los utensilios más comunes del empleado, y sin ellos hubiera sido inconcebible la ejecución laboral. Al ser tan elementales, nadie reparaba en ellos.

Pero 120 años atrás de la última fecha citada –es decir, hacia el año 1850–  el mundo no conocía la máquina de escribir. Todo se escribía a mano. Apenas existía un invento rudimentario. En 1868, Christopher Sholes diseñó la primera máquina de escribir comercial y el teclado que se volvería universal. En 1873 nacía la marca Remington, en la que Pérez Franco elaboraba las papeletas débito y crédito que movían su sección de cuentas corrientes.

O quizás fue la Olivetti, o la Underwood, o la Olympia… Lo cierto es que con el impulso de la máquina de escribir y de la máquina sumadora todo marchaba en el banco. Los cuentacorrentistas, que llamábamos, o sea, los encargados de llevar las cuentas individuales de la clientela, o los empleados de contabilidad, que consolidaban el resultado final de la operación bancaria, estaban provistos de otro tipo de máquinas adecuadas para dicha función. Todas tenían la misma finalidad técnica que le imprimieron sus inventores.

Hacia la década de 1980 comenzaron a sonar clarines de revolución en la vida bancaria que yo conocí: llegaba la época de la cibernética, de los “sistemas” que hoy gobiernan al mundo. Como parte de un conjuro mágico, desaparecieron las máquinas de escribir y las sumadoras. Estos aparatos portentosos que llamamos computadores –íconos de la vida moderna– eran capaces de hacer, solos, lo que hacían muchas máquinas reunidas.

Y comenzaron a suprimirse empleos, ya que los nuevos utensilios de trabajo, sofisticados, inteligentes y veloces, eran aptos para desplazar al hombre. Hasta las secretarias de las gerencias sobraban. Incluso, hasta los gerentes, ya que el computador suministra todas las fórmulas, desde aprobar créditos hasta dar la respuesta pregrabada a cuanto problema, fraude o inquietud se le presente al cliente en su relación con el banco.

No hablan el lenguaje cordial que en épocas remotas era signo distintivo de la banca, pero todo lo resuelven al instante, con solo oprimir un botón, y además en forma irrefutable. Eso sí, no permiten el diálogo. Son omnímodos, pero carecen de sentimientos y cortesía. Saben ciencias exactas, pero no tienen alma. El hombre moderno se ha venido acostumbrando a este despotismo implacable, demoledor, que trajo la era de los computadores.

El mundo se deshumanizó en manos de la tecnología. Como cada vez se inventan nuevos sistemas que es preciso dominar rápido, al vuelo, la carrera hacia la insensatez y la idiotez es imparable. Se acabó la reflexión por culpa del automatismo.

Es aquí, amigo Pérez Franco, donde cabe hacer un réquiem por las máquinas viejas, esas que en forma elemental manejaban la banca antigua. La nuestra, la que no volverá. Las máquinas humanas (la Remington, la Olivetti, la Underwood…) pertenecen ya a un pasado brumoso que es mejor no remover, pues nadie lo entenderá hoy. Sin embargo, nadie nos impide acariciar la nostalgia.

El Espectador, Bogotá, 3-V-2012.
Eje 21, Manizales, 4-V-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 5-V-2012.

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Comentarios:

No, la tecnología no deshumanizó el mundo, ni hay carrera imparable hacia la insensatez y la idiotez, ni se acabó la reflexión por culpa del automatismo. La tecnología nos ha permitido conocer y abarcar campos que antes eran ilusiones, y nos catapultará a un futuro superior que nos hará ver con asombro y pavor, sin nostalgia, el pasado. Distinto es que los valores e instituciones públicos, sociales, familiares, individuales… per se y frente al entorno, no vayan a la par, por nuestra culpa. Sebastián Felipe (correo a El Espectador).

Es una desgracia que cuando uno va a una empresa a formular un reclamo la respuesta que le dan es: «Lo sentimos, no se puede porque la computadora no lo permite», con lo cual resulta que ya no es el pensamiento el que impera sino la programación de un aparato de estos que decididamente son los que gobiernan a las empresas. Ahí entonces nace lo malo de la sistematización. Jopease (correo a El Espectador).

Me gusta mucho la parte amable que el artículo les pone a las máquinas de escribir. Sonaban muchísimo y hasta ese sonido era agradable a los oídos de las personas, lo recuerdo. Se sabía por eso quién estaba escribiendo. Ahora todo el mundo escribe, pero muy en silencio, pues cada uno está en su mundo, con su computador y sin comunicarse con el resto de la gente. El mejor amigo de cada persona cuando está trabajando es internet y él ni saluda, ni se despide, ni da afecto, ni dice toda la verdad. Fabiola Páez Silva, ingeniera de sistemas, Bogotá.

Excelente la remembranza de las máquinas de oficina antiguas. Mi inicio laboral fue en la Caja Agraria, agencia de Roncesvalles (Tolima), y, claro, las máquinas que usted tan bien describe eran las reinas de la oficina. Su columna tocó las fibras más sensibles de mi nostalgia. Gustavo Valencia García, Armenia.

Estoy de paso por San Petersburgo. ¿Te puedes imaginar cuánto demoraría el envío de estas letras hace unos cuarenta años, cuando tú y yo escribíamos en La Patria en sendas máquinas de escribir? Esta reflexión me la provocaste con tu amena columna sobre las máquinas viejas. Y otras más, que tengo que dejarlas en el tintero porque salgo apurado para una cita con  Catalina la Grande. Fray Rodin.

Hace tiempos me pregunto cómo no va a existir desempleo, con índices tan elevados, si el hombre cada vez está siendo reemplazado por la tecnología. Y seguirá peor. Recuerdo ahora la maquinita de manivela con la que en el Banco Popular de Tunja calculábamos los intereses en cartera, y las madrugadas en balances buscando el  “descuadre»… Pero éramos como veinte empleados, y ahora hay sucursales de ese tipo que funcionan con unos seis. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué bonito artículo sobre la máquina de escribir. Ella daba la posibilidad de ser nosotras importantes en el trabajo, de tener muchas condiciones de precisión al escribir y presentar trabajos excelentes, siempre con ese característico tecleo en las oficinas. Este recuerdo me causa ahora mucha nostalgia. Ligia González, Bogotá.

En la década del 60 yo estaba vinculado al Bank of America y se usaba, además de la máquina de escribir y la calculadora manual, el télex para giros internacionales cifrados, correspondencia urgente, etc. Su artículo me hace recordar una anécdota: por esa época fui a Quito a cobrar un cheque. El cajero tenía un libraco como de 100 hojas. Cada hoja dividida en 4 partes, cada parte correspondía a un cliente. Le entregué el cheque, se quitó de la oreja un lápiz. A mano, obviamente, fue buscando la hoja del girador, hasta que la encontró. El saldo lo tenía escrito en lápiz, y en agudo acento ecuatoriano me espetó: «no ha de tener fondos, lo tumbaron… siguiente». Jorge Arenas Calderón.

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